Mi Voz, Opiniones

OPORTUNA IDEA

Por: Carlos Ricardo Fondeur Moronta

Más de cuarenta años viviendo en el abandono social, la promiscuidad y en lo infrahumano, tenían viviendo los habitantes del Hoyo de Bartola, muchos de ellos infantes que no encontraban una forma más digna de jugar que brincar de un lado al otro la cañada del hoyo homónimo o Arroyo Gurabo.

Carlos Ricardo Fondeur Moronta

Este arroyo o ya una fétida cañada citadina, a la que nos referimos, se ubica a escasos metros de su desembocadura en el otrora Rio Yaque del Norte, otro afluente convertido en vertedero de aguas servidas y de basuras.

Más de cuarenta años de ser habitada una pendiente del Arroyo Gurabo que iniciaba su caserío debajo del puente sobre la Avenida Salvador Estrella Sadhalá, en una formación de arbitraria de callejones que no eran más que estrechos pasadizos entre casas o aleros, donde se aprovechaba agua lluvia y se escuchaban los pleitos de los vecinos.

La parte más antigua se formó en 1970, con unas casitas  que levantaron cuando al construirse la Avenida Hatuey, en el barrio Francisco Caamaño, conocido como Los Ciruelitos, cuando, se proyectaba construir un puente enorme, que la enlazaría con lo que era la pista del aeródromo y Base Aérea Cibao y Coronel Minaya, hoy Parque Central de Santiago. En la proyección del puente, creció un barrio que por la ribera norte o en Los Ciruelitos, le llamaron Hoyo de Puchula, hasta el puente sobre la Avenida Imbert, en el sector comercial de Gurabito, de ambos lados y al sur del arroyo Gurabo le llamaron Barrio Los Santos.

Nunca hicieron el puente. Era una afrenta del gobierno de turno pretender trazar allí una estructura de la dimensión del Puente Hermanos Patiño, que une al sector de la Otra Banda en el barrio Bella Vista, cruzando el antiguo Rio Yaque, hoy una estrecha cañada mal oliente, pero que dista de mas de medio kilometro de ancho y una cota de mas de cien metros, una estructura metálica que en su tiempo de construcción merecía el asombro de los dominicanos.

Las familias que «Vivian» en esa cordillera de casitas y callejones, odiaban el fatídico momento cuando el Departamento de Meteorología y la Defensa Civil anunciaban la posibilidad de que uno y a veces varios huracanes asolarían la isla.

Un trauma. Una indescriptible fobia al agua. Cuando las precipitaciones de las lluvias de mayo se avecinaban, el corre-corre de las madres que se apresuraban a cuidar hasta más no poder, los pocos ajuares y a sus atesorados niños y niñas,  era como una película de terror.

El traslado de esas familias a hogares y lugar dignos y la construcción de un canal en concreto armado, con sus anexidades modernas, como cancha para baloncesto, corredor para peatones y ciclo vía, fue una oportuna idea que se demuestra con la alegría mostrada por quienes transitan los puentes de Gurabito y avenida 27 de Febrero, sobre por lo que antes era el Hoyo de Bartola, al observar la diferencia entre la traumática vista de casas anegadas y la espera de oír en la prensa que algún infante había desaparecido y lo que hoy se muestra después de la etapa recién inaugurada por el Presidente Luis Abinader Corona. Fue, lo repito, una oportuna idea, viendo que las últimas lluvias caídas sobre la hidalga ciudad de los 30 Caballeros corresponden mas al resultado del cambio climático que a una época normal de las lluvias de mayo.

Sin la necesidad de querer colocarme a un lado de la historia política vernácula, creo en la necesidad imperiosa de continuar con la parte de la  agenda que como país firmante de los acuerdos internacionales sobre la readaptación nos corresponde cumplir.

Pero, al mismo tiempo, emplear el imperio de la Ley, el uso de métodos de fuerza contra aquellas personas que construyen en lugares de alto riesgo, como los cursos de agua naturales, como son las escorrentías los arroyos, ríos y hasta de partes bajo el nivel del mar y que serán en el futuro los críticos contra la pobreza visual. Hay que acabar con el método de «padrefamilismo», donde por el noble hecho de ser padre, hacemos cosas que atentaran en el futuro contra nuestros mismos hijos.

La famosa Cañada de Guajimia, cruza el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo Oeste (por el sector industrial de Herrera) y descarga agua negra y basura en el Rio Haina, ha sido el eterno dolor de cabeza para las autoridades. Por suerte, volvió a ser intervenida para tratar de solucionar el vertido de desechos industriales y de los hogares laterales a ella que se agudiza cuando llueve,  al lanzar a los contenes agua arriba, las basuras para que lleguen aguas abajo, creando taponamiento, especialmente en el área mas baja, que es debajo de la avenida Luperón en la división territorial, donde la cota es menor y la basura acumulada suele caer sobre el puente, al lado de dos grandes comercios capitalinos y por donde transitan miles de vehículos diariamente en ambas direcciones.

Hoy el Hoyo de Bartola ya no existe. Se ha convertido ese lugar antes lúgubre, en un espacio turístico y de esparcimiento.

Ahora nos toca seguir aplaudiendo hasta ver desaparecer el Hoyo de Puchula, no por efecto catastrófico de las lluvias, sino por la ingeniosa manera de nuestros arquitectos e ingenieros moldear el espacio físico que nos adentra en la nueva época de desarrollo como país. La agenda continúa rauda a paso de constructores como deben ser los políticos que hemos establecido en la cúspide del poder administrativo de la nación.

carlos ricardo fondeur morontacarlosfondeurmoronta@hotmail.com