Rodolfo R. Pou
Cada enero, presento una declaración, sobre lo que requerirá la diáspora para colocarse como el elemento fundamental en el desarrollo de República Dominicana. Esta es mi quinta afirmación anual. Y cada vez más me acerco a la conclusión de que en nuestra nación de origen, los decisores ya están comprendiendo que para el pueblo dominicano y el futuro del país, la diáspora es determinante.
Para ampliar mi exposición anual esta vez, opté por consultar varias investigaciones, pero sobre todo, unos libros que tenía pendientes. Entre ellos, “Move: Las fuerzas que nos desarraigan” de Parag Khanna. Valioso y visionario documento que me ha amplificado el tema de la movilidad humana. Texto y autor que fuera recomendado por el Canciller de la Universidad Tecnológica de Santiago -UTESA, Ing. Frank Rodríguez, en mi reciente recorrido por el país, mientras presentaba mis libros y dictaba ponencias sobre el rol de la diáspora en el desarrollo nacional.
Una cita que encarriló más aun mi enriquecimiento en el tema, la encontré en la propia solapa del documento, donde fijaba que “en los 60,000 años desde que la gente comenzó a colonizar los continentes, una característica recurrente de la civilización humana ha sido la movilidad -la constante búsqueda por los recursos y la estabilidad. Los eventos sísmicos globales -guerras y genocidios, revoluciones y pandemias- solo han acelerado el proceso. El mapa de la humanidad no está resuelto, ni ahora, ni nunca.” Y fijo esa cita, porque es una ajena al único elemento con el que se valora la migración actualmente. El escape del terruño por el solo y simple hecho del mejoramiento económico y no el resto de las condiciones que motivan el desplazamiento.
Hoy día, aun y a pesar de que el movimiento de personas ocurre en todo el mundo, colocando la migración como un fenómeno global, todavía no existe una comprensión integral de cómo gestionarla a favor de sus naciones de origen, luego que estas poblaciones se definen como diáspora. Sin embargo, no podemos negar que en las últimas dos décadas, las naciones de origen de esos expatriados han aceptado que estas son determinantes para su desarrollo.
Llegar a la realización.
Un ejemplo de cómo las diásporas son determinantes, fue evidenciado en como la República Dominicana reaccionó públicamente, luego de recuperarse de la pandemia del COVID-19. Como Estado y como pueblo, se admitió que gracias a su comunidad residente en el exterior, ese periodo de cuarentena y su posterior recobro, pudo ser posible en menos tiempo.
Lo asombroso es que, así como logró impactar la recuperación de su nación de origen, esa comunidad también tuvo que recuperarse. Si, recuperarse. A pesar de que la nación dominicana fue auxiliada por sus deudos en el exterior, en específico los que residen en Estados Unidos, esa diáspora a su vez fue increíblemente impactada por la pandemia. Desde el detrimento de su salud hasta la pérdida de la vida. Desde ver su estabilidad emocional y laboral sacudida, hasta ver diluido su horizonte y con ello el naufragio de su porvenir. Esos que una vez partieron de su terruño en busca de mejoría económica, se vieron obligados a recoger y trasladarse de un Estado a otro en busca de estabilidad, de seguridad y de bienestar, como años antes habían hecho al partir de la Patria.
La comunidad que se identifica como diáspora dominicana, además de gestionar su recuperación económica y sanitaria causada por la pandemia COVID-19, también cargó con la reparación de la nación con la que se identifica. La diáspora se reinventó y asumió el rescate, aún sin ser llamada a tomarse la tarea.
¿Realmente, cuántos somos?
Por mucho tiempo, los que nos identificamos en Estados Unidos como dominicanos, hemos sido señalados como la quinta población hispana más grande de este país. Pero en el reciente Censo del 2020 de los Estados Unidos, la diáspora dominicana, además de afirmar esa posición, se mostró una interesante tendencia. Así de vertiginosa como ha crecido la población hispana, aún más lo ha hecho la población dominicana residente en ese país. Incluso a un ritmo más acelerado que el resto de la población en Estados Unidos. Prácticamente un crecimiento de 112.7% en apenas veinte años. Pocas comunidades pueden hablar de un crecimiento poblacional así.
Y para dar apoyo al registro del Censo de hace dos años, en una reciente publicación, fechada 5 de octubre del 2022, ‘Statista’, la plataforma líder en proveer información demográfica al sector privado y sus iniciativas, reveló que las personas que se identifican como dominicanos en Estados Unidos, ya han alcanzado 2,393,720.
Esos casi 2.4 millones de dominicanos citados, nos confirma como el quinto grupo hispano/latino más grande del territorio estadounidense, pero tomando en cuenta la propensión de las últimas dos décadas, es evidente que para el cierre de ésta, nos encaminamos a superar la comunidad que se identifica como cubana y la misma salvadoreña, las cuales actualmente guardan la cuarta posición con 2,400,150 y tercera con 2,473,950, respectivamente. En ese momento, alcanzaremos a ser la tercera comunidad hispana más grande de los Estados Unidos, detrás de los mexicanos y los puertorriqueños. Eso está a la vuelta de la esquina.
Viéndolo como capital político y electoral.
De los 2.4 millones, hay más de 900,000 que no nacieron en República Dominicana. Pero cuando esos logren su ciudadanía tricolor, y las cifras sean lo mismo para aquí como para allá, la diáspora será determinante en todas y cada una de las contiendas electorales.
Hay que asegurar que nuestra gente también se haga ciudadano estadounidense y participe juntamente con esos 900,000 en las elecciones locales, estatales y nacionales, porque a pesar de no tener un numero de figuras electas más allá de New York, New Jersey y Rhode Island, esa posible incidencia no solo determinará poderío en Estados Unidos, sino que incluso, ejerce presión sobre el tipo de política exterior que se pudiese aplicar hacia República Dominicana. Eso es un real y determinante poder político, que además aporta al necesario vínculo entre las partes y la nación dominicana.
Pasemos a lo económico.
Anteriormente cité las remesas, las cuales parecen ser el gran termómetro del capital de la diáspora dominicana. Esa fuente apenas responde al 5% del potencial económico y las otras riquezas de la comunidad residente en el exterior, que se identifica como dominicana. Por ello siempre evito las remesas al referirme como el factor definitorio de la población en el exterior. Porque su incidencia sobre el Producto Interno Bruto -PIB es circunstancial y excluye la posibilidad de que los emisores sean relevantes más allá de ella.
A inicios del año 2022 fijé en el Periódico El Dinero que, ese monto de transferencia anual se está acercando a su pico y su poderío porcentual se irá reduciendo sobre el PIB, se irá reduciendo según siga creciendo la economía del país. Cumplido el año, hemos visto como ese pensamiento se ha vaticinado. Lo que hasta ayer fue 11% del PIB, en una década podría ser significativamente menos. Además, no se puede contar con el monto de las remesas y su incidencia más allá de una tercera generación, porque depende más de factores migratorios recientes que del sentir filantrópico de sustento que proyecta.
La diáspora como inversionista, es determinante.
Lo determinante es la capacidad de inversión que presenta la diáspora dominicana. En sus reservas personales en los bancos de Estados Unidos, donde sus cuentas albergan un capital ocioso que oscila en los 6,000 millones de dólares. Añádanle a eso, el valor de sus negocios y las propiedades que lo albergan. O las mismas residencias que poseen. Todas guardan en sí, una plusvalía ansiosa de ser invertida. Esa es una enorme y accesible riqueza de la cual no se habla.
En una disertación reciente en Hostos College, cité que hay muchos más elementos de riquezas que pueden ser transferidos al desarrollo de República Dominicana desde su diáspora de manera eficiente, como lo es la interesante e ignorada capacidad crediticia personal o empresarial. Se que ya hay algunas instituciones bancarias del país que están facilitando la transferencia del puntaje crediticio personal de los miembros de su diáspora. Pero imagínese eso de manera formal, en lo personal y lo empresarial. La capacidad de transferir el puntaje crediticio de Estados Unidos, a cada esquina de la industria bancaria completa. Desde tarjetas de crédito a préstamos vehiculares, hipotecarios o para la apertura de negocios. Ahí sí que estamos hablando de riquezas económicas tangibles, entre esos dos enfoques, plusvalía y capacidad crediticia.
Los dominicanos que residen fuera del territorio nacional están listos para ser participes del desarrollo nacional, si los canales de inclusión e inversión son definidos claramente. Ya sea con aportes directos vía Cooperativas de la Diáspora; Bonos de la Diáspora; el Fondo Fiduciario de la Diáspora y el Fondo de Inversión de la Diáspora. Todos capaces de capitalizar proyectos de desarrollo de infraestructuras viales o de transporte masivo; de muelles, aeropuertos y líneas de trenes interprovincial, o de infraestructura física o virtual para la educación, la salud y la seguridad nacional.
Estamos en una época buena y determinante.
Los dotes intelectuales, de investigación y conocimiento creativo, científico, técnico y profesional, complementado por una ola de presencia corporativa y técnica en altos rangos de las más importantes empresas de Estados Unidos o la misma fructífera participación política y representativa de la última década, muestra un capital humano de riqueza transferible.
Pasemos de una filantropía caritativa a una de inversión y cooperación sobre la democracia, la economía y el conocimiento. Y porque no, hasta la política. Pasemos a ver la diáspora, como la principal fuente de desarrollo democrático de República Dominicana. La mayor fuente de inversión. Capaz de capitalizar cualquier proyecto de infraestructura, salud o educación, sin que el país tenga que salir a buscar prestado. Y, sobre todo, veámosla como el depósito intelectual, como la mayor fuente de posible transmisión de conocimiento, experiencia y relaciones, para fortalecer nuestras instituciones.
No se requiere que exista una crisis para que el patrimonio de la diáspora sea determinante a la recuperación o el desarrollo de República Dominicana. La diáspora dominicana está en una etapa donde quiere y puede. Y en el país se visualiza un interés por parte de los sectores decisores de la nación, de crear espacios o canales para capitalizar ese patrimonio en favor del desarrollo nacional. Porque ya estamos reconociendo, que es determinante.
Rodolfo R. Pourrpoum@gmail.com