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EL GABINETE DE LOS APÓSTOLES (3 de 3)

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POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

José Gabriel García

Siendo muy joven José Gabriel García cultivó ideas liberales. Se inclinó durante un tiempo por Báez, por oposición al bárbaro Santana.

Participó en los ajetreos políticos y militares, en las primeras décadas posteriores a la Independencia Nacional.

El presidente Ulises Francisco Espaillat lo designó ministro de Instrucción Pública, con la esperanza de impulsar la educación nacional.

Muy poco pudo hacer en cinco meses de gestión y, además, había un ambiente de asfixia moral en la sociedad dominicana, que pronto llegó a su culmen con el derrocamiento del ilustre mandatario.

De los ministros de Espaillat fue el primero en renunciar. Había expresado que “estaba desencantado ya de las cosas del país y hastiado del mando, sin más deseo que el de llegar al término de la contienda para retirarse a la vida privada”.

Cuando abandonó su puesto ministerial advirtió que a la sed de justicia la devoraba “la sed del oro”.

Su principal vocación fue el estudio de hechos y personajes que adquirieron categoría de historia, antes y después de la magna obra del 27 de febrero de 1844, que hizo tremolar la bandera tricolor.

Su primer exilio se produjo en el 1855. Aunque no tomó las armas contra los anexionistas fue real que participó en una Junta Revolucionaria que desde Santo Domingo apoyó a los combatientes revolucionarios.

Se le identifica como el padre de la historiografía nacional, por la variedad de sus hallazgos y los análisis que hizo sobre acontecimientos de nuestro pasado. Fue un preclaro admirador del patricio Juan Pablo Duarte, tal y como se comprueba al estudiar el gran legajo que contiene la parábola vital de ese insigne patriota dominicano.

Mariano A. Cestero

El presidente Espaillat lo nombró ministro de Hacienda y Comercio. Una de sus primeras medidas fue desaprobar el pago de unos vales cuyos montos consideró dudosos, sobre gastos hechos en la guerra de Restauración. Ya habían sido aceptados de manera imprudente por el Congreso, sin tomar en cuenta el rezago que tenía la economía nacional.

También alertó al presidente para que actuara contra aquellos que estaban conspirando contra su gobierno. Como Espaillat no se decidió a enfrentar a tiempo a los confabulados renunció de su alto cargo.

Originalmente fue de los jóvenes capitaleños que apoyaron a  Buenaventura Báez. Lo hizo porque los hechos de Santana le repugnaban.

Antes de ser ministro lo habían expulsado del país, encontrándose en esa condición cuando se produjo la anexión de la República Dominicana a España en 1861.

Para entonces ya Cestero había roto cobija con Báez, personaje este último que desde el exilio se declaró anexionista, pero paradójicamente disfrutó las mieles del triunfo ajeno.

Cestero retornó en 1861 junto a Francisco del Rosario Sánchez y otros patriotas para enfrentar a los anexionistas.

Fue de los fundadores del Partido Azul. Siempre se mantuvo “de pies en medio del turbión de las pasiones”, como lo definió un investigador de nuestro pasado.

Uno de sus escritos más impactantes lo publicó en junio de 1868. Lo tituló “¡Dios salve la Patria!”, en el cual señaló que al sentarse Báez por cuarta ocasión en el sillón presidencial: “Vuelve otra vez más en nuestra Patria a encenderse la guerra civil. Las causas son bien claras”. Y así fue.

Cestero, que combatió sin sosiego el llamado régimen de los seis años de Báez, fue de nuevo proscrito.

De vuelta en su tierra participó en el alzamiento militar de Casimiro N. de Moya, cuando este fue objeto de un fraude por Ulises Heureaux. Al fracasar esa acción armada transitó por tercera vez el áspero camino del exilio.

En el año 2009 el Archivo General de la Nación auspició la publicación de gran parte de sus inquietudes literarias, políticas y sociales en dos libros titulados respectivamente “Mariano A. Cestero. Escritos: cartas insurgentes y otras misivas” y “Mariano A. Cestero. Escritos: artículos y ensayos”.

El primer líder militar de la Restauración, general Benito Monción, le dictó sus memorias sobre aquella epopeya.

En el año 1972, mediante el Decreto No.2140, el gobierno de turno ordenó que sus restos mortales descansaran en el Panteón Nacional. Después de más de 50 años todavía no se ha cumplido ese mandato presidencial.

Juan Bautista Zafra

Juan Bautista Zafra tuvo una destacada participación pública en las primeras décadas que siguieron a la Independencia Nacional.

Repudió en sus escritos el servilismo de contemporáneos suyos, aunque en medio de pensamientos confusos aceptó desempeñar puestos administrativos durante la anexión a España.

Pronto descubrió que ese nefasto hecho era una desgracia para la nación dominicana, motivo por el cual se convirtió en un activo militante cultural y militar de la lucha restauradora.

Formó parte, en consecuencia, de una junta revolucionaria creada en la ciudad de Santo Domingo, en la que también figuraron, entre otros dominicanos prestigiosos, Ramón Alonso Ravelo, José Gabriel García, Juan Evangelista Jiménez, José Martínez, Manuel Henríquez y Carvajal, Miguel Garrido, Felipe Calero, Bernardo Pichardo, Victoriano Vicioso, Calixto Pina, Sinforoso Álvarez y otros (Papeles de Federico Henríquez y Carvajal).

También confrontó a Báez cuando este negociaba la venta de la soberanía dominicana a los EE.UU. Eso le costó que lo expulsaran del país.

Cuando Mariano Cestero renunció de ministro de Hacienda y Comercio el presidente Espaillat lo designó en su lugar. No pudo desarrollar sus planes ministeriales ante la pronta caída de ese luminoso proyecto de democracia.

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