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 LA GUERRA FRÍA FUE CALIENTE (1)

Teófilo Lappot Robles

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La frase “Guerra Fría” apareció por primera vez en el 1945, como parte del ensayo titulado “Tú y la Bomba Atómica”, de la autoría del periodista británico Eric Arthur Blair, que utilizaba en sus variadas obras el seudónimo de George Orwell.

Dicho autor desmenuzó después el tema en otros escritos en los cuales alertaba sobre eventuales nuevas guerras, que pronto se convirtieron en amarga realidad.

Ningún experto vaticinó que el germen de nuevas tensiones políticas, económicas y militares de alcance mundial brotaría, como si fueran esporas, de la reunión que durante los días del 4 al 11 de febrero de 1945 mantuvieron los líderes mundiales Roosevelt, Stalin y Churchill en la ciudad de Yalta, en la península de Crimea, en la parte limítrofe de la misma con la costa del mar Negro. 

Pero también se puede decir, sin faltar a la verdad, que tal vez los primeros esbozos de lo que muchos creyeron, con ilusión huera, que sería una etapa de paz en la tierra comenzaron a trazarse poco después de la muerte de Hitler, el 30 de abril de 1945.

Lo dicho en el párrafo anterior se produjo antes de que cesara el crepitar de las armas, con un hecho revelador ocurrido en Berlín, gran ciudad con cinco ríos, situada en el noreste de Alemania, narrado así por el historiador inglés Antony Beevor:

“La mañana del 7 de mayo el perímetro de seguridad comenzó a derrumbarse. Las últimas piezas de artillería del 12º ejército dispararon los pocos proyectiles que les quedaban antes de que sus propias dotaciones las hicieran volar por los aires…” (Berlín. La Caída: 1945. P.425. Editorial Crítica, Barcelona, España.Sept.2005.Antony Beevor).

Uno de los que explicó con amplitud lo que en sí fue la denominada Guerra Fría fue el célebre Winston Churchill, ya liberado de sus funciones como primer ministro de Gran Bretaña, en un discurso que pronunció el 5 de marzo de 1946 en un recinto académico de la ciudad de Fulton, en el Estado de Misuri, EE.UU.

En esa y otras muchas ocasiones el genial político inglés, que se autodefinió como “un gusano de luz” cuando fue designado primer lord del Almirantazgo, se refirió con gran despliegue de conceptos a la tirantez que ya se estaba tejiendo con lo que llamó la cortina de hierro que cubría el centro y el este de Europa, “desde Trieste en el mar Adriático hasta Stettinen el mar Báltico”; tendida por la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Pero al margen de opiniones específicas lo cierto fue que lo que se conoció como Guerra Fría fue un conjunto de acuerdos firmados por los líderes de las potencias que emergieron victoriosas en el 1945, año en que terminó la Segunda Guerra Mundial.

Para entonces todavía partes considerables de Europa, Asia y el norte de África estaban empapadas de sangre y se escuchaban los quejidos por las decenas de millones de muertos, heridos y mutilados, así como por la ruina material de centenares de ciudades, pueblos y campos.

Los zarcillos del odio y la ambición de políticos y militares, engorilados de poder y soberbia, convirtieron en poco tiempo en papel mojado dichos acuerdos, que supuestamente llevarían al mundo, luego del referido año, a una etapa de larga tranquilidad. No pasaron de ser un mito más, de los tantos que pueblan la historia de la humanidad.

La idea que se proyectaba de cara al público era que dos bloques de países encabezados respectivamente por los Estados Unidos de Norteamérica y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas buscaban sanar heridas y devolver la esperanza de paz a todos los pueblos.

La realidad, en cambio, demostró todo lo contrario. Durante la Guerra Fría decenas de conflagraciones estallaron en diversos lugares del mundo. La mayoría de ellas eran encabezadas o apoyadas (guerras por delegación) por las referidas potencias o sus secuaces.

Quedó claro desde el principio que los hilos de la historia no auguraban la paz pregonada. La angustia colectiva se apoderó de muchos pueblos durante decenas de años. Los motivos eran diversos, pero casi siempre estaba oscilando la denominada Guerra Fría.

Una expresión concreta de lo anterior fue la creación en Washington, en el 1949, de una alianza militar nombrada Organización del Tratado del Atlántico Norte, mejor conocida como OTAN, formada por los EE.UU., Canadá y varios de sus aliados de Europa, cuyo escudo creativo sigue girando hoy en torno al concepto militar de defensa colectiva, con gran cantidad de bombas atómicas y otros tipos de armas.

Otra demostración de lo dicho, con objetivos semejantes al mencionado brazo armado, fue la creación en el 1955 de una entidad militar comunal que se conoció con el eufemístico nombre de Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua o Pacto de Varsovia. Al frente estaba la URSS.

Formaban parte de esa entidad militar dotada de ojivas nucleares varias naciones, muchas de ellas situadas en la franja oriental de Europa. China, Corea del Norte y otros países asiáticos también la integraban, en calidad de observadores. Estuvo vigente hasta el año 1991.

Ambas organizaciones, además de las terribles armas nucleares que poseían, sumaban decenas de millones de soldados, cientos de miles de tanques de guerra, decenas de miles de aviones, miles de barcos de guerra y millones de piezas de artillería de diferentes calibres, y eran inmensas canteras donde florecían millares de espías dispersos por toda la tierra y senos de todos los mares, lo cual no podía significar un desfile de peregrinos en clave de oración hacia lugares sagrados.

En la próxima entrega señalaré los principales conflictos armados ocurridos en diversos lugares del mundo, al mismo tiempo que la Guerra Fría se seguía pregonando como el freno ideal para mantener la paz.

teofilo lappot

teofilolappot@gmail.com