SERGIO REYES II. Escritor costumbrista, investigador histórico, activista cultural y comunicador.
Sergio Reyes II.
Santo Domingo, Año Cero;
Combatientes en territorio usurpado por el invasor.
De dos en dos, de manera furtiva y observando estrictas medidas de seguridad, avanza en dirección a la parte alta de la ciudad de Santo Domingo un heterogéneo grupo de personas integrado, mayoritariamente, por mujeres.
Si se les observa cuidadosamente, con el sigilo que permiten las circunstancias y haciendo mutis de la andanada de proyectiles que sisean en forma artera, en todas direcciones y tras la búsqueda de penetrar en las carnes y la anatomía de cualquier descuidado peatón que se arriesgue a transitar por un territorio que se encuentra azotado en estos días por los bombardeos, las ráfagas y morteros desplegados de manera despiadada por el ejército invasor yanqui, podría notarse el contraste entre el ropaje de las féminas, que se desplazan con decisión hacia un difuso destino, frente a la indumentaria militar y el temible fusil ‘Fal’ que porta el hombre que las custodia.
Y, por encima de todo, la determinación de éste en proteger las vidas de las damiselas, a cualquier costo, con la garantía de acompañarles hasta los dominios del mismo infierno, si necesario fuese, tal y como le ha sido encomendado.
Mujeres de Abril 1965
De cuando en cuando se detienen y agazapan, obedeciendo en silencio al enérgico mandato del brazo en alto del hombre de verde olivo. La organización en cuadrícula de los bloques de edificaciones que componen esta parte de la antigua Ciudad Colonial pone en grave riesgo y al descubierto los cuerpos y las vidas de todo aquel que transite por la calle Mercedes y otras que se encuentran en la línea de mira de los francotiradores yanquis apostados en lo alto de las torres de Molinos Dominicanos.
Afanoso por preservar a su valiosa encomienda, el combatiente se mantiene impertérrito, refrenando el avance, hasta que siente cesar, momentáneamente, la criminal descarga de proyectiles disparados por el enemigo.
Y se lanzan en tropel, cual chiquillas juguetonas, atravesando la calle con peligro de sus vidas y sin parar mientes en guardar las composturas y asegurar las erráticas pisadas, dificultadas en su avance por la altura de los tacos de los zapatos que, como es lógico pensar y sin temor a las circunstancias, portan las sudorosas pero animosas doncellas.
Caminando en zigzag, unas veces por la calle Sánchez, otras por la José Joaquín Pérez o la José Reyes; desechando espacios abiertos y tratando de no llamar mucho la atención de los residentes que, en estos días, han quedado atrapados en medio de una guerra cruel en donde las balas llueven desde todas direcciones y penetran peligrosamente por los techos de zinc de sus humildes viviendas, continúan el avance hacia el norte, rebasan la Mella y, por los intrincados patios aledaños al Mercado Modelo, se acercan poco a poco hasta las cercanías del odiado Cordón de Seguridad, engendro criminal impuesto por la ‘inteligencia’ intervencionista para dividir el perímetro de la población capitalina y arrinconar en tan solo cuarenta cuadras a los soldados de la dignidad y el decoro.
El momento demanda un leve reposo que permita, aun sea de manera fugaz, aplicar los necesarios retoques y afeites en el maquillaje, colorete y carmín en mejillas y labios, así como sombra en el entorno de los ojos. Con suma coquetería se ocupan de atender otras intrincadas partes del cuerpo, para renovar la apariencia, reforzar la sensualidad que traspiran sus sensuales carnes de ardientes y decididas doncellas así como para levantar el ánimo, la firmeza y determinación que requiere la significativa misión a la que se encaminan.
El horno no está para galleticas y, ante la mirada atónita del tenso militar que les acompaña, mientras las demás se ocupan de acicalarse, con la audacia y determinación que le caracteriza, la espigada combatiente a quien todos conocen como La Jabá, se ajusta entre las piernas y en forma subrepticia un pequeño revólver, obtenido como trofeo al calor de otras luchas y similares circunstancias. De inmediato y siguiendo al pie de la letra las instrucciones emanadas de su indomable conductora, el resto de las integrantes de este atípico ejército de fierecillas de tongoneantes caderas, colocan, en similares escondrijos, las ‘sevillanas’, estiletes u otro tipo de armas punzantes que siempre llevan a cuestas, ‘pa’ que las libren de todo mal’.
Una vez ceñidos los escotes, alisados los cabellos, colocados los collares, aretes y demás artículos de bisutería y tras haberse rociado el rostro, las mejillas y el cuello con el auxilio siempre necesario de generosos toques de perfume, las mujeres se aglutinan en círculo para recibir las directrices finales de La Capitana, sobrenombre con el que, de manera adicional, se ha dado en conocer a La Jabá, al mejor estilo de estos tiempos de guerra, en reconocimiento por sus dotes de dirección, la eficacia en las enjundiosas labores que le son asignadas por el Alto Mando y, en abono al profundo amor a la Patria que tanto ella como las demás de su claque profesan.
Avanzan de manera frenética y al llegar a la Félix María Ruiz se separan y dispersan tomando disimiles rumbos. A partir de este punto, cada cual ha de asumir frente al grosero soldado invasor su propia guerra, su propia venganza y su propio heroísmo, en reivindicación de la Patria mancillada.
Su misión: apelando al velado embrujo de almibaradas palabras -que apenas rebasan el simple saludo en un inglés machacado-, intentar seducir y engatusar, con sutil provocación, haciendo uso de sus encantos, la ofrenda de sus apretadas carnes y sus lujuriosos y apetitosos pechos, a los azorados soldadotes gringos de sonrosada piel que, en esta ocasión y ante milicianas de tan insospechada estirpe, no saben cómo reaccionar ni hacia donde apuntar sus tenebrosos fusiles.
Una vez con el enemigo rendido a sus pies, arrastrados por separado hasta los patios, callejones y trastiendas de la barriada, el interior de los camiones o cualquier otro recoveco que las circunstancias permitan, las chicas harán uso de sus mañas y melosos subterfugios para embriagar, esquilmar y someterle a la obediencia. Discretamente, se harán cargo de cualquier arma, pertrechos militares o utilería requeridos por la Revolución, y, de ser necesario, tomarán el control –de la forma que sea– de estos padrotes con ínfulas de vaqueros del Viejo Oeste americano, que se pavonean con arrogancia en las calles de Quisqueya.
Y, de ponerse majadero alguno de los presuntuosos ‘marines’, en caso de extrema necesidad y haciendo uso de las contundentes herramientas cortantes que tienen a mano, han de infligirles el mayor daño posible, en una catarsis de sangre y en retaliación por las múltiples bajas recibidas por el pueblo dominicano que combate en las calles y las trincheras, defendiendo su derecho a la autodeterminación.
-II-
De vuelta al redil.
Una a una y por disímiles caminos, extenuadas y sudorosas por el fragor de la delicada jornada, arrastrando el peso de la culpa por la feroz encomienda que acaban de cumplir hasta las últimas consecuencias, las féminas se encaminan hasta el acordado punto de reunión, blandiendo en las manos, las más de ellas, algunos dólares sustraídos al enemigo en medio del descuido, diversas barras de empalagoso chocolate, chicles, comida enlatada y otras apetitosas minucias que forman parte de la requisición y que conservarán para sí y exhibirán, cual sagrado botín, mientras duren.
De antemano saben que, oteando en la distancia y esperándoles estará, de pie, La Capitana. Y, en esta ocasión, ya deslindados los campos, ha de estar blandiendo en las manos, de manera ostensible y agresiva, su temible revólver; por lo que pudiese suceder.
De aquí en adelante, ella y solo ella tendrá que asumir la encomiable y honrosa misión de recibir a esta nueva modalidad de combatientes y conducirlas a salvo de regreso hasta El Conde, a entregar su informe de operaciones a su enlace directo con el Alto Mando.
Angustiadas. Con ostensibles manchas de sangre –aún fresca-, en la ropa y las manos de algunas, y dejando entrever en sus rostros las muestras del asco, el miedo y el estrés que les causa todo aquello que han vivido en las recientes horas y minutos, se ponen a las órdenes de su guía, quien, de manera extraoficial, pasa balance del resultado de la enjundiosa ‘operación’ y escucha las versiones, confidencias y testimonios –algunos adulterados, como es natural, si se tiene en cuenta las circunstancias– que, entre cuchicheos, circulan en el conglomerado de las chicas.
En la jornada del día hay que anotar una que otra dolorosa pérdida. Una ‘baja’, caída en el cumplimiento del deber. Dulce et decorum est pro patria mori -Dulce y Decoroso es morir por la Patria-, está grabado en piedra, para la posteridad, en lo alto del baluarte del Conde. Ése, es el justo precio de la dignidad y la defensa de la Constitucionalidad. Cada una de ellas lo sabe. Y no se arrepienten del papel que les ha tocado jugar –y seguirán jugando-, hasta expulsar de tierra dominicana al último soldado norteamericano. Vivo o muerto.
Porque, como dijo el poeta, con el yanqui en nuestras calles, Santo Domingo tiene más ganas de morirse que de verse a sus plantas (…); (y podrá tenerla) en cenizas, pero nunca entregada’. (*.-Abelardo Vicioso).
Y, parafraseando a Neruda, ‘me gusta en Nueva York el yanqui vivo, y sus lindas muchachas, por supuesto, pero en Santo Domingo y en Vietnam, prefiero norteamericanos muertos’. (* ‘Versainograma a Santo Domingo’; Pablo Neruda -Chile-).
-III-
Lo que el tiempo nos dejó!
Por entre callejas estrechas, en forma desafiante y emitiendo espantosos rugidos, se abre paso un reluciente camión atiborrado de paquetes de comestibles destinados a paliar el hambre que asedia a las famélicas familias de las barriadas de la parte alta de la ciudad de Santo Domingo.
A través de los intersticios y por encima de los tablones que componen el cuadro de la ‘cama’ del sólido vehículo de transporte, puede avizorarse que, para la ocasión, los arteros cerebros de los directivos de la ‘Cruzada de Amor’ no han escatimado recursos, al tiempo de desplegar sus más refinadas mañas en aras de doblegar o, por lo menos, aplacar, por medio de la distribución de dádivas, las ansias libertarias y el espíritu levantisco de las gentes de este sector territorial que, desde siempre, ha dado mucha agua a beber a las instancias de poder, tanto a las del mamotreto de gobierno llamado ‘De Reconstrucción Nacional’, que, con el apoyo de los gringos y en el curso de la Revolución de Abril de 1965 -finalizada unos años atrás- impuso a sangre y fuego en la ‘Zona Norte’ el tristemente recordado ‘Cordón de Seguridad’, como también al de la mal llamada Paz, epíteto con el que, indebidamente, se ha denominado al que rige los destinos de la Nación, en estos días.
Entre la abigarrada muchedumbre que espera con ansias la llegada del imponente armatoste, se destaca la espigada figura de ‘La Jabá’, una hembra de armas tomar, quien arrastra un historial de larga data en asuntos de refriegas, escaramuzas, enredos de índole política y, por encima de todo, regodeos libertinos en asuntos del amor. Y, como tal, fiel conocedora de las enmarañadas pasiones que, por lo general, arropan a cualquier miembro del denominado ‘sexo fuerte’ que se ponga al alcance de su férula.
Como es usual en ella, sin respetar filas, ordenanzas ni jerarquías, tan pronto se estaciona el vehículo, a fuerza de coraje más que por efecto de su anatomía, se abre paso entre el gentío; En breve, se encuentra ubicada en el tope de la línea, demandando para sí y para otros que no pueden -ni deben- estar en este escenario, la cuota del clientelismo y apaciguamiento político que, por efecto de la política de la entrega de las ominosas ‘funditas’, viene aplicando el régimen de Joaquín Balaguer entre los sectores humildes, como forma de mitigar, por un lado, el hambre en el seno de la población, y por el otro, disolver o disminuir los ánimos peleoneros y de rebeldía que tantos sobresaltos le han dado al gobernante, desde sus tiempos de corifeo y continuador del Trujillato.
Sin dejarse presionar por los vocingleros que reclaman y maldicen a sus espaldas, la mujer recibe, como siempre, una generosa y bien equipada ración, además de otras más que, por efecto de la insinuación de sus encabritados encantos, pudo arrancar de manos de los alelados repartidores de las fundas de comida.
Y haciendo mutis a las insinuaciones procaces y los encendidos comentarios con que se dirigen a ella los libidinosos militares que custodian el camión, más empeñados en intentar manosearle las túrgidas y aún provocativas carnes que en cumplir su cometido, se aleja del escenario a paso doble, satisfecha del botín obtenido y guardando en sus adentros el recato por las acciones que debe encaminar, en la actualidad, en aras de subsistir, con ciertos niveles de dignidad, sin abandonar, en lo fundamental, los principios que tanto ella como otras congéneres y ‘colegas del oficio’ han sabido mantener en alto, desde aquellos álgidos días de la Guerra Patria.
De más en más, los pasos le alejan del ruidoso enjambre humano que medra en las múltiples filas en busca de alimentos. ‘Le cogemos las funditas y no somos reformistas’, fue la ‘línea’, sotto voce, que bajó el Partido, a lo interno de su militancia. Y, obediente a ella, La Jabá encamina su misión sin inmutarse ante las recriminaciones de quienes le miran con la rabiza del ojo y desdicen a sus espaldas, catalogándola de tránsfuga, traicionera y come comía.
Ella, más que nadie sabe que, en esta ocasión como en otras muchas que la gente ni se imagina, sobre sus hombros ha descansado la enjundiosa tarea de echar mano a la mayor cantidad posible de las dádivas que ofrece el Estado -y que, en definitiva son sufragadas con los recursos del pueblo-, para aligerar las penurias de su gente, de antiguos participantes en la contienda y de aguerridos dirigentes políticos y estudiantiles del presente que se baten, día a día, en las calles, los clubes culturales y progresistas, los sindicatos, liceos, la universidad y la dirección partidaria, en un frente común contra el opresivo régimen balaguerista, que corrompe, asesina y mata a la población militante.
Al tiempo en que cavila en estas reflexiones, con decididas pisadas se encamina por una discreta calleja del Ensanche Espaillat, en donde le espera un reducido pero dinámico grupo de activistas políticos de la barriada, para dar curso, con todo el sigilo que las circunstancias permitan, a la distribución equitativa, entre la gente humilde del sector, de las raciones alimenticias arrancadas, en el buen decir de las circunstancias, al sistema de oprobio que rige en la Nación.
Intensas bocanadas del cigarrillo que mantiene terciado entre sus labios dan vida a errantes volutas de humo, que se elevan por encima de su cabeza, cubriéndole el rostro de caprichosas expresiones en las que influye más el recuerdo de años idos que la simple y, en cierto modo, acomodaticia pincelada, que caracteriza el presente.
Y deja divagar sus pensamientos hacia épocas pasadas, esfuerzos y heroísmos, basados en el logro de un ideal.
-IV-
‘Un atípico Comando’.
En la planificación, ejecución y sostenimiento de la Guerra de Abril de 1965, jugó un papel decisivo y singular la integración a la lucha armada de los pundonorosos y valientes Soldados de la Patria, los aguerridos militantes políticos de avanzada que junto al pueblo llano integraron los Comandos Constitucionalistas, los combatientes de otros países, que se integraron a la revuelta en un bello gesto de solidaridad para con los dominicanos, los ‘Palomos’ –mozalbetes de mediana edad, adiestrados en labores de infiltración y sabotaje en las filas enemigas-, ancianos y veteranos de otras heroicas jornadas de lucha, los artistas del ‘Frente Cultural’, los periodistas, locutores, intelectuales y empresarios progresistas, los médicos, obreros portuarios y de la construcción, enfermeras y un sinnúmero de integrantes de diversos grupos sociales y laborales.
Igual singularidad la constituyó la integración de una inmensa cantidad de mujeres, quienes de manera decisiva se sumaron, unas en la enseñanza y otras en el aprendizaje de las artes de la guerra, en la Academia Militar 24 de Abril; Y otras más en las jornadas de protesta, preparación y trasiego de municiones, la confección de uniformes y en las diferentes labores de avituallamiento y soporte a los combatientes, en apoyo al desarrollo de la Revolución.
Pero, en adición a los casos anteriores, de igual manera estuvieron presentes en la revuelta ésas otras mujeres a las que nos hemos venido refiriendo, que también merecen ser reconocidas y honradas dignamente, sin remilgos ni poses.
Porque ofrendaron sus encantos, su pudor, su juventud y sus ilusiones, en aras de la reivindicación de la Patria mancillada.
Porque pusieron sus vidas en peligro y, en muchos casos, pagaron caro por su arrojo y osadía.
Porque, el amor y las banderas resisten más allá de las batallas, (René del Risco) muchas de las que sobrevivieron –La Jabá, entre ellas-, aún deambulan por ahí, orgullosas de su participación, pero olvidadas y discriminadas, cual si no hubiesen existido nunca.
Borradas del mapa, como dirían algunos. Ignoradas por la traza de los tiempos. Por la ingratitud de los hombres. Por el acomodo en los enfoques de cronistas e historiadores de doble moral, que pretenden ver el lado convencional de la asonada de Abril de 1965 y el aporte de sólo algunas de sus destacadas participantes
Con el tierno calificativo de ‘Las muchachas’, acostumbran referirse a aquellas milicianas de su predilección.
Despreciadas en base a los requerimientos y principios ‘morales’ de quienes consideran -tanto hombres como mujeres- que la participación de estas insignes combatientes debe ser silenciada o, por lo menos, minimizada y mantenida en ‘perfil bajo’, en atención a espurios e hipócritas criterios convencionales, propios de una sociedad en decadencia, que no respeta los códigos de la veneración al ejemplo y el heroísmo; Una sociedad que reniega de sus legítimos paradigmas al tiempo que ensucia los rótulos de las calles con los nombres de toda clase de entreguistas y traidores a la Patria, cuyo reposo eterno debe ser el zafacón de la historia.
En el fragor de la lucha y para la posteridad, ésas otras mujeres de Abril se dieron a conocer con el mote de ‘El Comando de los Cueros’. Su ejemplo no debe seguir siendo ignorado. A investigadores y estudiosos de nuestra historia, -críticos, objetivos y desapasionados-, les corresponde rescatar y poner en su justo lugar, para conocimiento de la generación del presente y el porvenir, las identidades, las virtudes y el innegable aporte de esas heroínas, que lucharon en defensa de su pueblo, con bravura de leyenda y desde el anonimato.
Aunque algunos ‘sepulcros blanqueados’ se ruboricen y se rasguen las vestiduras al escuchar estos relatos!
-V-
Una historia digna de ser contada.
Desde el fondo de un polvoriento baúl escondido en un olvidado rincón del sentimiento, un buen día entré en conocimiento de retazos aislados de esta demoledora gesta que, dada su relevancia, amerita ser difundida, para conocimiento de todos. Al tiempo que iba hilvanando la trama y empatando detalles, se agigantaba en mi interior el respeto y la admiración por aquella mujer que, con mirada vidriosa y ojos gastados por el paso de los años, intentaba sostener en mi presencia un poco del glamour y el encanto que, evidentemente, exhibió entre todos los de su entorno, en sus tiempos de vodevil y amplio dominio de la pasarela.
Esa matrona de huidiza mirada, a quien dediqué sucesivas jornadas de diálogos casuales en los que desestimé la metodología académica de la entrevista, a fin de no incurrir en preguntas directas ni cuestionamientos que pudiesen herir susceptibilidades y despertar pecaminosos fantasmas del pasado, se volcó en detalles, minucias y testimonios que, en cierto modo, antes que aprendiz de periodista, me hicieron sentir como oficiante a cargo de un confesionario.
Sumido, como lo estaba, en terreno turbulento, y conocedor del urticante efecto que tales asuntos despiertan en el seno de ciertos encopetados miembros de la ‘alta sociedad’, me fui adentrando en aquel inextricable torbellino de verdades que solo unos cuantos llegaron a conocer, en detalles; y que, por la crudeza de los temas en cuestión, difícilmente podrían ser esbozados con profusión de datos en escritos destinados al consumo del gran público lector.
Por esta y otras razones que no viene al caso escudriñar ni batir ahora, lanza en ristre y a la manera de aquel caballero de las causas perdidas, he dado en asumir, tardíamente, la palabra empeñada, anos ha, en momentos en que solo me impulsaba la emoción por redactar la crónica de una demoledora trama que podría constituir el motivo de una descollante calificación, en las clases de periodismo investigativo.
Esas verdades amargas, contadas a viva voz por una de esas otras mujeres de Abril de las que nunca nadie quiso acordarse, a pesar de que lo dieron todo por su país, son las que expongo en esta ocasión.
Con pelos y señales. Sin agregar nada ni quitarles un ápice. Porque la verdad siempre es revolucionaria y hay diversas maneras de amar a la patria, el deber impone dar a conocer tales hechos.
Ésta, sin más acomodos, es la historia detrás del relato.
SERGIO HIPOLITO REYES ARRIAGA