Por María de los Ángeles Guzmán Brugal
Desde diciembre se siembra en gran parte de la sociedad el deseo de bajar de peso, recuperar la figura que tuvieron hace unos meses o años a modo de resolución de Año Nuevo, y lo cierto es que ya estando a finales del mes de enero, es más que evidente los cambios realizados por lograr el objetivo. Algunos recurren a actividades tales como, largas tandas de ejercicio físico, dietas en gran parte restrictivas (líquidas, porciones mínimas y/o saltando comidas).
La salud mental y la percepción que se tiene de la imagen corporal comparten una estrecha relación, mucho más tomando en cuenta el bombardeo actual de cómo deben verse los cuerpos y las rutinas a seguir. Se tiene tan normalizado adaptar el cuerpo a las rutinas de moda, que resulta arduo pensar si estas se adaptan a nosotros, si dichos cambios se hacen a través del amor propio o no.
Estas ideas no son inherentes de la sociedad adulta, los estereotipos de belleza cada vez son más específicos y contundentes en los niños y adolescentes dada la exposición a plataformas digitales, donde inicia un proceso de comparación e idealización a los cuerpos más tonificados y delgados, y si estos jóvenes carecen de una autoestima bien posicionada recurren a todos los métodos posibles para conseguir el cuerpo deseado.
A todo esto se le añade la carga estresora que conlleva la búsqueda de resultados a corto plazo, el deseo de poder terminar el régimen en el que se vive y la frustración porque, tal vez, no se está en el ritmo que se quisiera en el momento. Por esta misma tensión es que cuando se habla de adoptar hábitos alimenticios más saludables la mayoría de personas entiende que tiene que ser un proceso tortuoso, en el que no se disfrute y sea imposible que coexista en un ambiente donde los seres queridos tiendan a relacionarse en torno a la comida.
Los hábitos alimenticios no tienen que ser restrictivos, no tienen que hacernos sentir culpables cuando comemos algo que nos gusta, se deben adaptar a nuestras necesidades, estilo de vida, que seamos capaces de disfrutar lo que vivimos y, sean sostenibles en el tiempo.
Si se descuida o pasa por alto lo que se ingiere y la forma en que se percibe, podría generar una relación dañina con la comida y, en el peor de los casos, contribuir al desarrollo de un trastorno de la conducta alimenticia (TCA), que no solo se reduce a anorexia nervosa ni bulimia nervosa. Existen TCA que se enmascaran de positivos cuando son todo lo contrario, ejemplos de esto son la ortorexia y la polidipsia psicógena. La primera se caracteriza por la obsesión con el comer saludable y la calidad de los alimentos ingeridos de manera patológica. Y el segundo término se refiere a la ingesta excesiva de agua, alejándose de la cantidad que cada persona debería ingerir. Esta es la razón por la que se debe de abogar por el equilibrio, por sanar la relación que tienes contigo mismo y la comida.
¿Alguna vez has pensado en tu estado de ánimo mientras has estado bajo dietas restrictivas? ¿Has sentido altos niveles de ansiedad y quisieras comer aquello que está prohibido? ¿La energía que tienes se agotaba con mucha facilidad y querías dormir más? ¿Al momento de hacer ejercicio tratabas de dedicarle más tiempo, para tratar de “quemar” lo que comiste anteriormente?
Si alguna de las preguntas anteriormente plasmadas fue un “sí”, hay algo que no está funcionando para ti. Uno de los mayores factores por los que estar bajo régimen es tan difícil es porque se tiende a etiquetar los alimentos en “malos” y “buenos”. Se puede comer de todo siempre teniendo balance y tomando decisiones más saludables según nuestras necesidades. Mientras más se prohíbe un alimento, se crea una sensación contraproducente en la que se llega a creer que si lo ingieres te podrías sentir mejor al hacerlo, resultando un ciclo que genera gran ansiedad y es más complicado el hecho de controlarlo.
Unas claves para que la ansiedad disminuya considerablemente son las siguientes: evitar saltar comidas; prestarle atención al contenido real del desayuno; distinguir entre hambre fisiólogica y hambre emocional, el hambre emocional se caracteriza por la urgencia repentina, deseo de un alimento en específico, mayormente un prohibido autoimpuesto y es difícil de saciar. Cuando se tienen episodios de hambre emocional recurrentes significa que existe una parte de tu vida a la que estés oprimiendo, ya sea, tristeza profunda, autoestima baja, problemas familiares o laborales, entre otros. Si ya sientes que forman parte de tu vida estos, lo mejor es buscar ayuda psicológica que te permita entender tu situación y cómo mejorarlo.
Sentir alegría, tristeza, estrés, ira, cansancio, sueño y hambre son cosas que nos hacen humanos, dependiendo de que tanto aprendemos a escuchar nuestro cuerpo se vuelve más fácil entender las señales que este nos da. Por no saber descifrar estas es considerable pasar por desapercibido síntomas que conviven en el cuerpo desde hace tiempo y darle tratamiento es más complicado. Si te sientes incómodo/a o extraño/a no te quedes así, no es normal sentirlo por tiempo prolongado.
Ahora, ¿cómo se podría iniciar una relación más cercana con tu persona y cómo podrías darte cuenta de lo que necesitas? Puedes auxiliarte de herramientas como el Mindfulness (conciencia plena) tanto para relajar tu mente y a la hora de comer, es que puedas darte un espacio para entenderte, sin comparaciones.
De la misma forma, puedes incluir en tu diario vivir una actividad que te permita explorar detalles de ti que no puedes ver al trabajar o mientras tienes la mente ocupada. Es importante cuestionar tus gustos, si lo que haces es porque te has acostumbrado, si realmente lo disfrutas o sientes que te aporta.
Tómate más en serio, pero sin las ataduras de los estándares. Preocúpate realmente por tu bienestar, por ir a tu ritmo no al del otro. No mereces vivir una vida cuestionándote porque no te ves como otra persona por más dietas en las que estés y por más ejercicios que hayas hecho. Mejora tu relación con la comida y tu salud mental te lo agradecerá.
María de los Ángeles Guzmán Brugal es Psicóloga clínica, especialista en Psiconutrición.
Jennifer Germosenjennifergermosen04@gmail.c