Por Angel Artiles Díaz
La ropa, la música, los tatuajes, los cortes de pelo, las joyas, lo vehículos; en definitiva, la conducta social de una parte importante de la juventud es horrenda y estrafalaria, pero es ‘la carne’ que consume Facebook, Instagram, en una cultura memecéntrica, que agobia las redes sociales y echa a un lado los estilos de vida prohijados en la sensatez, la prudencia y el decoro que solo se logran en los laboratorios de un buen hogar y una buena escuela.
Para lograr presencia en las plataformas mediáticas es imprescindible lo absurdo como concepto. Lo abultado, lo ampuloso, lo pomposo y todo lo que carezca de sentido lógico para influenciar una masa social joven hueca, ignara y petulante.
Para lograr la trascendencia momentánea con la que se conforma esta juventud estrafalaria basta con llenarse el cuerpo de tatuajes, vestirse de espaldas a la estética más elemental, escupir las normas morales establecidas tradicionalmente para convivir, insultar, blasfemar, ejercitar la procacidad, discriminar la mujer, exaltar la maledicencia como bandera y… lo determinante: ponerse en manos de un fenómeno de la informática denominado ‘influencer’, una persona que sin haber estudiado marketing, tiene la ‘suerte empática’ de ser sintonizado por una masa culturalmente amorfa, que consume la difusión del producto grotesco de lo que en esas capas sociales se considera ‘música’, se acepta como vestimenta, se usa como vocabulario, incluso se acepta como meta de futuro inmediato.
De esa manera,el ‘influencer’ se ocupa de cambiar formas de vida, de generar decisiones hasta de suicidios, de inducir el consumo de cualquier chuchería innecesaria para la vida y, sin la intención de exagerar, incitan el consumo de sustancias alucinógenas, promueven el irrespeto a toda norma y, paradójicamente, se hacen millonarios y nos estrujan sus fortunas en las caras, a los que impávidos, miramos desde las gradas esta estampida de arrolladora de una generación horrenda a lo estrafalaria.
Angel Artiles Díazangelartiles@hotmail.es