Los comienzos de Rafael L. Trujillo en el poder supremo de la República Dominicana fueron agitados, por razones variadas.
El hombre que se convertiría en uno de los más sanguinarios gobernantes era la negación de aquello que en el siglo XV planteó el canónigo agustino Tomás de Kempis en el capítulo 41 de su libro Imitación de Cristo, al referirse al “desprecio de todo honor mundano”, añadiendo “…somos ciegos y la vanidad nos engaña fácilmente.”
Es necesario poner en contexto la situación del país cuando ese personaje, con las características de aquellos que en la edad feudal eran denominados hombres de horca y cuchillo, arribó al máximo escalón del aparato estatal, al juramentarse el 16 de agosto de 1930 como presidente de una República entonces formada por doce provincias.
El país había sufrido en el 1928 dos fenómenos climáticos contrapuestos: una terrible sequía seguida de lluvias torrenciales que afectaron grandemente la producción agropecuaria y otros renglones económicos.
Las estadísticas nacionales señalan que ese año las exportaciones descendieron, siendo de apenas RD$28,754.528.
También estaban afectadas las importaciones. A eso habría que agregar otros factores adversos que incidían negativamente en la población dominicana.
Cuando el terrible gobernante juró como primer mandatario de la nación, en medio de arcos de triunfos, palmas, gallardetes y banderas esparcidos frente a la Plaza Colón y sus alrededores, el mundo estaba sufriendo las consecuencias del crac de octubre 1929, también conocida como la Gran Depresión, que hundió la bolsa de valores de los EE.UU. y arrastró a la ruina a la mayoría de las economías del mundo, incluyendo la nuestra.
Eso provocó que los precios de los principales productos de exportación del país, es decir el llamado postre (azúcar, café, tabaco, cacao, miel) y otros cayeran a niveles críticos.
Sobre la crisis económica que en la ocasión atravesaba el país abundó el acucioso historiador y periodista César A. Herrera Cabral, en su obra titulada de Hartmont a Trujillo, cuyo contenido es referencia obligada especialmente por la meticulosidad de ese autor.
Esas eran situaciones preexistentes, pero lo que nadie pudo imaginarse fue que 18 días después de Trujillo juramentarse como presidente de la República la capital dominicana sería víctima de los efectos catastróficos que provocó el 3 de septiembre de 1930 el ciclón llamado San Zenón, clasificado en la categoría 4.
Las crónicas de la época cuantifican en miles los muertos y heridos. Fueron arrasados varios sectores populares situados en el extrarradio de lo que se conoce como la Zona Colonial.
En la capital dominicana unas cuatro mil viviendas (más de la mitad) fueron total o parcialmente destruidas, transformando el paisaje arquitectónico de Santo Domingo, con miles de personas damnificadas viviendo a la intemperie. Las fotografías de entonces presentan lo que era una ciudad fantasma, en la cual prevalecían el caos y la desesperación.
El famoso trío cubano Matamoros (integrado por Miguel, Ciro y Cueto), de gira entonces en la ciudad de Santo Domingo, hizo un famoso son que hace referencia al “imperio macabro de la muerte” que trajo San Zenón, y cuyo estribillo más impactante dice así: “ Cada vez que me acuerdo del ciclón se me enferma el corazón.”
Trujillo aprovechó la desgracia de ese huracán para mostrar sus garras de hombre fuerte y mandar claras señales de que sólo él mantendría el control del país mientras tuviera vida. A eso se sumó a su favor el azar, que es un componente importante en la historia nacional.
Al margen de sus propias acciones, que no dejaban ningún margen a la duda de sus intenciones, lo que Trujillo hizo sobre los escombros y la desolación que dejó en el país el ciclón de San Zenón se puede comprobar en varios artículos que publicó sobre ese infausto hecho el historiador Ramón Lugo Lovatón, luego agrupados en un libro titulado Escombros, publicado por la Editora del Caribe en el 1955.
Dicho gobernante se auto nombró Presidente de la Cruz Roja, para controlar las ayudas internacionales con motivo de la citada tragedia; hizo una proclama de ley marcial, que siempre ha sido un estatuto de excepción para la ejecución de las leyes ordinarias; pero también dispuso que el Congreso Nacional creara al día siguiente de dicho ciclón la llamada Ley de Emergencia.
Mediante esa Ley de Emergencia se suspendieron los derechos y garantías constitucionales, reafirmando con ella la ley marcial aludida. Según su propia literatura le otorgó a Trujillo la facultad absoluta de tomar “todas las medidas económicas y de cualquier carácter que sean necesarias…y en general para que obre según entienda y lo demanden las presentes circunstancias.” (Boletín del Senado.5-septiembre 1930.Pp44 y 45).
Las decisiones descritas reafirmaban su ya conocida condición de tejedor político que no daba puntada sin hilo. Su astucia la puso siempre al servicio de sus intereses particulares. Nunca creyó que los demás tuvieran ningún derecho, ni siquiera para aplicar (especialmente el pueblo llano) aquel viejo refrán de “en mi hambre mando yo”.
La famosa Enciclopedia Británica dice de Trujillo, entre muchas cosas mezcladas de verdades y mentiras, que: “…era competente en los negocios, capacitado en la administración y despiadado y cruel en la política”. (Enciclopedia Británica, edición de 1990, tomo 12, página 3).
Para afianzar su liderazgo aprovechó la calamidad del ciclón de San Zenón para ir aniquilando a las organizaciones que se mantenían activas en el negocio político. Fue haciendo las bases del Partido Dominicano, a su imagen y semejanza.
Entonces se consignó que era una entidad partidaria para supuestamente aplastar “el personalismo que había envenenado al país desde la fundación de la República.” Ya con un año en la cima del poder político sus áulicos más fervorosos incrementaron de manera exponencial sus elogios al que pronto se convirtió en un gobernante cruel.
Ya muerto el tirano, uno de sus más sobresalientes protegidos escribió, como un tardío aullido, que era “…un hombre de cultura tan deficiente y de espíritu tan poco cultivado…un tártaro dominado por la idea de un poder omnímodo…una especie de Narciso entregado a todos los excesos de la megalomanía…Con el transcurso del tiempo, Trujillo refinó sus sistemas y empleó hasta la saciedad el engaño y la simulación para encubrir sus delitos.”(La palabra encadenada. Obras Selectas, tomo IX. Pp.259, 264 y 395. Joaquín Balaguer).
La víctima política más relevante del primer año de Trujillo como jefe del país fue el vicepresidente de la República Rafael Estrella Ureña, quien comenzó a ser marginado y hostigado desde antes de la toma de posesión, lo cual se acentúo cuando el referido fenómeno meteorológico extremo hizo añicos a gran parte de la entonces pequeña ciudad de Santo Domingo.
El susodicho ciclón de San Zenón también sacó a flote que Estrella Ureña (“imbuido con viejas filosofías humanitarias”) cargaba junto a su bagaje cultural una alta dosis de ingenuidad política. Fue incapaz de salir a salvo del barro de la politiquería ramplona del país; mientras por el contrario Trujillo desbordaba en capacidad de maniobras para aplastar a los que pudieran disputarle tan siquiera una pizca de poder.
Luego del paso por el país del aludido huracán, Estrella Ureña se fue a su Santiago natal. Comenzaron a vincularlo en labores conspirativas con el general Desiderio Arias, el cual fue asesinado por órdenes de Trujillo el 20 de junio de 1931 por tropas encabezadas por los oficiales Ludovino Fernández, Felipe Ciprián y Mélido Marte.
Al cumplirse el primer año del gobierno de Trujillo Estrella Ureña, temiendo por su vida, abandonó el país; luego fue declarado traidor. Formalmente fue destituido por el Congreso como vicepresidente de la República.
teofilo lappotteofilolappot@gmail.com