Cultura, Portada

Spinoza, un filósofo controversial (I)

Por Teófilo Lappot Robles

Baruch Spinoza está clasificado como uno de los personajes más impactantes del pensamiento humano en los últimos dos mil años. Muchos lo consideran como el filósofo por antonomasia de la naturaleza y de Dios, así como de la materia y el alma.

Fue un producto directo de las oleadas migratorias del pueblo judío, impuestas por el Imperio romano cuando en el año 70 (hace 1953 años) sus tropas y burócratas entraron con su vigoroso músculo militar a dominar a Jerusalén y zonas aledañas. 

Sus antepasados, judíos sefarditas, fueron recalando en diversos lugares de Europa y la región del Magreb, en África del Norte, hasta que sus bisabuelos y abuelos llegaron a Portugal. 

Finalmente sus padres se establecieron en el noroeste de Europa, en un país que entonces era llamado República Neerlandesa y ahora su nombre es Reino Unido de los Países Bajos, en cuya ciudad principal, Ámsterdam, nació en el año 1632 ese personaje que revolucionó el pensamiento filosófico de su época.

El filósofo Spinoza, a pesar de la relativa brevedad de su paso por la tierra, (murió a los 44 años, de tuberculosis) dejó profundas reflexiones, con un potente valor epistémico, las cuales a 346 años de su muerte siguen siendo estudiadas en aulas, claustros académicos, bibliotecas y diversos centros del saber de todo el mundo. 

Biografías que se han escrito a lo largo del tiempo sobre Spinoza recogen que con apenas 8 años de edad ya corría su fama como el más brillante alumno de la sinagoga donde aprendía todo lo relacionado con la historia y la religión del pueblo de sus ancestros.

Él mismo rebeló que sus dudas y vacilaciones sobre aspectos fundamentales de la naturaleza y del espíritu se fueron disipando cuando ahondó en el pensamiento del sabio Averroes, el famoso médico y filósofo islamista, nacido en la Córdoba del sur de España, que creó la “Doctrina de la doble verdad”, la una filosófica y la otra religiosa.  

Spinoza fue excomulgado en el 1656 por los jefes del consejo eclesiástico de la sinagoga a la que entonces asistía por sustentar ciertos juicios que ellos consideraron controversiales vinculados con Dios, el alma y los ángeles que pueblan la visión de lo que se ha definido en forma abstracta como el más allá.

En la referida decisión tomada en su contra se señaló que fue condenado a ser “…maldito de día y maldito de noche; sea maldito al acostarse y mandito al levantarse…” entre otras muchas imprecaciones.

Del análisis de su riqueza cultural se comprueba que Spinoza bebió de la caudalosa sabiduría de Sócrates y Aristóteles; pero más aún del alumno del primero y maestro del segundo, es decir Platón, que analizó la importancia del papel de los filósofos en la sociedad humana.

Spinoza comprendió plenamente el mensaje de Platón, contenido en su clásica obra La República, al examinar “la naturaleza humana, con relación a la ciencia y a la ignorancia”, para lo cual utilizó en clave de suposición un antro subterráneo con hombres encadenados desde la infancia en “las piernas y el cuello…la cabeza inmóvil…pudiendo solamente ver los objetos que tienen enfrente.” (La República. Editorial Universo, Lima, Perú, cuarta edición, 1974. P.182. Platón).

Pero tal vez el personaje cuyo pensamiento más penetró en el ejercicio intelectual de Spinoza fue René Descartes, el sabio francés impulsor de la filosofía moderna y que hizo importantes aportes en el marco del racionalismo para entender el papel clave de la razón en el incesante proceso humano de acumular conocimientos, resumida por él en su célebre frase: “pienso, luego existo”.

Cuando se hace un escrutinio del conjunto de ideas elaboradas por Spinoza se comprende su inclinación fervorosa por la sapiencia de Descartes, pues como bien dijo el más sobresaliente de los alumnos de José Ortega y Gasset, el filósofo y ensayista español Julián Marías Aguilera: “Descartes intenta construir la Filosofía entera apoyándose en la realidad humana; más aún en el yo pensante”. 

Vale agregar que había una especie de diapasón entre las ideas preconizadas por el filósofo, matemático y físico Descartes y las reflexiones de Spinoza como seguidor del cartesianismo.

Quizás la clave del empalme intelectual de Spinoza con Descartes tuvo como génesis la obra clásica del último, titulada El Discurso del Método, en uno de cuyos párrafos dejó caer como una plomada lo siguiente:

 “…todo hombre viene obligado a procurar, en aquello que depende de él, el bien de los otros, y que no ser útil a nadie es propiamente no valer nada…nuestra preocupación ha de extenderse más allá del tiempo presente…” (El Discurso del Método. Editorial Bruguera, Barcelona, España, 1974. P.178. René Descartes).

Spinoza estudió a los atomistas, encabezados por su fundador, el filósofo griego Demócrito e integrado, entre otros, por  Epicuro de Samo, el retórico Protágora y Tito Lucrecio, el poeta y filósofo romano; para quienes la realidad se resumía a partículas materiales indivisibles llamadas átomos.

Para poner en mejor perspectiva de entender el pensamiento filosófico de Spinoza debo decir que él se instruyó en las reflexiones de los escolásticos, encabezados por el monje benedictino Anselmo de Aosta, a quien siguieron Tomas de Aquino, Alberto Magno y otros, quienes en una mezcla de filosofía y teología daban preeminencia a la fe religiosa ante la razón.

Importa decir aquí que Spinoza también analizó a fondo el caudal de sabiduría del gran astrónomo, filósofo y matemático italiano Giordano Bruno, perteneciente a la Orden de los dominicos, injustamente quemado vivo por los inquisidores del pensamiento, entre otros motivos por las colindancias de sus juicios con los del humanista florentino Pico della Mirandola, también religioso dominico.

En la próxima entrega detallaré las influencias que a través de los siglos ha tenido el impactante y controversial Baruch Spinoza, más allá del ancho marco de la filosofía.