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FEBRERO DE 1844: ANTES DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL

Allan Megil

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POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Porque también nos toca a los dominicanos, en el desbroce de muchas de las cosas que ocurrieron aquí siglos atrás, es oportuno mencionar al brillante académico de la Universidad de Virginia, doctor en historia y filósofo Allan Megil, quien sostiene desde la perspectiva del “veredicto moral” de los hechos consumados que, siendo la objetividad y la verdad nociones distintas, pesa más entre los historiadores la franja de la verdad al momento de exponer los temas del pasado.

Víctor Garrido Puello

Eso fortalece el criterio de que nuestro ayer es “un brumoso océano”, como dijo el educador, historiador y poeta Víctor Garrido Puello.

Por eso, y otros motivos, siempre habrá comportamientos y hechos de antaño que podrán ser explorados y analizados, en la búsqueda permanente de luz para conocimiento de las presentes y futuras generaciones. Nuestro país es una cantera abierta para ensayar en ese sentido.

Una de las cuestiones claves en lo anterior es que en el 1844 los dominicanos eran menos de 150 mil, mientras que los haitianos eran seis veces más, con un territorio menor. Tenían más experiencia en asuntos de la guerra y en las tareas de gobierno.

Para esa época en el país hubo desavenencias de voluntades sobre el concepto de nacionalidad, lo cual se prolongó todo el siglo XIX y gran parte de la centuria siguiente.

Especialmente se ahondaba al respecto en los hechos ocurridos en las semanas y días anteriores a la Independencia Nacional.

Con relación a lo anterior el padre del prócer y mártir Sánchez, el señor Narciso Sánchez Ramona, aunque alentaba a su hijo para la lucha independentista, y él mismo participó en conspiraciones, por lo que cumplió prisión en Haití en el 1843, dejó una frase pesimista, según la tradición oral de nuestro pasado, dada su fama de usar un lenguaje abierto: “Convéncete, Francisco, esto será país, pero nación, nunca”.  

Gustavo Mejía Ricart

En carta del 20 de octubre del 1923, desde La Habana, Cuba, Gustavo Mejía Ricart, al referirse a lo que él consideró “el verdadero nacionalismo”, le señaló a Américo Lugo la necesidad para la República Dominicana de  crear  una “dirección espiritual”, a la cabeza de un hombre que fuera una mezcla de apóstol y soldado. Con ese fin evocó entonces las figuras de Juan Pablo Duarte y Francisco del Rosario Sánchez. (Américo Lugo.Correspondencia.AGN.Vol.CCCXXXI.ed.2020).

Juan Pablo Duarte

Francisco del Rosario Sánchez

Todavía algunos opinan que es un sonsonete, pero vale reiterar que la estrategia y la materialización del inicio de la liberación dominicana surgió de los trinitarios, quienes también la ejecutaron.

Sin embargo, los hechos demostraron que antes del 27 de febrero de 1844, por motivos variados, todas las coordenadas estaban trazadas para que los conservadores, con su fuerza material, echaran por la borda el esfuerzo de inteligencia de Duarte y sus leales seguidores. Como en efecto así ocurrió.

Probado quedó que los trinitarios buscaban crear estructuras estatales en un marco democrático, cuya génesis fueran leyes justas para todos.

Creían que el imperio de la ley era el mejor instrumento para hacer avanzar a la sociedad. De ahí que lucharan por lograr la soberanía dominicana libre de cualquier atadura foránea.

Los grupos conservadores, en cambio, convirtieron el ambiente pre independentista en una especie de morada de traiciones, egoísmo y derrotismo.

Sánchez y otros patriotas sospechaban de la deslealtad de esos grupos retrógrados. Finalmente, dadas las circunstancias del momento y como táctica de guerra, tuvieron que aceptar su importancia coyuntural para vencer el músculo armado que representaba el yugo haitiano.

Es por lo anterior que aparecen personas como Bobadilla, Buenaventura Báez, José María Caminero y otros pavoneándose antes de proclamarse la Independencia Nacional.

En las primeras semanas de febrero de 1844 los conservadores, con el apalancamiento de potencias extranjeras, habían utilizado todo tipo de añagazas para aprovechar los acontecimientos y montarse en la cima del poder, quebrando así el ideario de Duarte y sus leales.

Desde antes de anunciarse la Independencia Nacional se sembró la malévola semilla del descreimiento sobre la capacidad de los dominicanos para autogobernarse sin tutela de poderes externos.

Un ejemplo claro de lo anterior fue la actitud de Buenaventura Báez, quien por sus estrechos vínculos con los usurpadores haitianos era el corregidor de Azua, que entonces se extendía hasta el río Artibonito.

Ante la inminencia del pronunciamiento independentista dicho personaje, que luego fue cinco veces presidente de la República, buscó afanosamente que Francia tuviera el control del país durante 10 años, prorrogables ad infinitum. Como añadidura abogaba para que la península de Samaná fuera un territorio exclusivamente francés.

Décadas después el ilustre ciudadano Francisco Ulises Espaillat reflexionaba sobre situaciones como la anterior, al referirse a lo que llamó peregrina escuela que cree “que nosotros los dominicanos no estamos todavía bastante adelantados para que se nos deba gobernar con garantías…” (Escritos. Ulises Francisco Espaillat. Agosto-Sept.1875.P.191. Editora Amigo del Hogar,1987).

Quien así de concluyente se expresó fue un hombre excepcional, por sus principios éticos y sus muchos aportes a la sociedad dominicana. De él escribió el general Gregorio Luperón que:” Un día la historia colocará a Espaillat en el puesto más digno entre los distinguidos hombres de Estado de América para que sirva de insignia al civismo”.

Resulta relevante decir que semanas antes del 27 de febrero de 1844 un prócer de la categoría de José Joaquín Puello (luego fusilado por órdenes de Santana) que había sido reacio, por cuestiones raciales, a la independencia del país cambió de parecer, al verificar que los conservadores le habían mentido sobre los propósitos de los trinitarios.

Decidió unirse a las fuerzas liberales que dirigían en el terreno de los hechos Sánchez y Mella, en razón de que Duarte estaba entonces en el exilio.

En poco tiempo Puello demostró su gran habilidad militar (era el dominicano más diestro en el uso de las armas y en el manejo de las complejas situaciones tácticas y estratégicas en el ámbito militar).

Junto a Sánchez, Mella y otros patriotas se encargó de planificar desde el ala liberal, en su definición polisémica de libertad, las eficaces acciones que dieron al traste con el dominio que durante 22 años tenían los haitianos sobre el pueblo dominicano.

Puello atrajo la causa nacional a muchos oficiales y soldados dominicanos que estaban incardinados en los regimientos 31 y 32 (muchos de los cuales habían estado bajo su dirección). Logró también que el llamado Batallón Africano se convirtiera en un aliado del proyecto independentista. Esas acciones lo hicieron merecedor poco después para lucir en su pecho la insignia de general.

De justicia es reconocer en estas notas que las mujeres dominicanas, a pesar de las grandes dificultades que tenían para desarrollar sus potencialidades humanas, jugaron un papel de mucha importancia en las jornadas de preparación de la Independencia Nacional.

Sería prolijo tan siquiera enumerar las más destacadas, pero sus nombres figuran con letras imperecederas en las hojas añejas de nuestro ayer: Rosa Duarte, María Trinidad Sánchez, Concepción Bona, Ana Valverde, Filomena Gómez de Cova, María Baltasara de los Reyes, Petronila Abreu Delgado, que en su acomodada casa, junto a su familia, guardó pólvora y fabricó balas, para la lucha que se avecinaba, corriendo grandes riesgos; y así otras.

Una labor especial tuvo Concepción Bona de Gómez, “cuyas manos confeccionaron la primera bandera dominicana que enarbolaron los patriotas al proclamar la Independencia Nacional”. (Vetilio Alfau Durán en Clío. Escrito I.P.503. Editora Corripio, 1994).

En un solo párrafo la poetisa Ana Josefa Perdomo, de manera breve, resaltó a tres de esas valientes dominicanas. Lo hizo en una composición poética dada a conocer el 26 de febrero de 1885:

“Allí Trinidad Sánchez, la valiente/Los guerreros anima a la batalla/Y Ana Valverde con su celo ardiente/Reedifica más tarde la muralla/ Baltasara, la grande, al par sencilla; / Y a la lucha con denuedo se preparan”.

En resumen, hombres y mujeres dominicanos de tendencia liberal jugaron un papel determinante en febrero de 1844 para zafarse del yugo extranjero; aunque las mieles del triunfo fueron libadas paradójicamente por los conservadores, aquellos que no creían en la soberanía nacional.

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