EL TIRO RAPIDO
El impacto emocional provocado en la ciudadanía por los inesperados y trágicos sucesos que costaron la vida al Alcalde de Santo Domingo Este y destacado dirigente del PLD, Juan de los Santos, a su guardaespaldas y al matador de ambos, ha revivido el tema del desarme de la población.
Este fue planteado hace bastante tiempo por el padre Luis Rosario, el esforzado Coordinador de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Católica, quien alarmado por los crecientes niveles de violencia social y criminal en el país, abogó por la misma de urgencia y con carácter general. Su apelación apenas encontró eco de resonancia en alguna que otra voz, que se dejó escuchar en apoyo de su petición aunque de manera aislada.
Desde hace tiempo, la regulación de la concesión de licencias para la tenencia y en algunos casos, el porte además de armas de fuego por parte de civiles se encuentra en el Congreso concretada en forma de un proyecto de ley pendiente de discusión y aprobación.
Ahora bien…¿es esta únicamente la fórmula mágica para terminar con el clima de violencia imperante en el país, multiplicada en el orden social con una frecuencia mucho mayor que en el plano delictivo?
Es cierto que las autoridades, ya sea por permisividad, identificación política, influencia o simple afán de llevar más ingreso a las arcas siempre necesitadas del Estado, han sido en extremo dadivosos en la concesión de permisos de armas de fuego sin evaluar la real necesidad ni las condiciones de los solicitantes que garanticen su uso prudente.
Ciertamente hay situaciones en que las solicitudes están debidamente justificadas, ya sea cuando se desempeñan actividades de alto riesgo, ya por otras razones de fuerza mayor. Pero siempre, en todos los casos, es preciso someter a estricta evaluación a quienes las portarán y limitar su uso a fines exclusivamente defensivos.
Sin embargo y sin ignorar la importancia que reviste el reducir significativamente la excesiva cantidad de armas de fuego en poder de la población civil, entendemos que limitar el tema de la desbordada violencia social que padecemos y que insistimos y las estadísticas están ahí para demostrarlo con toda crudeza, supera con mucho la violencia criminal, es tanto como limitarse a buscar la calentura en la sábana.
La raíz del problema radica a nuestro modo de ver en la cultura de violencia que se ha ido entronizando en forma cada vez más acusada en el seno de la sociedad y en la psiquis de los ciudadanos y que ha ido desplazando, en cambio, la del diálogo y el entendimiento civilizado para dirimir cualquier diferencia, desde las de orden más grave hasta las discusiones por motivos más pueriles.
La violencia está en la gente, no en las armas de fuego. Estas no son más que la expresión, trágica por demás, de esa violencia que a falta de ellas, mientras no sea desarraigada buscará siempre otros instrumentos de agresión y de muerte. En esa cultura torcida, deformada, que nos inclina cada vez más a ver en el prójimo que nos adversa por cualquier causa, un enemigo al que es preciso eliminar, es que, a nuestro modo de ver, radica la raíz verdadera del problema y la que es preciso extirpar.
Bien, por consiguiente, que saquemos las armas de las calles, pero también y mejor aún, que trabajemos en erradicar de la mente y el corazón de la gente todo sentimiento de odio e inclinación a la violencia, que es tanto como esa búsqueda de Dios que ha aconsejado el Presidente Danilo Medina, bajo el agobio del pesar por la inesperada y dolorosa pérdida de uno de sus más fervientes colaboradores y cercanos amigos.
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2015-12-19 16:00:33