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DUARTE, SIEMPRE ESTÁ PRESENTE (1 de 2)

Juan Pablo Duarte

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Siempre será oportuno recordar lo escrito sobre el gran patriota dominicano Juan Pablo Duarte Diez. Por eso la reiteración de esta crónica.

Los hechos de mayor relevancia sucedidos desde 1838 en el país permiten colocar su memoria en el más elevado pedestal de la historia dominicana.

Dicho lo anterior sin importar que un reducido y desafinado coro de ingratos,  unos en el pasado y otros en el presente, con alegatos inanes y ojos entornados, pretendan soslayar los puntos luminosos de su memoria.

Juan Pablo Duarte

Ese ilustre dominicano nació el 26 de enero de 1813  (hace ahora 211 años) en la vetusta ciudad de Santo Domingo.

Desde muy joven se dedicó  a la lucha por la Independencia Nacional, porque siempre creyó en la energía de vida del pueblo dominicano, derramada por los caminos de la soberanía.

Su padre fue el comerciante Juan José Duarte Rodríguez,  proveniente de la provincia de Cádiz, en el sur de España, específicamente de Vejer de la Frontera, pueblo que sirvió miles de años atrás para la expansión de fenicios, cartagineses, romanos y otras civilizaciones de la Edad Antigua. Su madre, la dominicana Manuela Diez, nació en la ondulada ciudad de Santa Cruz del Seibo.

Apenas salido de la adolescencia fue enviado a cursar estudios superiores a España. Regresó al país  en el 1832. Desde entonces se dedicó a organizar la lucha para lograr la libertad del pueblo, que estaba bajo el yugo de Haití desde el 1822.

Leer los Apuntes de su hermana Rosa Duarte (más allá de algunos errores cronológicos de los mismos) permite descubrir la verdadera esencia de lo que Duarte pensaba en términos políticos, sociales, filosóficos y de bien patrio.

Juan Pablo Duarte avizoró desde muy temprano las valientes condiciones del pueblo dominicano para empinarse hacia la cúspide de la libertad. Contemporáneos suyos, en cambio, negaban la posibilidad de que en esta tierra del Caribe insular brotara una nación con todos sus atributos de soberanía plena.

Los descreídos, los  timoratos y  unos cuantos aprovechadores prefirieron colaborar con los usurpadores del poder y con algunas de las potencias que entonces dominaban el mundo, relamiendo las migajas que sacian a aquellos adictos a la sumisión.

Duarte era un nacionalista radical, pero también anticolonialista. Son dos elementos que se complementan y que en él alcanzaron los más altos niveles de compromiso social.

Hacia el logro de los objetivos independentistas se encaminó cuando en el 1838 fundó la sociedad secreta La Trinitaria.

Esa entidad patriótica fue de duración efímera, por traiciones internas y externas, además de otras circunstancias; pero fue el germen del cual brotó el 27 de febrero de 1844 la República Dominicana.

“Sublime inspiración de Duarte acogida con fervor por La Trinitaria, fue la que vino al fin a abrir para los dominicanos horizontes de esperanzas.” Así se expresaba José Gabriel García sobre la idea redentora de Juan Pablo Duarte.

Frente al descalabro de La Trinitaria Duarte no se amilanó y decidió crear otra institución con características diferentes, pero con el mismo objetivo de defenestrar al régimen de ocupación. Esa fue la sociedad La Filantrópica, creada en el 1840, cuyas actividades no estaban permeadas del secretismo de la primera.

Más adelante también le dio forma a otra entidad que bautizó como la Sociedad Dramática. Esa agrupación, también marcada por la decisión de liberar el país, utilizaba el teatro como vehículo para difundir las ideas independentistas.

A través de ese último colectivo pro patria (como en el sentido de determinación de lucha colectiva de los numantinos en la obra dramática La Numancia de Miguel de Cervantes Saavedra) se presentaron obras que fueron despertando la conciencia del público.

Entre los dramas puestos en escena en la sociedad La Dramática estuvieron los titulados La viuda de Padilla, Bruto o Roma Libre y Un día del año 23 en Cádiz.

En su ensayo titulado Duarte y el teatro de los trinitarios Emilio Rodríguez Demorizi puntualiza que esos y otros dramas despertaron “el amor patrio en el aletargado espíritu de los dominicanos.”

Es pertinente decir que las obras teatrales patrocinadas por la Sociedad Dramática eran escenificadas frente al parque Colón. Justo al lado de la sede del gobierno usurpador haitiano.

Para Duarte todo sacrificio era poco, siempre que se tratara de dotar al pueblo dominicano de las herramientas necesarias para asegurar su soberanía. 

Teniendo todas las posibilidades de vivir cómodamente prefirió sacrificar el patrimonio familiar y sufrir él, su madre y sus hermanos, los abusos de sus enemigos, que eran en sí enemigos de un pueblo que buscaba con tesón no tener ataduras foráneas.

Las penurias que Duarte sufrió en su tierra natal, y en los diferentes exilios que tuvo que padecer, fortalecieron su espíritu de lucha, aumentaron su dignidad y acentuaron más su fidelidad al proyecto de redención nacional que forjó desde su primera juventud.

Sólo mezquinos, farsantes o mentecatos han osado discutir la alta calidad moral que se condensaba en los ideales patrióticos de Duarte.

Las fuerzas conservadoras, que no tenían fe en la capacidad de los dominicanos para lograr y sostener su libertad, fueron enemigos permanentes de Duarte. Anexionistas  y antipatriotas de todos los pelajes aborrecían a ese hombre que fue intransigente en su defensa de la soberanía nacional.

A los pocos días del nacimiento de la República Dominicana, obra principalmente de él, hordas de los incómodos vecinos del oeste de la isla cruzaron hacia acá, en actitud de guerra de agresión, por los ríos Masacre, Blanco, El Mulito y Artibonito, y también por secadales, andurriales y pagos que existían entonces en diversos puntos fronterizos.

Duarte decidió dirigirse hacia el sur para enfrentar al enemigo externo en Azua. Igualmente fue al norte o Cibao. Ambos intentos resultaron fallidos, pues muchos de los que ejercían mandos militares y políticos en esas zonas rechazaron su oferta de incorporarse a los combates.

Con el paso del tiempo se supieron algunos de los motivos por los que no prosperaron esos deseos del patricio mayor de la dominicanidad.

El origen del menosprecio que sufrió Duarte, tanto en las luchas bélicas posteriores a la proclamación de la Independencia Nacional, como en la Guerra de la Restauración (1863-1865), es de fácil comprensión en razón de que la luz de una luciérnaga siempre ha incomodado a los sapos de vientre frío, como en la célebre fábula del dramaturgo y filólogo español  Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez.

teofilo lappot

teofilolappot@gmail.com