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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Me asusta el mundo que no considera la igualdad de derechos para las minorías o la independencia del poder judicial, que mira hacia otro lado ante la multitud de migrantes desaparecidos en el Mediterráneo, o que para controlar el orden público utiliza la fuerza militar, porque es preciso evitar que en nuestro corazón se levanten muros de resentimiento y venganza. Realmente da miedo levantarse cada día y tragarse las muchas peleas, las muchas divisiones, los muchos desconsuelos. En ocasiones, pienso, que estamos dispuestos, con nuestro aluvión de actitudes negativas, a poner fin a nuestra propia historia, la de la especie humana. Millones de personas huyen del terror sin entender nada. Hasta en las mismas familias se terminan historias sin ninguna explicación, sin un camino de acercamiento, sin poder aclararse la situación. Hace tiempo que hemos olvidado el camino del humilde diálogo para construir o reconstruir la convivencia. Quizás no sea tan necesario alzar la voz, sino escuchar y hasta doblegarse, para edificar puentes de entendimiento.
No se puede entender una vida sin conocer su historia. Por desgracia, cada amanecer cuesta mucho más entender el sentido de las cosas. Por ello, más que vivir, a veces fenecemos bajo una manipulación perversa, muy sutil, que nos descoloca. Siempre hay alguien que te dice lo que tienes que hacer. Ya no existe el silencio para poder reflexionar. En todas partes hay ruido que te insta a batallar sin entrar en abecedarios del alma. Estoy convencido que los moradores del mundo actual precisan otros lenguajes más del corazón para poder derrotar los egoísmos, nuestra personal decadencia. En demasiadas ocasiones damos de comer un alimento envenenado, o hasta el mismo aliento nace contaminado por el revanchismo. Algo que ciega los ojos del entendimiento. Desde luego, deberíamos tomar otras posiciones más comprensivas con nuestros semejantes. Porque uno puede entender una situación con el intelecto, pero comprender en profundidad los hechos, no es fácil, exige cuando menos leer muy dentro de nosotros. La mente ha de estar muy abierta para advertir el ser de las cosas. De lo contrario, no entenderemos nada y será difícil cimentar viaductos de lucidez para el discernimiento.
Considero que vivimos una época de tedio, donde la rutina todo lo confunde y el aburrimiento se contagia. Nos han dejado sin pasión por la verdad, nos han coartado nuestros específicos desvelos y andamos, aparte de perdidos, atrofiados por tanta doctrina nefasta que nos distrae el pensamiento. La forma para que nada cambie pasa por no preocuparse. Es la fórmula perfecta para que los dominadores se sientan a sus anchas, haciendo y deshaciendo lo que les venga en gana. Ciertamente, hace falta pensar, y mucho, pensar colectivamente para extraer el mejor lenguaje que nos acerque, y así, poder retornar, de este modo, a espacios armónicos, que son los verdaderamente necesarios para poder vivir en paz los unos con los otros. Por eso, hoy cuando tanto se habla de soluciones políticas, yo digo soluciones poéticas, es decir, se trata de activar el don del entendimiento que está estrechamente relacionado con la poesía. Cuando el verso habita en nuestro interior, no sólo es capaz de iluminarnos nuestra mente, sino que también nos hace crecer con la sensibilidad necesaria para ponernos en el lugar del otro.
Por consiguiente, si importante es aprender a pensar, hay quien dice que antes que escribir, más lo es cultivarse en hallar el entendimiento como aspiración a lo mucho que podemos lograr armónicamente unidos. Puede que lo fundamental de la vida esté basado en entenderse, sobre todo para esperanzarse, gozarla y vivirla. Nada se entiende en solitario. Lo decía el inolvidable científico alemán Albert Einstein: «la alegría de ver y entender es el más perfecto don de la naturaleza», y seguramente no le faltaba razón, puesto que a veces tenemos que reencontrarnos para entender la importancia que tienen las cosas que nos circundan. En todo caso, si algo nos espanta que sea alguna historia cómica, pero jamás ninguna historia humana. No sólo necesitamos encontrar una respuesta a quiénes somos y por qué vivimos, además requerimos entendernos para sentirnos felices. Al fin y al cabo, la puerta de la felicidad es una puerta a compartir con la convicción de sentirse algo y alguien para los demás.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
11 de febrero de 2015
2015-02-11 19:06:04