Monumento en honor a Vasco Núñez de Balboa en ciudad Panamá.
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Los diversos manuales de historia, geografía y cartografía coinciden en señalar que fue en un lugar de América donde se “descubrió” el Océano Pacífico.
Su hallazgo se le atribuye al conquistador y explorador español Vasco Núñez de Balboa, quien el 25 de septiembre de 1513 lo bautizó con el nombre de Mar del Sur. No se imaginó que no era un mar sino el más grande de los océanos, con un tamaño que cubre la tercera parte de la tierra.
Ese histórico avistamiento lo hizo el mencionado personaje, nacido en un pequeño pueblo de la región española de Extremadura, desde un cerro elevado de la cordillera del Chucunaque, en el Istmo de Panamá.
Cuatro días después se ubicó con su séquito en una bahía para celebrar una ceremonia que desde entonces forma parte de la historia universal.
Vasco Núñez de Balboa llamó a la aludida ensenada San Miguel Arcángel, porque era 29 de septiembre, día dedicado en el santoral católico a ese santo tan hagiografiado.
Desde ese lugar tomó posesión, “en nombre de Dios y de la Corona”, de la más grande masa de agua de la tierra, luego de que como parte ritual del acto inaugural uno de sus principales asistentes, Alonso Martín, navegó en canoa, con indígenas a bordo, un tramo de su orilla.
Como Mar del Sur fue conocido hasta que en el 1521 el navegante portugués Fernando de Magallanes lo rebautizó como Océano Pacífico. Poco después fue devorado por caníbales en las islas Molucas.
Tanto para el antropólogo estadounidense de origen checo Alex Hrdlicka como para su colega francés Paul Rivet los hombres que habitaban América a la llegada de los españoles arribaron navegando por el Océano Pacífico desde Siberia, Corea y Mongolia, según el primero de ellos.
Rivet escribió, en cambio, que vinieron desde Australia y de los archipiélagos de la Melanesia y la Polinesia. Ambos coinciden, además, que la llegada de esos seres humanos fue por el estrecho de Behring. Esa tesis alóctona es la que prevale como válida.
Ambos difieren del paleontólogo y naturalista argentino de origen genovés Florentino Ameghino, que sostuvo erradamente que las personas que habitaban este continente cuando vino Cristóbal Colón eran autóctonas.
Forma parte del abecé de la oceanografía que el Océano Pacífico es el más grande de los cinco que existen en el planeta tierra. Su dimensión predominante es tanto en términos físicos como químicos, biológicos y geológicos.
Así lo confirman los múltiples estudios que desde hace siglos han hecho sobre esa gigantesca masa de agua expertos en diversas ramas del saber humano.
Los registros de la historia universal señalan que fueron las antiguas embarcaciones españolas conocidas como galeones las que en el siglo XVI unieron en largos tráficos marinos por el Pacífico pueblos ribereños en Asia y América, destacándose la ruta Filipinas- México.
La antropóloga mexicana Leticia Mayer y el académico chino Zhang Kai consideran que ese activo movimiento por el Pacífico fue el inicio de la globalización, como definición de interdependencia entre países.
Luego de que por varios motivos hubo una reducción considerable de los viajes de negocios por dicho continente, el fraile agustino, cosmógrafo y explorador español Andrés de Urdaneta, tras ser liberado por los portugueses que lo encarcelaron por varios años en las entonces llamadas Indias Orientales, narró en el 1536 ante miembros de la corte del rey Carlos V que seguía siendo viable llegar a las llamadas Islas de las Especias navegando por el Pacífico, aunque el llamado Nuevo Continente (América) tuviera que ser sorteado.
Así se expresó después de que varios viajes salieron de América (puerto de Acapulco) hacia países de Asia y no retornaran. Fue el referido Urdaneta que descubrió una ruta segura de corrientes marinas por el Pacífico.
Eran tiempos donde la cartografía estaba dominada por el grabado calcográfico, que aunque era una técnica con cierta especialización no era tan fácil ponerla en práctica.
Se refería dicho personaje a lugares específicos, pues en un informe que preparó al efecto para motivar su interés le escribió al citado monarca lo siguiente:
“En las inmediaciones de las Molucas pueden hacerse muchas conquistas ricas y valiosas, ya que hay abundante tierra de notable comercio. De entre ellas destaca China, puesto que, desde las Molucas existe la posibilidad de establecer comunicación con ese vasto país”.
El oro y la plata que recibía en abundancia, especialmente de México y Perú, no motivaron entonces a la Corona española para poner en práctica las recomendaciones de Urdaneta.
Tal vez por ser conocedor de lo anterior fue que el navegante segoviano Juan de Grijalva desechó su desembarco en las islas Kiribati, en el Pacífico sur, y viró hacia la extensa costa del Pacífico que está en América de Sur.
Pero a pesar del desaliento indicado más arriba, a partir del 1542 se realizaron varios viajes marítimos con intercambios de productos y mercancías entre el entonces virreinato de Nueva España (México) y las islas de Mindanao, Mindoro, Luzón y otras del archipiélago de Filipinas, cuyo nombre le fue puesto en honor al rey de España Felipe II.
En el 1564, luego de que costa de México que da al Pacífico fue dotada de astilleros modernos para esa época, dichos viajes se intensificaron.
Así consta en el recuento de negocios marítimos de Acapulco-Manila. Esos viajes se prolongaban por más de cuatro meses para la ida y otros tantos para el retorno. A veces los monzones alargaban ese tiempo. Duraron unos 250 años, pues todavía en el 1815 galeones y buques diversos navegaban por esa ruta en misiones mercantilistas.
Esos viajes de intercambios comerciales que comenzaron en la costa del Pacífico de México y el Perú hasta las islas Filipinas abrieron indirectamente negocios con China y Japón, siendo Centroamérica el puente para que las mercancías asiáticas se diseminaran por otros lugares de América, especialmente por las islas del mar Caribe, el mismo que al decir del erudito colombiano Germán Arciniegas:
“…Parecerá el Caribe el más ruidoso y loco de los mares, pintoresco con sus historias de tesoros y ladrones, divertido por sus generales de opereta…y sin embargo, algunos de los dramas más hondos de la tristeza universal se han sucedido en ese gran teatro del mundo…” (América Ladina. Editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 1993.P.317. Germán Arciniegas).
Aunque no la mencionen los manuales de historia universal, tal vez se pueda decir que ese trayecto era otra famosa “ruda de la seda”, aunque empapada con agua salada.
Pero no todo ha sido negocio puro y simple en el Pacífico de América, particularmente en la parte sur de este continente. En el pasado se produjeron muchos hechos de los cuales se puede escribir intensamente.
Es válido mencionar la guerra del Pacífico que se libró en el 1879 entre Perú, Bolivia y Chile, con el triunfo de este último país situado entre la parte más alta de la cordillera de los Andes y el referido océano.
En esa confrontación bélica Bolivia perdió sus 480 kilómetros de litoral marino. Pasó de ser dueño de puertos y pueblos ribereños a un país mediterráneo, en el sentido de no tener acceso al mar.
Desde entonces hasta el presente los bolivianos han padecido un “trauma psíquico”, tal y como así lo escribió un ensayista y novelista peruano que vivió parte de su infancia en Bolivia. (Nostalgia del Mar, inserto en la obra Sables y Utopías, Editora Aguiar, 2009.P.229. Mario Vargas Llosa).
Oportuno es decir aquí que fue a partir del tratado de Tordesillas, del 7 de junio de 1494, firmado entre los reinados de Castilla y Aragón y Portugal, que el Océano Pacífico se convirtió de manera oficial en una ruta de gran intensidad en el comercio marítimo entre el Lejano Oriente y la América que está al sur del Río Bravo. El polímata gallego Ramón Menéndez Pidal lo definió como “el primer tratado moderno de la historia”.
El canal de Panamá, esa hazaña de la ingeniería hidráulica que interconecta a los océanos Pacífico y Atlántico, es material de historia para describirse en otra oportunidad.
teofilo lappotteofilolappot@gmail.com