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LOS CANGREJOS EN LA DERROTA INGLESA  DE 1655  y III

Teófilo Lappot Robles

                                POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Cuando se entra a los entresijos de la invasión inglesa de 1655 a esta tierra caribeña se prueba que la derrota sufrida aquí por el imperio británico no fue por el ruido de unos cangrejos o las luces de unos cocuyos. Una vez más la realidad se impuso a la fantasía.

Para poner en perspectiva de mejor entender los hechos armados del referido año es necesario conocer detalles de la personalidad del principal jefe español en esos sucesos.

En efecto, el historiador José Gabriel García calificó al gobernador colonial español, el Conde de Peñalba, como un “hombre brusco e intolerable, pero dotado de valor y energía”.

Sobre ese mismo personaje dijo que desde que tomó el mando en esta  isla realizó múltiples movimientos tácticos para fortalecer su seguridad territorial.

Ya el referido gobernador sabía que desde el 28 de noviembre de 1654 el dictador inglés Cromwell había ordenado, mediante edicto londinense, la guerra contra España.

El objetivo central de ese gerifalte toledano era poner la colonia española de Santo Domingo en condiciones de enfrentar y derrotar a sus enemigos.

A su llegada los más peligrosos adversarios eran los filibusteros que controlaban la isla La Tortuga, situada en el litoral Atlántico. En poco tiempo los derrotó.

Uno de los filibusteros que se había refugiado antes en la referida isla fue el irlandés Juan de Morfa Geraldino, que luego luchó aquí contra los invasores ingleses dirigidos por Penn y Venables.  

Un oficial de los invasores de 1655, que escribió sobre el papel que los ingleses les atribuyeron a los cangrejos en su derrota, anotó que dichos crustáceos cuando salían de noche a comer hacían “un ruido de sonajera”, lo que a su decir  provocó pánico entre las tropas dirigidas por Penn y Venables: “…muchos de ellos se tiraron al mar por miedo a que fuesen los matadores de vaca…”

El referido oficial inglés extendió la fantasía fáunica sobre la derrota de la armada inglesa a los insectos con caparazón llamados cocuyos que había en Nizao, Najayo, Nigua, Engombe y Manoguayabo. Lo escribió así: “…una gran mosca que en la noche alumbra con un fuego de carbón, lo que alarmó mucho a nuestro ejército, ya que los centinelas creían que eran enemigos con fósforos de luz”. (Diario de Henry Whistler.P.161. Con referencia de E.R. Demorizi en separata del Boletín del AGN 1956-1957. Editora Montalvo).

Otros autores también han querido desviar los motivos de la derrota de los ingleses en el 1655. El historiador inglés Charles Harding Firth recoge en sus extensos textos que cuando el protestante Oliverio Cromwell se enteró de la derrota de sus tropas en Santo Domingo (de mayoría católica) exclamó: “El señor nos ha humillado mucho”.

La verdad es que forma parte de la glosa histórica de dicha expedición que uno de los principales motivos de la derrota de los anglosajones en tierra hoy dominicana fue las desavenencias entre los principales jefes militares (Penn, Venables, Blagge, Hearn, Buller, Jackson, Fortescue, etc.), así como las divergencias de algunos de ellos con varios de los comisionados civiles de aquel viaje de agresión, entre ellos Edward Winslow, Daniel Searl y Gregory Butler.

Otros factores del fracaso inglés fueron la desorganización (que incluyó un inadecuado avituallamiento, falta de agua potable, desinformación general, pocos medios para protegerse de las inclemencias del tiempo, etc.) así como a la falta de entrenamiento y ausencia de coraje en la mayoría de los invasores.

Para el historiador dominicano José Gabriel García un evento importante para el reembarque de los ingleses fue una celada que en un “desfiladero angosto” les puso Damián del Castillo, que resultó ser tan desastrosa para ellos que el general Venables degradó de inmediato al general Jackson y también ordenó “ahorcar a muchos de los que huyeron en los montes de Najayo”.

El referido autor puntualiza que: “…la caballería dominicana logró abrirse  paso y puso en inminente peligro el cuerpo principal que mandaba en persona el general Venables”. (Compendio de la historia de Santo Domingo. Tomo I Obras Completas. Editora Amigo del Hogar 2016.P.140.José Gabriel García).

Al no creer lo del ruido de los cangrejos centró su análisis sobre la derrota de la invasión de los ingleses de 1655, además, en el hecho de que:

“…los dominicanos  cargaron sobre ellos con tanto arrojo y decisión, que habría quedado completamente destruida la expedición, si no la hubiera salvado la energía del mayor general Hearn, que murió en el campo con sus mejores oficiales…·(Ibidem, p.140)

El historiador Roberto Cassá tampoco hace mención del asunto de los cangrejos en una obra suya sobre uno de los diversos episodios armados que tuvo la colonia de Santo Domingo. En ese caso en el período 1718-1723, entre criollos y colonizadores.

Al resaltar la actuación militar de los santiagueros en la sangrienta contienda aludida en el párrafo anterior se  retrotrae al tema concernido en esta crónica y señala que:

“Cuando se produjo el ataque de Penn y Venables, en 1655, se distinguieron de nuevo las milicias de Santiago, en este momento bajo el mando del capitán Antonio Pichardo Vinuesa, el futuro teniente general”. (Rebelión de los Capitanes. AGN. Editora Centenario. Segunda Edición, 2014.P89. Roberto Cassá).

Juan Bosch, en su ensayo titulado Capitalismo y Democracia, encuadrado en la historia del Caribe, al referirse a la aventura de Oliverio Cromwell (falleció el 3 de septiembre de 1658) por esta parte del mundo en el 1655 no hace ni siquiera una mención tangencial al supuesto protagonismo involuntario de los cangrejos de Haina y Najayo.

Así toca el caso en cuestión: “Tres años antes de morir llegó a aguas dominicanas la formidable expedición de Penn y Venables, que Cromwell había enviado con la orden de conquistar la isla para Inglaterra. Penn y Venables fracasaron aquí…”(Historia el Caribe. Obras completas. Tomo XIV. Impresora Serigraf.Pp61,62. Juan Bosch).

Sobre la huida precipitada de la tropa invasora inglesa debo decir que fue como esa imagen que más de dos siglos después describió, sobre otro tema, un poeta social bilbaíno:

“Parece como si el mundo caminase de espalda/hacia la noche enorme de los acantilados…El mar puesto de pie; de repente echando espuma por la boca le muerde”. (Hijos de la tierra. Obra completa. Blas de Otero Muñoz .Editora Galaxia Gutemberg,2013).

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