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UN CANAL PROVOCATIVO

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La clase dirigencial haitiana es en sentido general marrullera y rapaz y supura odio contra la República Dominicana. Siempre actúa ad hominem contra el pueblo dominicano. Tampoco tiene ni un ápice de respeto por ningún compromiso bilateral.

El canal de trasvase que desde el 2018 están construyendo grupos económicos poderosos de Haití en la parte bajo del río Dajabón, también conocido como Masacre, es una provocación a la paciencia de Job que históricamente ha tenido nuestro país con el incómodo vecino que por desgracia histórica nos ha correspondido.

Horacio Vásquez Lajara

Algo similar trataron de hacer en el 1901 los haitianos en una parte de ese río, en su paso por territorio dominicano. Esa vez tropas dominicanas dirigidas por el oficial Horacio Vásquez Lajara se acantonaron en la zona de Manzanillo y luego la diplomacia se encargó de aniquilar ese despropósito.

El agua es un recurso humano que no se puede manejar con la irresponsabilidad criminal que lo están haciendo los aludidos sujetos, quienes mueven los hilos de sus poderes desde lugares cómodos y seguros.

En el mundo de hoy el agua es un recurso de importancia vital. Algunos la llaman el “oro líquido”, por su alto valor estratégico, tanto por los efectos del cambio climático como por una gran variedad de otros factores.

Los que están patrocinando el referido canal en la llanura de Maribaroux no son medianos o pequeños agricultores, como se pregona de cara a los incautos, sino reconocidos potentados sembradores de cizaña; los mismos que siempre han sido indolentes ante la miseria del pueblo llano de Haití.

Esos sujetos de alto perfil criminal no ignoran que el artículo 52 del protocolo adicional I que en el 1977 se les agregó a los convenios de Ginebra firmados el 12 de agosto de 1949, para proteger los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, señala textualmente que:

“Se prohíbe atacar, destruir, sustraer o inutilizar los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las de riego, con la intención deliberada de privar de esos bienes, por su valor como medios para asegurar la subsistencia, a la población civil o a la parte adversa, sea cual fuere el motivo.”

Algunos desde aquí, generalmente obedeciendo mezquinos intereses particulares, se han dedicado a amplificar las mentiras interesadas propaladas desde diversos sectores de aquel país con relación a que supuestamente la República Dominicana hace uso unilateral de las aguas del referido río en lugares donde el mismo pertenece a los dos países. Es una mentira más, como es de fácil comprobación.

El canal de trasvase de agua que se está construyendo del lado oeste del río Dajabón, en el tramo donde comienza su descenso en ruta hacia su desembocadura en la bahía de Manzanillo, afectaría a miles de pequeños productores agrícolas y pecuarios de ambos lados de la frontera que ahora se surten con pequeñas cañerías del mismo. Así lo han dicho expertos en la materia.

Laguna Saladilla (Foto de Diario Libre)

Provocaría, además, daños irreversibles a la Laguna Saladilla, uno de los más importantes humedales dominicanos.

El problema actual es el agua, pero en el pasado los más elevados sectores económicos, políticos y militares de Haití causaron graves daños a la integridad territorial de nuestro país, tal y como se comprueba hurgando en la historia de ambas naciones.

Algunos ejemplos bastan para tener una panorámica objetiva sobre lo dicho arriba.

En el año 1874 los haitianos maniobraron, con una mezcla de astucia y gestos plañideros, para que la República Dominicana reconociera como de ellos los territorios de Hincha, Las Caobas, San Rafael de la Angostura y San Miguel de la Atalaya.

Se sabe de sobra que cuando los reyes Carlos III, de España, y Luis XVI de Francia autorizaron la firma del Tratado de Aranjuez, el 3 de junio de 1777, bajo el sofisma de “procurar el mayor bienestar posible a sus vasallos respectivos”, esos pueblos eran parte de la colonia española. Lo que luego fue y es la República Dominicana.

Esos mismos lugares pertenecían a dicha colonia cuando se firmó el Tratado de Basilea del 1795, a través del cual, en su artículo IX, España cedió a Francia la parte que ocupaba en la isla de Santo Domingo. Debieron ser, en consecuencia, de la futura República Dominicana.

No obstante las mencionadas donaciones territoriales, poco faltó para que en el 1910 se desatara una guerra entre los dos países cuando la República Dominicana quiso hacer una carretera terciaria que uniría al pueblo de Pedernales con la aldea de Cabeza de Agua y los haitianos alegaron, sin ningún fundamento, que un tramo de la misma ocuparía parte de su territorio; lo que luego se comprobó que era falso.

Después de obtener en el 1874, mediante una suerte de sonsacamiento, las arriba referidas comunidades dominicanas los ladinos vecinos votaron en ese mismo año una constitución que en su artículo 3 decía que su territorio estaba limitado por “los lugares ocupados actualmente por los haitianos”.

El presidente de República Dominicana Horacio Vásquez Lajara

Eso se convirtió en papel mojado, carente de valor, pues en el futuro siguieron aprovechándose de tierra dominicana, utilizando pretextos de todo tipo.

El presidente de Haití Eustache Louis Borno

El 20 de febrero de 1929, bajo los gobiernos del dominicano Horacio Vásquez Lajara y del haitiano Eustache Louis Borno, se firmó el llamado  Tratado de Paz, Amistad Perpetua y Arbitraje, cuyo artículo 10 dice de manera textual y sin ningún tipo de anfibología que:

“En razón de que ríos y otros cursos de agua nacen en el territorio de un Estado y corren por el territorio del otro o sirven de límites entre los dos Estados, ambas partes contratantes se comprometen a no hacer ni consentir ninguna obra susceptible de mudar la corriente de aquellas o de alterar el producto de las fuentes de las mismas.”

Dicho Tratado y su complemento costaron formalmente a la República Dominicana el despojo de 4.572 kilómetros cuadrados de su territorio.

Como el dicho Tratado de 1929 establecía la firma de un protocolo para su entrada en vigencia, que no se produjo por los eventos ocurridos en el país en el 1930 con el derrocamiento del presidente Vásquez; el gobierno de Haití le exigió a Trujillo en el 1936 que para firmar dicho protocolo tenía que ceder otra parte del territorio dominicano. Así consiguieron el valle de la Miel y zonas como Veladero y El Saltadero.

Violando esos textos legales de carácter bilateral es lo que están haciendo ahora grupos de poderosos haitianos con la construcción del citado canal de trasvase, que no es lo mismo que un canal de riego porque el primero implica un desvío del cauce natural del río, ocasionando daños irreversibles.

Es pertinente decir ahora que la República Dominicana y Haití son diferentes, y no esencialmente por asuntos de eugenesia ni por cuestiones antropológicas, como  algunos repiten a modo de sonsonete.

Francisco Moscoso Puello

Para comprobar que los diversos conflictos registrados en la historia accidentada de los dos países no han sido por lo anterior basta comprobarlo leyendo a Francisco Moscoso Puello y a Corpito Pérez Cabral en sus respectivas obras Cartas a Evelina y la Comunidad Mulata. Para sólo citar dos ejemplos.

Corpito Pérez Cabral

La permanente inquina de los sectores de poder de Haití hacia nuestro país tiene motivaciones bien conocidas, y no requieren repetirse en estas notas.

El odio y la maldad de allá para acá ni siquiera es exclusivamente por lo que relató el militar y escritor estadounidense Arthur J. Burks sobre lo que le pasó cuando de viaje hacia la República Dominicana, en el 1922, el barco en que venía pasó por el golfo de Gonaives, en cuyo fondo está la capital haitiana,  y  al preguntar “por el significado de las luces lejanas por la noche”, tuvo como respuesta esta reveladora frase:

Arthur J. Burks

“¿Las luces? ¡La gente de los montes hace magia negra!! (El país de las familias multicolores. Arthur J. Burks. Editora Taller, 1990.P.29).

Con esto del canal de trasvase que están haciendo ahora en Haití, violando todos los acuerdos bilaterales, y, además, el sentido lógico de la función de los recurso hídricos transfronterizos, no podemos hacernos el canelo, como definen sin rodeos los diccionarios a aquellos que se dejan engañar fácilmente.

teofilo lappotteofilolappot@gmail.com