La Academia Dominicana de la Historia
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El robo de libros, en cualquier parte del mundo, ha existido desde que se comenzaron a formar las primeras bibliotecas públicas y privadas. Ese hecho delictivo abarca un arco de intenciones muy amplio que va desde los trastornados bibliocleptómanos hasta las motivaciones políticas, religiosas, etc.
El órgano de divulgación de la Academia Dominicana de la Historia publicó hace 47 años un inusual aviso sobre el robo de centenares de libros de gran valía, en la biblioteca propiedad de un ilustre ciudadano dominicano.
El ladrón aludido realizó durante años trabajos de limpieza en los compartimientos de la misma. Al parecer dicho sujeto contaba con la complicidad de compradores que se aprovecharon de la ganga de precios. Una verdadera bicoca.
Esa institución cultural señaló en dicha ocasión que la víctima directa del referido hurto fue su entonces presidente, el eminente historiador y diplomático Emilio Rodríguez Demorizi.
“De crimen contra la cultura dominicana puede calificarse la insólita y desconsiderada sustracción de libros de una de las más importantes bibliotecas dominicanas…El caso, sometido a la justicia, a pesar de las evidencias del crimen, nada hizo, ni se tomó en cuenta la gravedad del atentado contra la cultura dominicana…” (CLÍO, enero-diciembre 1976.No.132.Pp77 y 78).
Un caso famoso desde la antigüedad (hace ahora 2,300 años) acerca de robos y quemas de libros fue perpetrado contra la biblioteca de Alejandría, ciudad portuaria del norte de África, la cual según cronistas de entonces llegó a tener unos 700 mil libros de los más diversos temas.
El escritor y abogado romano Aulo Gelio, en su monumental obra en varios tomos titulada Noches áticas, hizo la que se considera la más detallada descripción sobre la tragedia cultural de ese tesoro de la humanidad.
En el año 1204 los cruzados, esos fieros guerreros de la Edad Media, robaron gran parte de los fondos bibliográficos de la famosa biblioteca de Constantinopla. No conforme con eso luego la quemaron.
En el año 1933 el terrible Joseph Goebbels, ministro de propaganda de los nazis, ordenó que de la biblioteca de Berlín robaran libros que les interesaban a jerarcas hitlerianos, y que luego quemarán el resto de las obras que atestaban sus anaqueles, incluyendo no pocos palimpsestos.
Lo que hicieron los nazis en aquella biblioteca quedó detalladamente descrito por el talentoso periodista sueco Anders Rydell en su conocida obra titulada Ladrones de Libros.
Pero no sólo fue el caso de Berlín. En la introducción al capítulo I del referido libro el citado autor dice, entre otras cosas, sobre los robos que en el ámbito cultural hicieron los nazis, lo siguiente:
“…decenas de millones de ejemplares que desaparecieron en una operación de saqueo que abarcó desde el Atlántico hasta el mar Negro…Los ideólogos más importantes del Tercer Reich saquearon bibliotecas y archivos de toda Europa a través de organizaciones dirigidas por el líder de las SS, Heinrich Himmler…Durante la guerra, se orquestó y llevó a cabo el mayor robo de libros de la historia. Los objetivos del saqueo fueron los enemigos ideológicos del movimiento: judíos, comunistas, masones, católicos, eslavos, críticos del régimen, etc.” (Ladrones de Libros. El saqueo nazi de las bibliotecas europeas y la lucha por recuperar la herencia literaria. Primera edición en español por Ferro Ediciones. Septiembre del 2022. Anders Rydell).
También son valiosos los aportes estadísticos que en algunos de sus ensayos realizó la historiadora y académica estadounidense Patricia Kennedy Grimsted, sobre la destrucción que en la Segunda Guerra Mundial hicieron Hitler y sus principales asesores de gran parte de los fondos bibliotecarios de varios países europeos.
Más reciente en el tiempo (desde el 20 de marzo del 2003 hasta el 18 de diciembre del 2011), cuando los EE.UU. invadieron Irak, la biblioteca de la ciudad de Bagdad fue vandalizada y se perdieron sus tesoros bibliotecarios, incluyendo muchos incunables conteniendo la historia de culturas milenarias como la sumeria, la mesopotámica y otras que florecieron en tiempos inmemoriales entre los ríos Éufrates y Tigris.
Esas civilizaciones, cuyas memorias escritas en sus textos originales fueron arrasadas, contribuyeron con el desarrollo de la humanidad, en diversos niveles. Hicieron aportes como la rueda, el calendario, las leyes, la astronomía, la escritura, la arquitectura, los sistemas hidráulicos, etc.
Teodosio I, a quien apodaban el Grande, tal vez porque fue el último emperador que gobernó simultáneamente tanto el occidente como el oriente del Imperio Romano, ordenó con una cubierta legal que fueran sustraídos y quemados todos los textos relacionados con el paganismo que existieran en cualquier confín del vasto territorio bajo su control.
Ese comportamiento de Teodosio I tenía su origen en que era un cristiano devoto, que no comulgaba diario porque ese ceremonial surgió mil años después de su muerte, con el Concilio de Letrán, en el siglo XIII. Para él los libros versados en temas paganos eran como una afrenta a los dogmas que dominaban su creencia y un atentado a las fórmulas planteadas en los Sínodos de Nicea del año 325 y Constantinopla del 381.
Como una consecuencia directa de la actitud anterior debo señalar que la formidable biblioteca de Hipatia de Alejandría, que era una famosa filósofa, astrónoma y matemática, fue saqueada y quemada antes de que ella fuera asesinada por cristianos radicales que estaban enfrentados a los residuos del paganismo.
Evidentemente que en ese caso no se trató de la obra de cleptobibliomaniáticos, sino acciones planificadas por mentes que buscaban objetivos mayores.
El historiador y teólogo Paulo Orosio, por demás colaborador de san Agustín de Hipona, dejó por escrito sus impresiones sobre su visita a Alejandría, poco después de los aciagos hechos en que la biblioteca de Hipatia y ella misma fueron aniquiladas, resaltando que en aquella gran ciudad sólo encontró “anaqueles vacíos”.
Las diversas civilizaciones de los habitantes que los españoles encontraron a partir del 1492 en la gran masa de tierra y agua que después fue bautizada con el nombre de América también fueron saqueadas. Esa devastación cultural incluyó obras como los códices de los mayas.
Los registros históricos dan cuenta de que en el presente sólo hay cuatro ejemplares de los meticulosos relatos que hicieron los mayas sobre su dos veces milenaria y rica cultura, la cual estaba dotada, entre otras cosas, de escritura, astronomía, arquitectura, arte, mitología, sistema de numeración vigesimal de raíz mixta, con base combinada, que se usaba en gran parte de Mesoamérica.
Sólo uno de esos libros está en su tierra de origen, México. Los otros están en España, Alemania y Francia. Son pruebas tangibles de robos que no han sido revertidos y por lo tanto se mantienen como una imagen del feo escudo de la continuidad delincuencial.
Hay que resaltar que la depredación de libros y revistas en cientos de bibliotecas públicas y privadas que ocurrió en España a partir de la segunda mitad de la tercera década del siglo pasado tuvo su preludio cuando el 12 de octubre de 1936 el general franquista José Millán-Astray interrumpió, con la virulencia que le caracterizaba, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, al eximio académico Miguel de Unamuno Jugo con la consigna “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, recibiendo como respuesta viril del célebre bilbaíno: “Venceréis, pero no convencéreis.”
El historiador y filósofo sevillano Rafael Núñez Florencio publicó en el 2014, en la famosa revista La Aventura de la Historia No.184 (pags.35-39), un ensayo titulado Encontronazo, en el cual describe ese choque entre Unamuno y Millán-Astray; así como otros detalles de interés para el tema concernido a esta crónica sobre robos y quemas de libros en la España aplastada por la fuerza hasta el 1975, año en que muere el caudillo Francisco Franco.
Luego abordaré otros casos de robos y quemas de libros ocurridos en diferentes épocas de la humanidad, porque se trata de una maña vieja.
teofilo lappotteofilolappot@gmail.com