De Hombres, Mujeres y Cosas, Mi Voz

EL ASESINATO DE EDMUNDO MARTINEZ HOWLEY, hermano de Orlando Martínez

Después del asesinato de Orlando Martínez Howley, Edmundo y sus hermanos vivieron situaciones tormentosas. Los perseguían y acechaban y les llevaban informaciones confusas sobre el crimen. A Nilson y a Sergio los detuvieron sin motivo en Santiago Rodríguez, solo para amedrentarlos. Por otro lado, un periodista ya fallecido se acercó a Edmundo para decirle que el autor intelectual de la muerte del comunicador había sido el general Neit Nivar Seijas.

Edmundo se lo comunicó a Sergio y este dudó. Parece que el informante, productor de un programa radial, visitó a Sergio en su oficina llevándole la especie. “Pero en su relato se equivocó en cuanto a la ruta que tomó Orlando el día del crimen. También insistía en decirme que un estudiante de periodismo estaba en la policía esperando que llegaran los asesinos para informarle a Neit”, relata Sergio.

Los hermanos enteraron de esta conversación a su tío Euclides García Aquino, diputado y juez del Tribunal de Tierras, amigo de Nivar, y este llamó al militar pidiendo verlo con urgencia. El general lo recibió en su residencia junto a Sergio y Edmundo. Grabó la plática y se la llevó a Balaguer, que al otro día lo nombró jefe de la policía.

“Lo visitamos de nuevo cuando asesinaron a Edmundo, pero en su finca de Villa Mella. Recuerdo que estaba practicando tiro y al verme exclamó sorprendido: “¡Creí que había sido a ti al que asesinaron!”.

Les dijo que los matadores de Edmundo habían sido los mismos de Orlando y les confesó que, por si a él le pasaba algo, había entregado una cinta con el interrogatorio a Pou Castro a su esposa, a su hijo “Neicito” y a Rafael Herrera, director de Listín Diario. Les instruyó para que fueran donde cualesquiera de ellos, de su parte, y pidieran que les entregaran una copia. Nilson y Sergio hicieron esfuerzos por obtenerla, sin éxito, relataron.

Agregaron que Neit los despidió reiterándoles: “Son la misma gente, tengan mucho cuidado que esos criminales hasta a mí me matan”.

La familia Martínez había visitado a Balaguer cuando sus militares troncharon la vida de Orlando, pero salió sin esperanzas del despacho pese a que el gobernante tomaba notas tratando de demostrar un interés que no sentía. De alguna manera advirtieron que “ya él lo sabía todo”. Fue cuando decidieron actuar por su cuenta y a su manera reclamando justicia. Edmundo denunciaba y escribía pero solo llegó a publicar nueve artículos pues los asesinos estaban inquietos con sus enérgicas y valientes acusaciones y delaciones y decidieron liquidarlo de forma sádica.

A casi 40 años de estos sucesos (en el momento en que se escribió este artículo), Nilson y Sergio lamentan que a los que ordenaron los homicidios “no los hayan tocado y estén libres en fincas, villas, francachelas, disfrutando lo que adquirieron a costa de la sangre de gente joven y valiosa”, dicen, mencionando los nombres de tres generales retirados. Sergio declara que “aquí no hay pantalones para hacer que sean llevados al banquillo de los acusados” aunque Nilson acota que “esa gente hace tiempo que está condenada y está pagando porque a sus hijos, nietos y tataranietos los compañeritos los señalan en el colegio como descendientes de asesinos”.

Refiere Nilson que no esperaban que volvieran a asesinar “a uno de nosotros” y que como prueba de amistad, a los funerales de Edmundo asistió el general Carlos Jáquez Olivero, “haciéndole ver a los militares criminales que esta familia no estaba sola”.

Con la muerte de Edmundo, expresan, prácticamente mataron a doña Adriana, porque este era el hijo “que le garantizaba la alegría. Si no lo matan la hubiésemos tenido más años entre nosotros”. Sin embargo, tras la muerte de este otro hijo, aunque profundamente herida, la dama se convirtió en la defensora de los casos, hasta su muerte.

Ahora agregan al sufrimiento la impotencia y declaran que la pena “no se supera. Nos acostamos y levantamos con la misma tristeza, como si los crímenes ocurrieran cada día, pero nos sentimos orgullosos de nuestros hermanos y padres que se enfrentaron al abuso sin temor. Como una fiera herida mamá se envalentonó y con su fe y su rosario tomó la defensa de sus hijos hasta el final”.

Más sobre Edmundo. Antes de su ingreso al seminario Edmundo tuvo algunos amores de adolescente en Las Matas de Farfán pues las chicas se sentían atraídas por su trato fino, buen vestir y temperamento amoroso, aunque era muy firme. “Siempre andaba impecable y oloroso”, narra Nilson, quien fue un padre protector para sus hermanos menores.

Cuando colgó los hábitos porque descubrió que su vocación era el matrimonio, cursó estudios comerciales en la Universidad O&M sumándolos a su inteligencia y cultura. Hablaba perfectamente inglés y latín y dice Sergio que su educación “estaba por encima de la de nosotros”, quizá debido a su formación jesuita. Estuvo empleado en el hotel “El conquistador”, de Fajardo, Puerto Rico, y fue vendedor en Víctor Méndez Capellán y en la mueblería Josué, entre otros trabajos.

Tuvo amores con una dama de San Juan de la Maguana pero terminó porque se enamoró perdidamente de una muchacha de San Pedro de Macorís con la que iba a casarse. “Para Edmundo la celebración de su cumpleaños era un detalle que no teníamos nosotros y al último, que fue el 21 de diciembre de 1974, llevó a esta joven que era ya su novia oficial”, recuerda Nilson.

Jugaba ping pong pero cantar era su hobbie. Estando en Manresa Loyola mandaba a buscar a Sergio para que se integrara al coro y después de abandonar el clero cantaban a dúo interpretando a los Irizarry de Córdova pero la canción favorita de él era Los ojos de la española.

El salvaje homicidio ocurrido justo el mes de su cumpleaños y a nueve meses del de Orlando, tronchó la boda y la celebración que tenía planificada para cinco días después de que matones balagueristas le quitaran la vida el 17 de diciembre de 1975.

“A partir de entonces mi casa fue una tumba, un cementerio. Perdimos la alegría. Sentimos que los gobernantes se acomodaron al poder, no quisieron tomar el riesgo de enfrentar a ese grupo represivo a pesar de lo claro que estaban los crímenes no solo para la justicia sino para el pueblo”.

Edmundo quizá está junto a su hermano en otro plano, como fue su deseo desde que a este lo eliminaron. A los cuatro meses del asesinato de Orlando escribió: “La impotencia es algo que me tortura y desespera, me aniquila, y como resultado, mi único anhelo es acompañarte, porque siento asco de esta tierra…”.

“Llamemos a su cardiólogo, el doctor Héctor Mateo, y que él se encargue de darle la noticia pues no sabemos si su corazón quebrado soportará este otro golpe”, narra el hermano de Edmundo, todavía destruido al relatarlo a 40 años del siniestro asesinato que de nuevo estremeció a los dominicanos.

Pero esta mujer era un roble, al igual que como hizo con Orlando la oficialidad balaguerista afirmando que lo habían matado porque iba a una cita con la esposa de un periodista y que presuntamente el esposo celoso lo interceptó, quisieron disfrazar la muerte de Edmundo presentándolo como homosexual y que se trataba de un crimen pasional. Nada más infame.

“Esas bestias que tenía Balaguer eran cobardes, miserables, cuando mataron a Orlando apresaron a tres inocentes para desviar la atención de los verdaderos culpables y vendieron la idea de que detuvo su carro paralelo al de Cheché Luna, un dirigente del PLD, que discutieron y aquel lo mató. Encarcelaron a Luna porque en ese momento Orlando sostenía una encendida polémica con Juan Bosch”.

Doña Adriana respondió a esta bajeza con una oración que cuenta la vida de Edmundo desde su gestación, tan contundente que Sergio, conmovido, le puso música y la convirtió en canción que entona de memoria con voz entrecortada. “No pudieron ensuciar tu memoria / no lograron empañar tu partida/ en tu vida transparente dejaste / muchas obras, / mucho aliento / y más amor. / Hoy quiero cantar una canción, Edmundo/ al dar gracias al Señor por tu creación en mi vientre”.

“Edmundo fue el hijo que mamá más amó, teníamos un colmado en Las Matas de Farfán y él la acompañaba. Era su sostén su asesor, era quien escribía, defendía, asumió como suya la defensa de Orlando porque lo quería, admiraba su talento, su forma de ser. Orlando fue profeta en su casa”, significa.

Esta nueva muerte “fue devastadora, fue la debacle, lo que sentimos es inenarrable, es muy fácil escucharlo desde fuera, solo nosotros sabemos lo que fue esa masacre, esos desalmados pensaban que había que eliminarlo porque él los tenía en jaque mate”, reitera.

Declara que con el salvaje atentado ya no sintió temor de que lo mataran. “Cuando uno pierde dos vidas tan valiosas se inmuniza”.

El cadáver de Edmundo era una masa de carne humana irreconocible, quizá su agonía fue mayor que la de “Orlandito”, como él llamaba a su hermano. Estaba hinchado, golpeado, ensangrentado, según se aprecia en las fotos tomadas en el lugar del suceso que Sergio no quiere ver. “Quiero recordarlo así”, expresa mostrando la cantidad de fotos de él en vida, que atesora.

Después que asesinaron a Edmundo, Balaguer y sus sicarios “fueron tan perversos que llamaron a mamá para decirle que yo sería el próximo”, refiere. Edmundo, Sergio y Orlando vivían en la casa paterna, hasta que Edmundo se independizó. Pidió a Sergio que se casara para que doña Adriana no se sintiera sola. El hermano le obedeció y fue con su esposa a compartir el hogar de los Martínez Howley.

También le ordenó: “Apártate del caso, déjame a mí la defensa, la investigación, la denuncia. Estoy soltero y esto es muy peligroso”.

Edmundo decía que no concebía la vida después de la muerte de Orlando. Escribía con furia, cada versión del Gobierno la respondía, consideró una burla el pago de 50 mil pesos que ofreció Balaguer a quien diera pistas del caso. “Era un cínico, conocía muy bien a los asesinos”, asevera Sergio. Edmundo cuestionó una “comisión investigadora” designada por Balaguer y en uno de sus trabajos, embravecido, manifestó: “Yo estoy dispuesto a aportarle a Balaguer, personalmente, los datos que él necesita para aclarar la muerte de Orlando…”. El encabezado rezaba: “No solo el que roba es ladrón sino que él que ve y calla. Es cómplice, y por tanto, ladrón también”.

Sacerdote y maestro. Edmundo nació el 21 de diciembre de 1938 en las Matas de Farfán. Estudió en la escuela Damián Ortiz y concluyó el bachillerato en el colegio De la Salle. Luego ingresó al Seminario de los Sacerdotes Jesuitas de San Salvador.

En su álbum personal, con su nombre grabado en letras doradas, se puede apreciar su vida dulce, virtuosa, piadosa, sociable, familiar. Siempre llevaba sotana. Regresó y fue recibido en el aeropuerto por sus padres felices de abrazar a su hijo. Fue a residir a la residencia jesuita de Manresa y era profesor del Instituto Politécnico Loyola. Es poco lo que se conoce de su vida después de colgar los hábitos. Sergio lo expone. Y casi nadie sabe de su reunión con Neit Nivar Seijas ni de las revelaciones que le hizo el general.

La calle

El Ayuntamiento de Santo Domingo consideró que Edmundo se distinguió como un valiente defensor de las libertades públicas, que asumió de manera pública y responsable actitudes en reclamo de esclarecer y hacer justicia sobre la muerte de su hermano Orlando y en atención a estas acciones designó con su nombre la antigua calle 6 de Mata Hambre, orientada de Este a oeste “como homenaje póstumo de reconocimiento a tan distinguido hombre público”. La resolución es del 30 de julio de 1986.

Texto: Angela Peña