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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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A veces la naturaleza del ser humano es perversa, lo que exige injertar algunas bondades adheridas a nuestra innata existencia, para que el cultivo sea más humano. Hablo de esa cultura adquirida, en la que no se puede permanecer estáticamente, puesto que todo está en movimiento. Hasta el amor se fecunda permanentemente. Por otra parte, poco tienen de afecto aquellas tradiciones que nos degradan, deshumanizan y lesionan. Son violaciones a la propia especie que debemos combatir activamente hasta que desaparezcan. Pienso, ya que en este mes celebramos el Día Internacional de tolerancia cero con la Mutilación Genital Femenina (6 de febrero), en tantas niñas y mujeres destrozadas de por vida. Ciertamente, tenemos que conservar lo mejor de nuestras raíces, pero también hemos de abandonar todo aquello que nos cause daño. Y, palpablemente, nos menoscaba todo aquello que no lleva implícito el amor, que además todo lo iguala. Sin duda, el momento histórico que vivimos ha de empujarnos a tratar de encontrar caminos de luz, desde una cultura de entendimiento y proximidad, orientada hacia la solidaridad, o si quieren hacia las pruebas de amor, cuyo cenit radica en dejar vivir libremente.
Desde luego, para poner fin a la indigna mutilación genital femenina es preciso contar con todos los sectores sociales para desenmascarar el absurdo de una tradición. Se trata nada menos de educar a las personas y de comprometer a las comunidades en el universal derecho a la salud sexual y reproductiva, y a una vida sin violencia ni discriminación. Volvemos al amor para reeducarnos. No hay otro abecedario como el del amor para transformar. Por desgracia, se calcula que a día de hoy -según Naciones Unidas- hay unas ciento veinticinco millones de niñas y mujeres mutiladas en veintinueve países de África y Oriente Medio. En consecuencia, no podemos caer en la desilusión, o en la actitud de Pilato de «lavarnos las manos», encerrándonos en nosotros mismos, hay mucho trabajo que hacer para recuperar el horizonte de la vida, donde cada vida es fundamental e imprescindible. De lo contrario, si la tendencia actual continúa, para 2030 aproximadamente ochenta y seis millones de niñas en todo el mundo sufrirán algún tipo de mutilación genital, con sus consabidos efectos negativos y traumatizantes para la salud, y otras veces, incluso la muerte.
Ante estas realidades numéricas no podemos permanecer indiferentes. Esto no pasaría si amásemos sin medida. ¿Por qué nos dará tanto miedo cultivar el amor? Tenemos que huir de esa naturaleza malvada que acosa a la humanidad, y apostar por otra vida más afectiva, en sintonía con las propias emociones interiores y los propios sentimientos del alma. El peligro individualista, así como el riesgo de vivir en clave egoísta está ahí, en todas las culturas. Deberíamos huir de esta tendencia cultural que nos acompleja, por sus muchos tormentos que nos aplican en vena, optando por ser más generosos con nuestros semejantes. Igual que nadie puede arrinconar a nadie porque sí, tampoco nadie puede mutilar a nadie sin más. El hecho de que algunas prácticas hayan existido durante mucho tiempo no justifica su continuidad. Sea como fuere, hemos de tener altura de miras, para darnos la oportunidad de cambiar tradiciones que nos embrutecen. Ha llegado, pues, el momento de humanizar las culturas y, asimismo, de avivar la defensa de la ciudadanía y de su promoción cultural. Para ello, es necesario presentar la palabra diálogo, absolutamente indispensable, de lo contrario estaremos dando palos de ciego. Verdaderamente, dialogar es el primer acto de amor.
Naturalmente, el diálogo intercultural, bajo una actitud de reciprocidad y comprensión para simpatizar con todas las pluralidades de pensamiento, es una buena orientación para penetrar en todo el orbe y, así, poder contribuir a una armónica humanización de la especie. El ser humano, y más el sector vulnerable, es humillado continuamente por poderes sin escrúpulos y por sistemas económicos que explotan y comercializan con vidas humanas con total descaro. Considero muy necesario aumentar mucho más la conciencia pública más allá de cualquier cuestión de género. Ahora más que nunca, es el momento de la acción conjunta y Naciones Unidas es imprescindible para esa protección y ese promover otra cultura más respetuosa con el ciudadano. Tenemos que asegurarnos de que las mujeres más marginadas y las adolescentes más excluidas, pueden llevar una vida digna y productiva, con el acceso universal a servicios de planificación familiar, contribuyendo así a un bienestar que todos nos merecemos.
Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por las inestabilidades propias de los descubrimientos científicos, por el ocaso de las viejas ideologías y el deterioro de los viejos sistemas, urge poner en valor la autonomía de la persona. Nuestra época actual nos revela descarnadamente la contienda entre géneros, la falta de orientación y la inmensa necesidad de acogida. Hay un hambre más tremenda que la física, es la del espíritu. Requerimos corazones que iluminen y auténticos amores incondicionales, que son los únicos que puedes reanimarnos ante el despertar de una civilización de lo universal. Téngase en cuenta que la humanización que se requiere, por consiguiente, es más que una simple adaptación externa, a mi modo de ver significa una transformación íntima de los auténticos valores culturales, mediante su integración en la ética y en la moral más profunda de las diversas culturas humanas. A mi juico, creo que es vital hacer comprender a nuestros contemporáneos que cualquier ser humano, mujer u hombre, es lo más significativo más allá de las finanzas, de los sistemas políticos y de las alianzas militares. El orden no puede recaer en el miedo o en la fuerza, sino en el entendimiento. Si hay algo que desterrar que sea la cultura de la impunidad, lo que viene posibilitando que la violencia contra los más vulnerables continúe proliferando.
Obviamente, la sociedad del mañana deberá ser diferente en un planeta que no tolera más las actitudes discriminatorias de género. Por muchas tradiciones que nos cohabiten de Oriente a Occidente, de Norte a Sur, esta apertura hacia nuevos espacios requiere, en todo caso, sabia meditación y audaz previsión. Aunque el futuro pueda parecernos incierto, si es verdad que nos invade una certeza, que la ciudadanía se ayuda a crecer en el corazón de todas las culturas. Siempre habrá una ilusión a conquistar, inherente consigo mismo, la de que cada persona pueda afirmarse en su libertad, avanzar con su responsabilidad y poder actuar en favor de los demás de manera solidaria. No hay otro secreto que el amor para motivarse, el amor al ser humano, el amor sobre todo lo demás. Es la necesidad cardinal de toda cultura humana, que se precie de ser condescendiente con los suyos.
Humanizar con nuestra acción ejemplarizante, y dar nuevamente a la familia el sitio que le corresponde, hará de este mundo una irradiación cultural más vigorosa, sobre todo en la búsqueda de la belleza y de la verdad, de la unidad y del amor verdadero. En cambio, si tomamos la vía de una cultura sin trascendencia, irrespetuosa con su propia especie, pereceremos ante la atracción del dinero y del poder, del placer y del éxito. Nos hallaremos, con la insatisfacción causada por el materialismo, por la pérdida del sentido de los valores morales y por el desasosiego ante el porvenir. ¿Verdad que le suena esta cultura del tormento? Pues cambiémosla, así de fácil. Ya sabemos que solo el amor puede alentar todas las cosas. Sí, sí, más de lo mismo: el amor ha de unirse a todas las culturas.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
1 de febrero de 2015.-
2015-02-02 01:08:01