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SOBRE ELECCIONES DOMINICANAS (6)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Una de las primeras parodias electorales dominicanas (entonces el sufragio presidencial era indirecto) se produjo luego de que el 21 de abril de 1849 cesó el fragor de los combates a piedemonte de la vertiente sur de la cordillera central, en la pequeña sabana de Las Carreras y sus contornos.

Sobre ese acontecimiento militar sobrevendrían hechos electorales chungos que no podía imaginarse el entonces cónsul de Francia en Haití Max Rayband, cuando en su libro de relatos históricos titulado “El emperador Soulouque y su imperio” describió el escenario desolador de las partidas de derrotados haitianos que huían despavoridos por mogotes, cañadas y collados de Ocoa.

Pedro Santana

Después de los combates sangrientos de Las Carreras el general Pedro Santana, más atento a sus intereses políticos que a cualquier otra cosa, encabezó el 9 de mayo del citado año varios batallones que se dirigieron a la capital dominicana, acompañados de algunas piezas de artillería.

Jefes y soldados se acantonaron en el entonces extrarradio de la ciudad, en el caserío de San Carlos y sus aledaños. Era una señal de lo que se avecinaba para el futuro inmediato del país.

A pocos días del hecho histórico de Las Carreras, en el cual triunfaron las armas dominicanas, el Congreso Nacional, a la sazón presidido por el futuro caudillo Buenaventura Báez Méndez, en una comunicación envuelta en la neblina de la mendacidad, convocó al presidente de la República Manuel José Jimenes González, nacido en el paraíso cubano de Baracoa, a fin de que respondiera ante los congresistas una serie de preguntas todas carentes de objetividad, pues el propósito no era aclarar nada sino todo lo contrario.

Manuel Jimenes

El presidente Jimenes González, acompañado de sus más cercanos colabores civiles y militares se presentó en la mañana del 12 de mayo de 1849 ante el Congreso. Lo que se produjo fue una agria discusión de tal magnitud que fue necesario suspender el encuentro-trampa para evitar una desgracia.

En el bloque de notas congresuales del referido año aparecen algunos detalles de la gresca que se produjo entonces y que pocos días después derivó en una de las tantas mascaradas de elecciones que ha tenido el país.

Con el paso del tiempo el historiador, geógrafo y político Casimiro Nemesio de Moya Pimentel, en su obra Bosquejo histórico…detalla con mayor amplitud lo que hubo ese 12 de mayo de 1849 entre representantes de dos de los poderes del Estado Dominicano.

Pero ese percance no hizo desistir de sus propósitos de interrumpir el orden constitucional a los enemigos del presidente Jimenes González, que se apiñaban en el Congreso, Al día siguiente volvieron a reunirse y tomaron varias medidas que pocas semanas después serían la génesis de calamidades eleccionarias.

Ese 13 de mayo de 1849 los aludidos congresistas se hicieron acompañar de poderosos personajes extranjeros, en un acto de sumisión de gran envergadura, por su nivel de vileza política.

En efecto, estaban flanqueados por los cónsules de los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, respectivamente. Eran los señores Jonathan Elliot, Víctor Place y Robert Hermann Schomburgk, este último un naturalista y explorador de origen alemán, pero súbdito inglés de mucha ascendencia ante la reina Victoria.

El general Jimenes González, que había sido elegido presidente constitucional de la República para el cuatrienio 1848-1852, no se amilanó ni se anduvo con chiquitas y lanzó una campaña contra los legisladores más pugnaces y al mismo tiempo ordenó fuego de artillería contra las tropas que vivaqueaban desde los cerros del entonces noroeste de la ciudad de Santo Domingo, y cumplían originalmente tareas disuasivas cuyo signo distintivo era demostrar que el general Pedro Santana era el hombre fuerte del momento.

Fueron tantas las presiones y los ataques desde diferentes lugares, dentro y fuera del país, que Jimenes González se vio obligado a renunciar de la presidencia de la República y salir del país el 29 de mayo de 1849, en un barco de guerra británico.

En ese amargo viaje hacia el exilio fue acompañado por un séquito de hombres que figuran en la historia dominicana con diferentes papeles, entre ellos:

Jacinto de la Concha, prócer trinitario y febrerista, aunque luego los azares de la vida lo llevaron por un tiempo a renegar de su fervor patriótico. Valentín Alcántara, héroe de la batalla de Estrelleta en el 1845, que luego torció su rumbo y se convirtió en un amanuense del jefe haitiano Soulouque. Juan Nepomuceno Ravelo, uno de los 9 fundadores de la Trinitaria, semilla de la independencia dominicana. Luchó por la libertad de su patria y falleció fuera de ella, en Santiago de Cuba, en el 1885.Tomás Troncoso, luchador febrerista que alcanzó el rango de general por su valor en diferentes batallas contra los haitianos. Siempre fue fiel a Jimenes y nunca aceptó las ofertas tentadoras que le hizo Santana, aunque con el paso de los años sintió cierta inclinación por Buenaventura Báez, a partir de su segundo gobierno.

Todavía la quilla de la aludida unidad naval británica rompía, en su desplazamiento, agua del mar Caribe cuando ya el general Pedro Santana se hacía sentir como jefe del aparato estatal, en su indiscutible condición de dueño de la situación política del país.

Las fuerzas ultraconservadoras convocaron para el 25 de junio de 1949 a los colegios electores para escoger al sustituyo del presidente Jimenes, a quien habían hecho renunciar, así como a los ya excongresistas partidarios suyos.

En los próximos 10 días se hizo una farsa electoral bajo la dirección formal de Báez

Méndez, que en ese momento aparentaba ser el más ardiente santanista.

El referido presidente del Congreso no escatimaba palabras para ensalzar al futuro marqués de Las Carreras, inflando aún más su ego desbordante.

Valga la digresión para decir que los hechos de años posteriores hacen pensar, desde la atalaya del tiempo, que esas eran pericias tácticas del sureño educado en Europa tratando de “torear” los instintos felinos y los repentes cargados de dicharachos del hombre que apodaban El chacal de Guabatico.

En medio de dichas “deliberaciones” se leyó un informe del caudillo seibano nacido en el pueblo ahora haitiano de Hincha, con el cual quedó demostrado que era él, sin ningún resquicio de duda, el que mandaba en el país.

El 5 de julio se hizo “el conteo” de los votos, resultando escogido como presidente de la República el santanista Santiago Espaillat, quien no aceptó el cargo alegando problemas de salud y de edad, `pero entre sus más íntimos reconoció luego que no estaba en condiciones anímicas de encabezar desde la formalidad de ese elevado puesto los odios que entonces corroían la sociedad dominicana.

El 18 de julio de ese año el congreso adocenado declaró a Santana como libertador de la Patria y lo designó general en jefe de los ejércitos dominicanos, ordenando, además, que un retrato suyo presidiera la sala de reuniones de los legisladores, teniendo a su derecha a Cristóbal Colón y a su izquierda al caudillo cotuisano Juan Sánchez Ramírez.

Desde el 30 de mayo de 1849 hasta el 23 de septiembre del mismo año Santana actuó, sin ningún eufemismo, como “jefe supremo de la República Dominicana”.

Ante la negativa de Espaillat se hicieron nuevas elecciones presidenciales en los Colegios Electorales, que estaban bajo la feroz vigilancia del citado hombre fuerte del momento.

De 59 votos emitidos 57 fueron para Buenaventura Báez (el entonces valido de Santana), quien fue juramentado con fanfarria el 24 de septiembre de dicho año.

La llamada “luna de miel” entre Santana y Báez fue de muy corta duración, tal y como relata el diplomático y recopilador de hechos históricos Sumner Welles, en clásica obra La Viña de Naboth.

Dicho lo anterior a pesar de que en su discurso de juramentación presidencial Báez prometió cumplir con los deseos de los santanistas de buscar protección de una potencia extranjera.

Pero algunos aspectos de esa pieza oratoria no fueron del agrado de los más conservadores, que entendieron que había algún menosprecio a las que consideraban las extraordinarias condiciones marciales de Santana.

Fue cuando Báez se refirió a su voluntad de “organizar y disciplinar” al ejército. Eso creó el germen central del distanciamiento entre miembros de los dos principales bandos ultraconservadores que dominaban el escenario político del país. (Ver Colección Trujillo. Volumen 5, Congreso Nacional, período 1845-1849).

teofilo lappot

teofilolappot@gmail.com