POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La gloria como escritor, que ha trascendido las fronteras dominicanas, le llegó a Manuel de Jesús Galván con su célebre novela Enriquillo, en la cual distribuyó a la vez, con ingeniosidad y maestría estilística, perversidades y amabilidades de varios personajes que incidieron en la vida pública de la época colonial del país.
Manuel de Jesús Galván (de Wikipedia)
Basta decir que a Bartolomé de Las Casas lo presentó como un ser cargado de gloria y sin ninguna fisura en el plano moral.
Bartolomé de Las Casas
Del astuto y feroz Nicolás de Ovando escribió que era despiadado, pero al mismo tiempo lo catalogó de hombre justo, lo cual es algo más que un oxímoron, por la connotación histórica de su significado.
En realidad eso último no fue un artificio creativo en el marco de las licencias permitidas a un novelista, sino su visión contradictoria sobre personajes y hechos de nuestro ayer.
La figura de Galván queda más evidenciada en su accionar político, pues generalmente estuvo inclinado en favor de causas injustas y empotradas en intereses ajenos al bien colectivo.
Un ejemplo de lo anterior quedó demostrado cuando en correspondencia enviada a Gregorio Luperón repudiaba la anexión a los Estados Unidos de Norteamérica que pregonaba Buenaventura Báez, pero al poco tiempo renegó de ese pensamiento y llegó a calificar de ineficaz cualquier lucha contra ese nefasto propósito.
Un tribunal político
No pocas de las decisiones judiciales firmadas por Manuel de Jesús Galván, como presidente de la Suprema Corte de Justicia, estuvieron marcadas por la conveniencia política y también obedeciendo a los instintos malvados de sus mandantes.
Una simple lectura lineal de la jurisprudencia por él impulsada permite decir que siempre puso en un segundo plano la asepsia valorativa de los casos, contaminando con miasma los expedientes judiciales bajo su control.
Al dictar sentencia, especialmente cuando eran casos vinculados directa o indirectamente con la política, nunca miró los viejos epifonemas que se le atribuyen a Temis, la diosa mitológica griega.
Imagen del dictador Ulises Heureaux
Tal vez el más sonado canallismo judicial del tribunal que encabezaba Galván ocurrió en el 1887, cumpliendo a pie juntillas un mandato expreso del tirano Ulises Heureaux (Lilís). Fue una decisión amoldada a la voluntad de ese férreo gobernante.
Esa farsa tiene un escalón destacado en la permanente patología del sistema judicial nacional, que no comenzó ni terminó con el protagonismo de Galván en ese poder del Estado Dominicano.
En esa ocasión fue condenado a muerte el general seibano Santiago Pérez, quien provocado y lastimado en su dignidad por enésima vez tuvo que actuar contra el general, poeta y periodista venezolano Eduardo Scanlan, que había llegado al país poco tiempo después de haber matado en duelo, en su tierra natal, al entonces presidente de la Cámara de Diputados de Venezuela.
En la actitud de Galván pesó más su interés en seguir siendo parte de la burocracia lilisista que la aplicación correcta de justicia.
Dicho lo anterior al margen de que el condenado a la pena capital era su amigo y él conocía la mofa a que fue sometido por la verbosidad del referido Scanlan.
Esa draconiana decisión fue otro tramo del sendero caliginoso que transitó Galván en su faceta política, en esa ocasión disfrazado de juez.
El joven general Santiago Pérez fue fusilado el 4 de mayo de 1887, a pesar de que una compañía del Batallón Santa Bárbara estaba dispuesta a usar las armas para salvar al que a la sazón era diputado por Samaná. Bajó a la tumba el mismo día que cumplió 36 años de edad.
Una exégesis de los textos legales de entonces; una comprobación de los hechos de profunda humillación personal sufridos por Pérez de parte de Scanlan Daly (quien profanó varias veces su lecho conyugal y luego lo divulgó por escrito y verbalmente), y verificada la condición de secretario ad-hoc de Lilís que ostentaba el último, conducen a pensar que la sentencia de marras fue tomada por sentenciadores, presididos por Galván, que dejaron de lado su deber fundamental de ser imparciales, justos y meticulosos al profundizar en los matices del caso en cuestión para fallar conforme a Derecho.
Galván y Hostos
Galván mezclaba su servicio público, su posición política y los negocios, al estilo de los antiguos fenicios, pues tenía vocación desmedida por las actividades pecuniarias.
Tal vez por ello, a pesar de su brillantez, era objeto de no pocas bromas entre aquellos contemporáneos suyos que, contrarios a él, valoraban más el concepto de la dignidad que la conveniencia pasajera.
Una anécdota, nunca desmentida, describe que el gran educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos y Galván se encontraron en una de las aceras de la calle El Conde, de la ciudad de Santo Domingo, y el primero, con mucha gallardía, le dijo al segundo: “¿Cómo está pensando hoy ese estómago?”
La referida pregunta tenía naiboa, como decimos los dominicanos, tomando en cuenta que Hostos, el ilustre maestro antillano, poseía amplios conocimientos sobre los rasgos y peculiaridades de los principales actores políticos, económicos, religiosos, militares e intelectuales país, que jugaron papeles importantes en las primeras décadas del proceso histórico que surgió a partir del 27 de febrero de 1844.
Galván y Lebrón Saviñón
Sobre la importancia de Galván como literato escribió el médico y acucioso escritor Mariano Lebrón Saviñón, hace ahora más de 50 años, lo siguiente: “Manuel de Jesús Galván da a la luz su Enriquillo, la mejor novela histórica escrita en América, en un estilo que discurre con la severidad del más correcto clasicismo; pero la intención es romántica, y Galván logra injertar en su obra, junto a la trama central, que es la rebelión en la sierra del Bahoruco, amores desventurados con culminación trágica…” (Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo del Hogar, 2016.Pp.23 y 64. Mariano Lebrón Saviñón).
Galván y Martí
José Martí, el poeta, ensayista, político, ideólogo y organizador de la lucha por la independencia de Cuba colmó de elogios a Galván, pero exclusivamente en su faceta de escritor, con motivo de la publicación de la novela Enriquillo.
En su carta del 19 de septiembre del 1884 el cubano le decía al dominicano, entre otras muchas cosas, que presentaría su importante obra literaria a todo el mundo como “si fuera cosa mía”, y añadía que “será en cuanto se le conozca, cosa de toda América.”(Carta de Martí a Galván. New York, EE.UU.19-septiembre-1884).
Galván visto por PHU
Pedro Henríquez Ureña, el gran escritor dominicano de fama mundial, al referirse a las vicisitudes que en el siglo XIX había en el país para escribir e imprimir libros, señalaba lo siguiente sobre la novela Enriquillo, publicada completa en el año 1882:
“…Manuel de Jesús Galván es de los escritores de libro único…Ni antes había escrito otro, ni otro escribió después”. (Recopilado en Obra Dominicana de Pedro Henríquez Ureña. SDB. Agosto 1988.P.448).
Finalmente considero oportuno señalar que algunas de las páginas más fascinantes de la novela emblemática de Galván sirvieron de base para que Pablo Claudio (el talentoso músico nacido en Azua y criado en el sector capitaleño de San Antón), cuyo espíritu era una permanente manifestación musical, se uniera con Gastón Fernando Deligne, el reverenciado y calificado poeta de talento “filosófico, observador, analítico, razonador” y entre ambos crearan una ópera sobre unos amores relatados por Galván, pero de los cuales “la historia no habla”.
teofilo lappot