Juan Carlos Espinal III
A comienzo de los años ochenta, un economista católico de derechas, José Luis Alemán, SJS, quien sería una de las primeras víctimas del centrismo ideológico de pos guerra, formulo las pautas a las que se había ajustado el desarrollo económico desde finales de los años sesenta, explicaba: -“…El capitalismo neoliberal atraviesa una serie de ciclos largos de recesión…” “…De una duración aproximada de entre treinta y cincuenta años, si bien – expresaba el sacerdote…” “…Ni el estado ni ningún empresario pudo explicar satisfactoriamente esos ciclos y algunos líderes políticos escépticos han negado su existencia…” “…Los nuevos ricos de la oligarquía…” – desde entonces se conocen con su mote, en la historia de la economía política especializada. Por cierto, el padre Alemán afirmaba: “…Que en ese momento la onda de ciclos largos de la economía neoliberal iba a comenzar su fase descendente…” –Estaba en lo cierto-.
En épocas anteriores, los hombres de negocios del CONEP y los economistas del Banco Central aceptaban la existencia de las ondas y los ciclos, largos, medios y cortos, de la misma forma que los sacerdotes aceptaban los milagros de la Virgen de la Altagracia. No había nada que pudiera hacerse al respecto: Los nuevos ricos del CONEP hacían surgir oportunidades o problemas y podían entrañar la expansión de la bancarrota de la microempresa y los emprendedores. Pero, ¿Cuál es la causa del mal funcionamiento de la economía neoliberal en el período de recesión? Los nuevos ricos del CONEP crecían, pues, a un ritmo explosivo. Al llegar los años ochenta, era evidente que nunca había existido algo semejante. La producción de manufacturas se cuadriplicó entre principios de los ochenta y principios de los noventa y, algo todavía más impresionante, el comercio nacional de productos importados se multiplicó por 1000. Como todos en la Cámara Americana de Comercio saben, la producción agrícola se derrumbó, aunque sin tanta especulación “…
No tanto…” como acostumbrada suceder hasta entonces – gracias a la hiper corrupción del aparato, primero, al modelo económico neoliberal, segundo, a la crisis social y política e institucional del Estado-Nación, en su conjunto, después. La inequidad del modelo de desarrollo, desde luego, se expandió por doquier, por las emergencias de los hospitales públicos, por ejemplo; por los liceos de instrucción pública, también. En el país, el asombroso desarrollo de los nuevos ricos del CONEP, se produjo después de las devaluaciones de los ochentas, pero en todas partes el número de nuevos pobres, creció, por lo menos para financiar sus importaciones del resto del mundo y, en verdad, la extrema pobreza aumentó de forma notable. A finales de los años ochenta, apenas una docena de familias pagaban la mitad o más de sus impuestos con los costos de pérdidas de producción. El rendimiento de los productos agrícolas por hectárea se derrumbó entre 1980 – 1990 y entre 1990 -2000, se fue a “pique” con creces en el sur profundo y en la frontera. Las flotas pesqueras extranjeras, mientras tanto, triplicaron sus capturas antes de volver a sufrir un descenso. Hubo un efecto secundario de esta extraordinaria expansión que, visto desde la actualidad, ya presentaba un aspecto amenazante para el hombre: la contaminación y el deterioro ecológico. Durante los doce años de Balaguer apenas se fijó nadie en ello, salvo los entusiastas de la naturaleza y otros peregrinos de las rarezas humanas y naturales porque la ideología de los nuevos ricos del CONEP, y el centrismo ideológico del desarrollismo daba por sentado que el creciente dominio de la naturaleza por parte del hombre era la justa medida del avance de la sociedad, que da inicio a su vez a un nuevo ciclo de desregulacion financiera. Por eso, la planificación de la economía dominicana se hizo totalmente a espaldas a las consecuencias ecológicas de la isla que iba a traer la construcción masiva de un sistema de privatización, más bien arcaico, basado en el turismo todo incluido, las telecomunicaciones, fuga de capitales y el envío de remesas. Incluso en la Cámara Americana de Comercio, por ejemplo, el viejo lema del nuevo hombre de negocios reza: “…
Donde hay pobreza, hay oro…”- “… o sea: … La desigualdad es riqueza…” Aún resultaba convincente, sobre todo para los constructores de carreteras y los promotores inmobiliarios que descubrieron los increíbles beneficios que podían hacerse en especulaciones infalibles, en el momento de máxima expansión del Siglo XXI. Todo lo que había que hacer era esperar a que el valor de los solares – Pienso ahora en las playas de Miches y en la rivera de la zona del Puerto, el proyecto de cruceros Sans Soucí, por ejemplo, se disparase hasta la estratósfera. Un solo edificio bien situado, podría hacerlo a uno más millonario, prácticamente sin costo alguno, ya que se podía pedir un crédito, por ejemplo, con la garantía del estado, a futura construcción, endeudados hasta el tope y dependientes a los organismos internacionales y ampliar ese crédito a medida que el valor del edificio construido o por construir, lleno o vacío, no importa, fuera subiendo.
Al final, como de costumbre, se produjo un desplome, al igual que épocas anteriores de expansión, La economia dominicana terminó con un colapso inmobiliario y financiero – pero, hasta que el fenómeno llegó a los centros de la Capital y Santiago, en las provincias costeras del Norte y del Este, fueron arrasados por las construcciones en toda la isla, destruyendo de paso tesoros nacionales, reservas estratégicas, construidas alrededor de alguna catedral, como en la Zona colonial de Santo Domingo, por ejemplo. Como los nuevos ricos del Este, por ejemplo, descubrieron que podía utilizarse algo parecido a los métodos industriales de producción para construir habitaciones turísticas “rápido y barato”, llenando los suburbios parte atrás con enormes bloques sociales de inseguridad, los años setenta y ochenta probablemente pasarán a la historia como el decenio más nefasto y corrupto del urbanismo desarrollista 1962 -2010.
En realidad, lejos de preocuparse por el medio ambiente, parecía haber razones para que el CONEP se sintiera satisfechos. A medida que los resultados de la contaminación del Siglo XX fueron cediendo el terreno a la tecnología y la conciencia ecológica del Siglo XXI. ¿Acaso no es cierto que la simple prohibición del uso de conchas de carey a partir de 1990 eliminó de un plumazo la extinción de esa especie de tortugas, inmortalizadas por la modelo de pasarelas Georgina Duluc en los Premios Casandra? ¿No volvió a haber, al cabo de unos años truchas, cangrejos y tilapias remontando el Río Ozama, contaminando en otro tiempo? Las inmensas factorías envueltas en el humo de sus chimeneas – pienso ahora en la contaminación ambiental de Metaldom, por ejemplo .Otras aventuras empresariales – habían sido sinónimo de “Industria”. Otras fábricas más limpias, más silenciosas, se esparcieron por Haina, con plomo y todo. La Zona Industrial de Haina, por ejemplo contaminaba tanto como Chernobil.
A medida que se fue vaciando el campo, la gente, o por lo menos, la gente de clase media de las zonas urbanas de Bonao, por ejemplo, -pienso ahora en la escoria de la Falconbridge Dominicana- se mudó a las ciudades y abandonó las granjas. La población vulnerable pudo ahora sentirse más cerca del cáncer de pulmón que nunca. Sin embargo, no se puede negar que el impacto del “conuquismo” sobre la naturaleza, sobre todo las agrícolas, sufrió un pronunciado incremento a partir de la deforestación de mediados del Siglo XX, debido en gran medida al enorme aumento del uso de los combustibles fósiles – carbón, petróleo, gas natural, etc.-, cuyo posible agotamiento en los mercados había preocupado a los futurólogos de Industria y Comercio. Irónicamente, ahora se descubrían nuevos recursos antes de que pudieran utilizarse. Que el consumo de energía total se disparase – de hecho se triplicó a partir de 1990 – no es nada sorprendente. Una de las razonas por las que los nuevos ricos del CONEP se enriquecieron de forma desmedida a lo largo de todo el periodo que va de 1970 a 2000 indica el alcance de la enorme fuga de capitales. Es que el precio medio del barril de petróleo era inferior a los altos impuestos locales a las gasolinas, en las estaciones, a los criminales subsidios de producción por parte del Estado, haciendo así que la energía consumida por ellos fuese ridículamente barata y continuara encareciéndose para las clases medias y los trabajadores constantemente. Sólo después de 1963, tras el golpe de estado, cuando el cartel de importadores de petróleo decidió por fin cobrar lo que el mercado especulativo estuviese dispuesto a pagar, los ecologistas levantaron acta, preocupados, de los efectos del enorme aumento del tráfico de vehículos con motor de gasolina, ya que oscurecía los cielos de la Capital y Santiago. En las horas “pico” y sobre todo en las provincias pequeñas motorizadas que, sustituyeron el “burro de cargas” por el moto-concho. La contaminación ambiental fue, comprensiblemente su primera preocupación. Sin embargo, las emisiones de dióxido de carbono que calentaban la atmósfera casi se triplicaron entre 1950 y 2000, es decir, que la concentración de este gas en la atmósfera aumentó poco menos de un 100 x 100 anual.
La producción de productos químicos que afectan la capa de ozono, experimentó un incremento casi vertical. Los nuevos ricos del CONEP producían la gran parte de esta contaminación, aunque la industrialización “sucia” de República Dominicana produjera casi tanto dióxido de carbono como las plantas de gas oil, casi cinco veces más en 1985 que en 2016. Per cápita, por supuesto, la contaminación ambiental del desarrollismo neo liberal seguía siendo superior con mucho. Para ser justos, hay que decir que la era del automóvil hacía tiempo que había llegado al país, – ¿1898-1901?, pero poco después de la II Guerra Mundial, a escala más modesta, a la clase media urbanizada. Es necesario establecer que la baratura de los combustibles hizo del camión y el autobús los principales medio de transporte y de contaminación del país. Era obvio que la pobreza no se había eliminado aún. La mayor parte de los consumidores seguía siendo pobre. ¿Qué mas podía pedir la sociedad, en términos materiales, sino hacer extensivas las ventajas de que ya disfrutaba el CONEP que, hay que reconocerlo, aún constituían la oligarquía dominante, y que todavía no se habían embarcado en el desarrollo cientifico y la tecnologico? ¿Qué problemas ambientales faltaban por resolver? ¿Las Granceras? ¿Los Haitíses? ¿La Cementera? ¿La Barrick Gold? Un político de izquierdas con extremo sentido común, y hay que decirlo, una inteligencia, escribió en 1970: “…Nuestro ritmo de crecimiento actual hará que se triplique nuestro Producto Nacional Bruto dentro de 50 años…” “…El capitalismo será reformado hasta que la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad provoque incluso el posible hundimientos del sistema…” (Asdrubal Domínguez). En mi opinión, en el Siglo XXI, no existen explicaciones realmente satisfactorias del alcance de este desarrollo capitalista y, por consiguiente, no los hay para sus consecuencias sociales futuras sin precedentes.