POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El fundador del Partido Azul en su último exilio
Los tres partidos dominicanos cuyos colores motivan el titular de esta crónica fueron formados y desaparecieron en el siglo XIX; el más rico en acontecimientos de nuestra historia.
Muchos hechos se produjeron en dicha centuria, en esta tierra situada en el centro del Caribe insular. Se iniciaron con la Era de Francia (1801-1809), cuando todavía no se había fundado la Rep. Dom. y sus últimos coletazos ocurrieron el 26 de julio de 1899 con el ajusticiamiento en Moca del tirano Ulises Heureaux.
Ya he descrito que el principal rival del Partido Azul fue el Rojo, cuyo jefe Buenaventura Báez ocupó el sillón presidencial en cinco ocasiones. Puso su reconocida astucia y falta de patriotismo al servicio de la conquista del poder, prescindiendo de cualquier escrúpulo para lograr dicho objetivo.
Ese personaje era hijo del rico hacendado Pablo Báez y de Teresa Méndez, una esclava que fue manumitida por compraventa. Cultivó su intelecto, lo que le permitió empinarse por encima de otros políticos contemporáneos suyos que carecían de su talento, el cual maceró con la lectura de libros clásicos.
El Partido Azul tuvo muchas contradicciones internas. No consolidó un liderazgo único, por los motivos que he explicado en las entregas anteriores de esta serie.
Su fundador, general Gregorio Luperón, sufrió muchas vicisitudes. Abandonó su último exilio en la isla caribeña de Saint Thomas, el 15 de diciembre de 1896.
Allí acudió con gesto teatral Heureaux cuando supo que Luperón ya estaba en la casilla de salida de su vida terrenal, incapaz de hacer alguna mella.
Diversos achaques de salud habían diezmado su cuerpo. Era una sombra del vigoroso líder militar y político que fue 30 años antes, cuando le abrió los caminos de la vida pública nacional al referido tirano.
A los cinco meses de volver a pisar suelo dominicano falleció. Estaba envuelto en términos políticos en la decepción de una niebla espesa que le produjo haber apoyado diez años atrás la candidatura de Heureaux, que poco a poco se fue transformando en uno de los gobernantes más despóticos de América.
Luperón, ya sin el soporte emocional del inexistente Partido Azul, cerró sus ojos bajo la capa oscura de la noche del 20 de mayo de 1897, en la ciudad portuaria de Puerto Plata, la tierra que lo vio nacer 57 años antes.
Con los estertores de la muerte atenazándole trató de incorporarse de su lecho con las manos en jarras y balbuceando algunas palabras.
Con el gesto anterior el supremo guerrero de la Restauración hizo un “esfuerzo solemne”, de “buey manso”, aunque por motivos muy diferentes a los descritos 65 años después por Gabriel García Márquez en el primer párrafo de su novela La Mala Hora, para referirse al inefable padre Ángel.
El líder del Partido Verde
El líder del Partido Verde, Ignacio María González Santín, gobernó el país varias veces, por períodos cortos.
Esa agrupación política tenía como símbolo sonoro una corneta. Comenzó a formarse durante los enfrentamientos bélicos que se produjeron al final del penúltimo gobierno del Partido Rojo de Báez. Su incidencia política no tuvo alcance nacional. En sus inicios careció de las formalidades mínimas de un partido.
Cuando el citado líder del Partido Azul retornó de uno de sus exilios, a la caída en 1873 de Báez, gobernaba lo que le decían el Partido Verde. Era en sí el brazo político de la Revolución Unionista.
Las intrigas llegaron a su máximo nivel y el presidente González Santín ordenó el asesinato de Luperón.
Pero a quien le dio la orden de tan macabra decisión fue al gobernador de Puerto Plata, a la sazón el atildado periodista Francisco Ortea Kennedy, el cual se negó a participar en semejante barbaridad.
Ese gobernante provincial era uno de los mejores talentos del dicho Partido Verde en formación. Tenía una cultura elevada y poseía ideas alejadas de la insensatez que imperaba en el país. No estaba formado para el matonismo y otras bajezas que han formado parte de largos tramos de la política dominicana.
Pero en el camino de la verdad histórica hay que decir que el cabecilla del referido Partido Verde dejó de lado su discrepancia con Luperón e impulsó, con sus propios matices, el antillanismo; uno de los proyectos más motivadores del adalid restaurador.
Ese hecho de gran utilidad política fue a contracorriente de las presiones de las autoridades españolas que se movían de manera amenazante en viajes de cabotaje colonial entre Cuba y Puerto Rico, con buques apuntando sus cañones hacia pueblos costeros dominicanos; como reseñaron, entre otros, los patriotas puertorriqueños Eugenio María de Hostos y Pedro Emeterio Betances.
También debo señalar que el 9 de septiembre de 1874, en su calidad de presidente de la República, González Santín firmó con el gobernante de Haití Michel Domingue el Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición. Poco después los haitianos incumplieron su parte de responsabilidad, como es su costumbre.
El 23 de abril de 1876 la nueva autoridad suprema de ese país, Pierre Boisrond Canal, repudió ese y otros tratados. El Congreso haitiano votó una ley el 9 de octubre del indicado año en la cual quedó establecido que:
“…dejaban de regir de hecho, desde su origen, todos los actos definidos como “leyes, decretos y resoluciones” dados a partir del 14 de mayo de 1874, así como los contratos de resultas de los cuales los intereses del Estado hubiesen sido lesionados”.
Lo que no dejaron de hacer los vecinos del oeste de R.D. fue utilizar ese acuerdo bilateral (a pesar de que lo habían anulado unilateralmente) para seguir violando los puntos fronterizos que se fijaron en el 1777, con el Tratado de Aranjuez. Hicieron también otras barbaridades del lado este de los ríos y lugares divisorios.
“El Tratado dio lugar a numerosos incidentes diplomáticos en los sesenta años siguientes, y también dio lugar a que los haitianos se sintieran autorizados a penetrar pacíficamente y a ocupar muchas tierras más acá de la línea fronteriza…” (Manual de Historia Dominicana, Edición Librería La Trinitaria, 2018.Frank Moya Pons).
Durante la administración del Partido Verde se firmó, además, el 28 de diciembre de 1874, la ratificación de un tratado domínico español que había sido hecho en el año 1855, en los tiempos de la reina Isabel II.
Los responsables de esa ratificación fueron el mandatario dominicano Ignacio María González y el rey de España Alfonso XII. Su redacción de entrada decía así:
“Se restablece en toda su fuerza y vigor el tratado de reconocimiento, paz, amistad, comercio, navegación y extradición celebrado en Madrid el 18 de febrero de 1855, entre Santo Domingo y España…”
Espaillat y el gabinete de los apóstoles
Cuando tenía la derrota encima Ignacio María González Santín renunció del mando presidencial el 23 de febrero de 1876. Se fue al exilio.
Volvió y dirigió una asonada militar que derrocó al gobierno democrático (29-4-1876 al 5-10-1876) presidido por el honesto y patriota Ulises Fco. Espaillat.
Junto con el prócer cívico Espaillat cayeron los ilustres ciudadanos que lo acompañaban en las tareas gubernamentales, a quienes llamaban el gabinete de los apóstoles.
Por ese nefasto hecho Luperón calificó al creador del Partido Verde como “la araña que enredó a Espaillat”.
En esa ocasión sólo tuvo unos días dirigiendo de facto el país, lo que no le quitó su permanente deseo de volver al sillón presidencial.
Luego todos los contrarios de Báez se unieron y apoyaron a González y así fue elegido por última vez presidente de la República. Duró por poco tiempo en el poder, del 6 de julio al 2 de septiembre de 1878.
En dicho año fue que se intentó darle formalidad y categoría institucional de fuerza política al Partido Verde, pero eso no cuajó.
Los más activos en ese proyecto partidario fueron los hermanos Francisco y Juan Isidro Ortea Kennedy.
El historiador Rufino Martínez dejó para la posteridad este comentario al respecto: “si Francisco era la pluma del Partido Verde, Juan Isidro fue la espada”.