POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
En el año 1995 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, mejor conocida como UNESCO, escogió el mes de abril para celebrar las letras y la cultura a nivel universal.
Fue una sabia decisión, pues durante ese mes nacieron o fallecieron grandes figuras de las letras, cuyas obras son imprescindibles para el mejor deleite de la lectura.
Es por lo tanto importante volver los pasos sobre uno de nuestros clásicos escritores, cuya obra de ficción cumbre, la novela Enriquillo, aún causa asombro en una gran legión de lectores, especialmente en gran parte de América Latina.
Manuel de Jesús Galván, el ilustrado capitaleño que fue secretario del general Pedro Santana en momentos muy difíciles para el pueblo dominicano por la dureza extrema de sus gobiernos, fue un escritor que dejó su nombre en un lugar cimero del listón de la literatura criolla.
Nació en la ciudad de Santo Domingo en el 1834 y falleció en Puerto Rico, en el 1910. Fue considerado como uno de los jóvenes dominicanos más instruidos de su época, siendo la bujía inspiradora, con sólo 20 años de edad, de la sociedad Amantes de las Letras, que era en sí una cantera de imberbes que de manera dual repartían su vida entre la política y la literatura.
Su vida fue como un caleidoscopio. Cuando uno se asoma a su accionar en el palenque de la actividad pública nacional se encuentra con un hombre dotado de variadas y vigorosas facetas, algunas contradictorias entre sí.
Esa característica de Galván obliga analizar con mucha minuciosidad sus hechos, dichos y escritos, pero también a ver con lupa las opiniones divergentes que su figura rutilante siempre ha provocado, tanto entre sus contemporáneos como en las generaciones posteriores.
Como achichinque del grupo de los conservadores que se apoderó del aparato gubernamental en ciernes, en el período conocido como la Primera República, desempeñó múltiples y elevadas cargos, algunos visibles y otros desde los socavones de la trastienda de la política criolla.
Mantuvo siempre sobre su cabeza el yelmo conservador y entreguista con el cual se movió en el carromato del Estado surgido cuando él tenía 10 años de edad.
Eso no le impidió ser un experto en cabriolas políticas, con saltos sorprendentes, siempre por motivos mundanos y coyunturales.
Era un experto en practicar el estilo de los flamencos (ahora con un pie y al rato con el otro). Hay muchos ejemplos sobre ese comportamiento.
Hubo un caso bastante gráfico sobre lo anterior, ocurrido poco tiempo después del hecho heroico del 26 de julio de 1899, en Moca, que culminó con la muerte del sátrapa Ulises Heureaux, alias Lilís, al cual le sirvió desde diversos puestos, al tiempo que diversificaba el portafolio de sus negocios personales.
En efecto, con el olor de la pólvora mocana todavía sintiéndose en el ambiente de la convulsa política dominicana comenzó Galván a idear la creación del que luego llamaría Partido Republicano, con el cual se apalancó en el gobierno de Juan Isidro Jimenes, el carismático comerciante capitaleño radicado en Montecristi que arrasó en todos los Colegios Electorales, en las elecciones celebradas el 29 de noviembre de 1899, 4 meses después del referido tiranicidio.
Dicha agrupación política, de conformidad con sus estatutos, tenía unos lineamientos teóricos diferentes al lenguaje montaraz del traidor a la patria Pedro Santana, quien había sido el primer gran jefe de Galván y por el cual sentía una inclinación con fuerza de oleaje de borrasca.
Difería, también, con los métodos draconianos del férreo gobernante caído en la ciudad del Viaducto, a cuya práctica de gobierno estuvo adherido Galván desde los comienzos de esa dictadura decimonónica.
Versiones de antaño dicen que el presidente Juan Isidro Jimenes, en su primer gobierno (15-11-1899 al 2-5-1902), le dio apoyo a Manuel de Jesús Galván en ese proyecto político.
Es oportuno decir que dos décadas después de la muerte de su fundador el referido Partido Republicano terminó apoyando a Trujillo, en el 1930, fecha en que comenzó la oscura noche que por más de 30 años cubrió de sangre y maldad al pueblo dominicano.
Lo que es indiscutible es que Galván, desde su mocedad hasta su muerte ya en ruta hacia las 8 décadas de vida, mantuvo un vigoroso espíritu de intelectual, a lo cual le añadía elementos prácticos de la política criolla.
Fue ministro, juez, diplomático, asesor y académico. En sus decisiones generalmente se ladeaba en favor de los grupos que no tenían ningún interés en fomentar el procomún colaborativo.
Era un hispanófilo cerrado y sin matices, lo cual se observa en sus hechos, escritos y comentarios misceláneos. Esa tendencia dominante en él se comprueba también en su referida novela Enriquillo, en la cual, aunque se centra en resaltar el gallardo espíritu del cacique originalmente llamado Guarocuya, no escatima esfuerzos para limpiar de culpa a muchos jefes coloniales españoles.
Esa verdad, que cae como plomada en terreno cenagoso, y que es comprobable en muchas de las páginas de Enriquillo, ha sido edulcorada por unos cuantos, como es el caso de Max Henríquez Ureña, quien en su obra Panorama histórico de la literatura dominicana dice lo siguiente:
“Describió, pues, con gran mesura y no sin cierto estudiado alarde de imparcialidad, el choque de la raza de conquistadores con la raza aborigen. Logró cabalmente su objetivo sin apartarse de la verdad histórica…” (Panorama histórico de la literatura dominicana. Editorial Librería Dominicana,1965).
Galván y la anexión
Manuel de Jesús Galván era un apasionado de esa tragedia que fue la anexión de la República Dominicana a España, en el 1861. Ese fue un hecho trágico, un auténtico espasmo de incertidumbre que gracias al coraje del pueblo llano fue de corta duración, pues desde el principio los restauradores pusieron a masticar el polvo de la derrota a los anexionistas criollos e ibéricos.
Esa vez, como en otras ocasiones, Galván se colocó en el lado oscuro de la historia dominicana. Con sus hechos contribuyó a destruir la libertad lograda el 27 de febrero de 1844.
Él tuvo un papel protagónico en el aparato de reflexión del pequeño pero poderoso grupo que no creía en la viabilidad de la independencia nacional. Galván fue parte del oprobioso negocio de vender la patria por ventajas particulares.
Sirvió de muletilla intelectual a los jefes anexionistas, pretendiendo justificar con frases ingeniosas, pero envenenadas con el gusanillo del engaño, el andamiaje de ignominia que constituyó la anexión de la República Dominicana a España.
Muchos de sus artículos, notas y ensayos revelan a un hombre carcomido por un enfermizo fervor españolizante y su falta de creencia en los valores patrióticos del pueblo dominicano.
Por una paradoja más de su vida luego contemporizó con los principales líderes de la Restauración, gloriosa epopeya que él había tildado con acritud de “monstruo de la rebelión”. Con algunos de ellos intimó durante su exilio en uno de los gobiernos de Báez, a pesar de que pocos años antes, en el fragor de la lucha libertaria comenzada con el grito de Capotillo, los había acusado de sólo querer “matanzas y destrucción.”
Cuando todavía Charles Sanders, William James y John Dewey no habían desarrollado a fondo, a finales del siglo XIX, su polémica teoría filosófica llamada pragmatismo ya aquí había un campeón pragmático. Ese era Manuel de Jesús Galván.
Esa actitud le permitió ser ministro de Exterior en el breve gobierno del luchador restaurador Ulises Francisco Espaillat, a quien acompañó el 5 de octubre de 1876 cuando ese ilustre ciudadano bajó del solio presidencial para asilarse en el consulado francés en la ciudad de Santo Domingo, víctima de las intrigas políticas y apesadumbrado “de contemplar bajezas.”
Galván y Lugo
Américo Lugo despojó a Galván de todo asomo de mancha, de espinas y guijarros. Lo describió como un ser casi edénico:
“Don Manuel de J. Galván era el dominicano de más talento, el primero de nuestros escritores, el príncipe de nuestros diplomáticos, el más reputado de nuestros jurisconsultos, el más galante de los caballeros, el más cariñoso de los amigos…” (Manuel de J. Galván. Colección Pensamiento Dominicano. Librería Dominicana.1949. Américo Lugo (Antología).P180. Antologista Vetilio Alfau Durán.