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FEBRERO DE 1844: ANTES DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL (1 de 2)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Previo a la declaración de la Independencia Nacional hubo una efervescente fase febrerina, rica en detalles que permiten analizar lo que se conoce como “la dinámica de los hechos sociales”.

Esa elevada carga informativa facilita penetrar con pasos firmes por los recodos del pasado dominicano lleno de abnegaciones, patriotismo y también traiciones y vicisitudes diversas.

Antes del glorioso 27 de febrero de 1844, tanto en el país como al otro lado de la frontera terrestre, muchos sectores estaban enterados de que en cualquier momento surgiría un día fasto para los dominicanos, el cual tendría categoría trascendental en los anales de la historia continental.

Representantes consulares en esta zona caribeña de algunas de las potencias que entonces dominaban una parte del mundo se movían con la consabida soberbia. Buscaban apoderarse tempranamente de la criatura que estaba por nacer.

Uno de los más activos fue el representante consular de Francia en la ciudad de Cabo Haitiano, Eustache Jean de Juchereau de Saint-Denis, que manejó a su antojo al llamado grupo de los afrancesados, cuyo objetivo principal era descarrilar el proyecto duartiano de soberanía plena para el pueblo dominicano.

De hecho un poco antes de febrero el cónsul general francés en Haití, Andrés Nicolás Levasseur (que movía con su poderoso hilo imperial a hombres como si fueran papalotes) lo designó en la ciudad de Santo Domingo para que continuara su loborantismo, “con su dardo codicioso”.

Arribó aquí el 13 de enero de 1844, para dirigir in situ todo lo que era conveniencia para su poderosa nación y en detrimento de la nuestra.

Dicho lo anterior a pesar de que el autor de la novela Enriquillo, Manuel de Jesús Galván, y el historiador Emilio Rodríguez Demorizi consideraron, a mi juicio de una manera inverosímil, que las actuaciones de los aludidos cónsules merecen en un acto de justicia una reparación de parte de los dominicanos, y que en consecuencia “son dignos del recuerdo y de la gratitud de la nación”.(Revista Clío No.91.Sept.-Dcbre.1951.Pp133-134).

Vale señalar, en esta apretada síntesis sobre un punto específico de nuestro ayer, que en el mismo mes de febrero de 1844, días antes del cañonazo de Mella en la Puerta de la Misericordia, hubo reuniones entre los liberales o trinitarios  y representantes de los grupos conservadores.

Duarte, entonces exiliado, había sostenido que lo ideal era aglutinar a todos los dominicanos en la causa de la liberación nacional; pero no se había imaginado el elevado nivel de perfidia que existía en unos cuantos poderosos que nunca creyeron en una patria en la cual la libertad fuera su punto distintivo.

Varios fueron los lugares que sirvieron de escenario para dichas pláticas, entre ellos la vivienda conocida entonces como La de los balcones dorados, que estaba emplazada en la calle Mercedes; y en la casa conocida como La de los dos cañones, situada en el paseo de Las Damas.

Esos encuentros fueron muy difíciles, porque varios de los participantes no ocultaban su oposición a la existencia de una república soberana, y hacían mancuerna con representantes de países poderosos.

Esas divergencias tenían en los conservadores su origen por asuntos de egoísmo y ambiciones personales, más que por cuestiones ideológicas, pues en sus propósitos proditorios ellos prescindían de la idea de una nación libre de tutelaje extranjero.

 El jurista e historiador Manuel  Arturo Peña Batlle dejó escrito, en un ensayo de gran calado, que Duarte buscaba, “aunar voluntades y elementos disidentes en bien de los trabajos revolucionarios; pero los afrancesados, enemigos de la tendencia más radicalista, no pudieron ni siquiera llegar  a un acuerdo con el Maestro, y sin pararse ahí, denunciaron al General Hérard los planes y proyectos de los trinitarios…Ya en enero del año 1844, los afrancesados tenían plenamente desarrollado su plan de acción…La fe y la sinceridad de los trinitarios no podían vislumbrar en los manejos interesados de sus enemigos…” (Revista Clío No.99, año 1954.Pp84-91).

Rafael Abreu Licairac, que fue un excelente dominicano, pero cuyo estilo cultural lo llevaba a bordear lo implícito al enfocar situaciones de profundidad histórica (como se comprueba al examinar su obra titulada “Consideraciones acerca de nuestra independencia y sus prohombres”), exculpa de cualquier vileza a los conservadores, alegando que ellos no “creían cometer un crimen al pensar en un protectorado fuerte y eficaz de la España o de la Francia, para garantizar la estabilidad política de la república…”

Lo cierto es que semanas y días antes de proclamarse la Independencia Nacional el pueblo era “un volcán y sólo esperaba una ocasión propicia para proclamar su libertad”, tal y  como dejó escrito en sus Apuntes Rosa Duarte Díez.

Conectado con ese entusiasmo independentista se había organizado un plan para realizar un desembarco en la costa suroriental más cercana al litoral marino de la ciudad de Santo Domingo, en el cual llegarían Duarte, Pina, Pérez y otros patriotas que estaban desterrados.

El historiador Leonidas García Lluberes, en su obra titulada Crítica histórica, hizo constar por escrito, fruto de sus investigaciones, que ese desembarco se realizaría por el puerto de Guayacanes, en diciembre de 1843. Tendría el apoyo de 500 hombres encabezados por el valiente Juan Ramírez.

Para ese esfuerzo en favor de la liberación del pueblo dominicano se esperaban suficientes recursos logísticos que entregaría el a la sazón presidente de Venezuela general con categoría de prócer Carlos Soublette Jerez de Aristeguieta.

Dicha oferta no pudo materializarse, especialmente porque el referido gobernante  tuvo que enfrentarse a una serie de alzamientos regionales que pretendían derrocarlo. El proyecto quedó abortado.

A lo anterior el historiador Emiliano Tejera Penson agregó en el año1894, en su ensayo Monumento a Duarte, que una de las causas de ese fracaso debe atribuirse a “la presencia en Santo Domingo de dos regimientos haitianos, y sobre todo, por la falta de  armas y municiones suficientes para las tropas que deberían organizarse”.

Esas y otras opiniones pueblan las páginas de la historia dominicana, como testimonios de las diferencias entre liberales y conservadores dominicanos de aquella era.

Lo que nadie puede discutir, por tener la fuerza de un axioma, y por la clarividencia que ellas contienen, son las reflexiones del insigne historiador Vetilio Alfau Durán cuando al referirse a lo que ocurría en el país previo a la expulsión de los haitianos escribió:

“…se hizo evidente que en la antigua Parte Española existían, como producto quiérase o no de la labor nacionalista de los trinitarios, dos bandos o partidos políticos que perseguían la expulsión de los haitianos. Esos dos partidos eran el Liberal, integrado por los duartistas, y el partido Conservador que en resumidas cuenta lo que perseguía era cambiar de amo”. (Vetilio Alfau Durán en Clío. Editora Corripio, 1994.P.219).

Hay mucho más que comentar y analizar sobre los hechos ocurridos en las semanas y días que antecedieron a los acontecimientos del 27 de febrero de 1844.

teofilo lappot

teofilolappot@gmail.com