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La excelencia académica en las primeras décadas del siglo XXI

Humberto Contreras Vidal

Por Humberto Contreras Vidal

Soy egresado del Liceo Onésimo Jiménez (Matutino). Una institución pública del sistema educativo dominicano, localizada en Los Pepines, Santiago de los Caballeros. Terminé mis estudios secundarios, los que me dieron acceso a la universidad, a finales de la década de los 80.

He realizado mis estudios universitarios en la década de los 90. Gracias a mis calificaciones, y el apoyo de mi familia, personas e instituciones, tuve la oportunidad de salir del país a finales del año 1997. Fui becado por la que en aquel momento se denominaba Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI). Regresé nuevamente al país prácticamente en el año 2002 después de haber finalizado un programa de doctorado. Esto significa que me estuve formando, académicamente y en el nivel superior, en las últimas décadas del siglo XX y el primer año del siglo XXI.

Recuerdo que, en el año 2000, en los medios de comunicación españoles se decía que la generación de jóvenes estudiantes españoles de esos años, era la más inteligente y mejor formada de la historia. Sin embargo, a lo interno del departamento universitario donde desarrollaba mi tesis doctoral, las opiniones de los doctores en ciencias que me rodeaban eran totalmente contrarias a las ideas que se publicaban en medios y organizaciones oficiales.

Desde mi regreso en el año 2002 y hasta la fecha, me he desempeñado como docente y administrativo de la educación superior en el sector público y privado. 20 años después, entiendo mejor el sentimiento de aquellos doctores españoles, al ver que, en las primeras dos décadas del siglo XXI, la idea de excelencia académica en las instituciones de educación superior dominicana se ha deteriorado a niveles alarmantes y vergonzosos.

Recuerdo que (y espero no equivocarme por mucho), en la investidura de la UASD del mes de octubre de 1996, nos graduamos 1,108 profesionales, de los cuales hubo 13 que se invistieron con lauros académicos (con honores). 13 graduandos que fuimos sentados en primera fila. Fuimos colocados, de forma exclusiva y destacada, en una de las primeras páginas del libro de graduandos. Sobre todo, fuimos especialmente aplaudidos. A todos se nos regaló el anillo de graduación.

Esto significa que menos del 2% de los estudiantes, dos de cada 100 graduados, fueron considerados como profesionales merecedores de honores. Vale la pena recordar que la mayoría de esos 13 graduados obtuvieron el honor Cum Laude, promedios acumulados que van desde 85.00 hasta 89.99. La que mayor índice obtuvo fue de la carrera de medicina con poco más de 92 puntos para Magna Cum Laude, la cuál recibió muchos aplausos como era de esperar. A ella le correspondió la palabra para agradecer en nombre de todos los graduandos de ese día.

Sin embargo, el graduando más aplaudido fue un joven que alcanzó más de 85 y menos de 86. Ese joven se graduó de ingeniería civil mención edificaciones. Recuerdo que todos se levantaron de sus asientos y a él le aplaudieron de pie, iniciando por el Rector de entonces de la UASD y el Consejo Universitario en pleno. Durante un minuto, quizás más de un minuto, hubo aplausos ininterrumpidos. Fue un aplauso eterno y muy emotivo para todos los que allí estuvimos, incluyendo los que estábamos a su lado que lo ovacionamos más de cerca que todos.

Esta narración de parte de mi propia historia es necesaria para que se entienda que desde el Ministerio de Educación Superior de la República Dominicana se tiene que detener este proceso de deterioro de la calidad en la formación profesional en la República Dominicana. Es urgente evaluar la idea que tenemos de excelencia académica.

No se pretende que regresemos al pasado. Sin embargo, no es posible que un 15, 20, 30 y 40 por cien de los egresados de las universidades dominicanas están graduándose con honores. Esta observación es válida para todo el sistema de educación superior dominicano. De seguir como vamos, en pocos años, los que no se gradúen con honores serán las excepciones cuando debería ser todo lo contrario. ¿O es que esta generación de jóvenes es la mejor formada e inteligente de toda la historia dominicana?

Nadie puede negar que la educación dominicana avanza en el número de instituciones que ofrecen servicios educativos. La infraestructura ha crecido, las titulaciones que ofrecemos se han actualizado y diversificado. Disponemos de una mayor cantidad de equipos y herramientas tecnológicas modernas al servicio de la formación.

Sin embargo, también somos conscientes de que vivimos en una época en la que muchas personas andan hablando solas en las calles y no están locas. En realidad tienen un audífono en su oído que no podemos ver. Estamos en una carrera acelerada donde, cada vez, incorporamos más tecnología. Tecnología que en vez de mejorar la formación universitaria está garantizando una formación profesional mediocre en grado sublime.

Nos dirigimos a egresar profesionales artificiales. La inteligencia artificial debe servir de apoyo para lograr una mejor formación profesional. No debe contribuir a reducir las competencias que se esperan alcanzar en un profesional.

La República Dominicana necesita técnicos y profesionales con los pies sobre la tierra. Estamos en el deber de fortalecer el grado universitario: técnicos superiores, licenciados, ingenieros y arquitectos. El grado universitario es el que otorga el derecho de ejercer una profesión. No debemos pretender llenar lagunas con los títulos de postgrado, de los cuales hay algunos, que han priorizado los intereses económicos por encima de la formación de quien los realiza. Aspiremos a más formación y menos titulación en el postgrado.

La calidad en la formación universitaria a nivel de grado debe retomarse con urgencia en todas las universidades dominicanas, y me atrevería a decir que en gran parte del mundo occidental. Una formación más rigurosa y exigente podrá garantizar una corrección en la idea que tenemos de excelencia académica. Que nuestros egresados de honor, por lo menos, sepan leer y escribir en español. Que sean capaces de identificar y analizar un problema mientras reconocen oportunamente sus limitaciones.

Esta mejora se podrá lograr cuando el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCyT) coordine acciones con el Ministerio de Educación de la República Dominicana (MINERD). A las universidades dominicanas no pueden seguir llegando analfabetas funcionales.

Que se tomen las decisiones que se tengan que tomar. Si es necesario modificar las Leyes de Educación de la República Dominicana que se modifiquen. El 4 % del Producto Interno Bruto (PIB) es un monto disponible y suficiente para resolver los problemas educativos dominicanos. Tenemos el personal joven formado y preparado para dar soluciones. NO NECESITAMOS PERSONAL NI ASESORES EXTRANJEROS DE NINGÚN TIPO. Aunque se dejan las puertas abiertas a todos aquellos extranjeros amigos que quieran colaborar de forma voluntaria y honorífica.

Es tiempo de ejercer mayor soberanía en todos los asuntos nacionales. Resolvamos nuestros problemas nosotros mismos. La excelencia académica debe ser motivo de orgullo y no de vergüenza. La excelencia académica, al final, es una medida de la calidad de la educación.

En síntesis, es urgente que las autoridades educativas a todos los niveles, y todos los actores interesados, puedan aunar esfuerzos para discutir el tema de la excelencia académica en la República Dominicana. Que se convoquen los congresos, simposios, conferencias, jornadas y talleres que sean necesarios para discutir este problema.

Y mientras tanto, se solicita que de forma individual los docentes conscientes de esta situación, dejemos de ser corresponsables, y cómplices de alguna forma, del deterioro progresivo de la calidad de la educación. Así podremos iniciar un proceso de mejora acerca del concepto que tenemos sobre excelencia académica.

El autor es doctor en ciencias químicas, residente en Santiago de los Caballeros. huco71@gmail.com