POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Antes del 28 de julio de 1915, cuando entraron las primeras tropas estadounidenses de ocupación a Haití, ya Robert Lansing, a la sazón jefe de la diplomacia de los EE.UU., había dicho como pretexto para justificar ese hecho violatorio del derecho internacional, que “la raza africana carece de toda capacidad de organización política.”
Todavía no había ocurrido la matanza ordenada por el sanguinario presidente haitiano Vilbrun Guillaume Sam contra decenas de dirigentes políticos presos en la penitenciaría de Puerto Príncipe, entre ellos el ex gobernante Oreste Zamor.
Cuando aquellas palabras lapidarias del magnate financiero Lansing fueron pronunciadas en Washington, tampoco habían matado al referido presidente Sam, a quien turbas enardecidas descuartizaron y lanzaron sus vísceras en las calles de la capital haitiana para alimento de los perros cansinos que pululaban por ellas.
El objetivo principal de esa invasión se centró en el control total de la economía, la política y la cuestión militar del país vecino.
Dicho eso al margen de que los oficios despachados hacia la capital de los EE.UU. por jefes militares y civiles parecen un atado de literatura canónica, pues sin mencionar las masacres que cometieron contra la población haitiana, y el expolio que hicieron a todos los niveles, escribían sus mentiras sobre una supuesta labor humanitaria usando como materia prima la bíblica levadura de los fariseos.
Pero peor aún, 26 años después de dicha invasión James G. Leyburn publicó un libro sobre historia, etnología, religión, política y otros componentes de la sociología haitiana, cuyo contenido desciende enormemente cuando se refiere a la invasión de 1915, al decir lo siguiente:
“La ocupación, ordenada por ese alto profeta de la democracia que fue Woodrow Wilson, declaró su determinación de dar a Haití su primera oportunidad de convertirse en una nación democrática.” (El Pueblo Haitiano. Edición 2011.P.303.)
Dejando atrás la palabrería justificativa de dicha invasión, es oportuno decir que en el Haití de 1915 el comercio, y en parte la banca, eran controlados por alemanes, franceses, ingleses y sirios. Ese fue uno de los motivos por los cuales los EE.UU. decidieron imponer allí su creciente poderío de potencia mundial.
Para simular su control sobre el país invadido el mandatario estadounidense Woodrow Wilson puso como presidente títere de Haití al abogado y político Philippe Sudré Dartiguenave, un mulato nativo de la comuna de Ansé-á Veau, en el suroeste de Haití, cuya inclinación hacia los invasores era conocida.
Ese personaje actuó como un vasallo entorchado durante casi 7 años, apoyado en las bayonetas y fusiles de los infantes de marina de USA. Así también gobernó su sucesor, el no menos entreguista Eustache Louis Borno, un académico y diplomático. A Borno le pusieron como alto comisionado estadounidense (en sí un control directo de sus pasos) al general John H. Russell.
En su libro titulado “La Doctrina Monroe en relación con la República de Haití” el abogado, financista y legislador estadounidense William Alexander MacCorckle hace una descripción ardiente sobre la obligación de aplicar dicho instrumento de poder como una especie de mandato divino en favor de los EE.UU.
Se sabe que dicha doctrina, como concepto voladizo, se aplicó sin miramientos en Haití y otros países del Caribe. Está claro que los que ordenaron la invasión de 1915 iban más allá de una ganancia política. Por eso clausuraron el congreso haitiano cuando lo consideraron innecesario, o tal vez incómodo, para seguir otorgándoles concesiones leoninas a grupos empresariales norteamericanos.
Uno de los mejores negocios que hicieron las empresas estadounidenses en Haití, como consecuencia directa de la indicada invasión, fue comprar a precio de “vaca muerta” cientos de miles de tareas de tierra para dedicarlas al cultivo de la caña de azúcar y la siembra y cosecha de otros productos agrícolas de gran consumo en su país y en Europa.
Sabían que desde la primera Carta Magna de Haití, la del 20 de mayo de 1805, llamada la Constitución de Dessalines (con las breves excepciones de 1807 y 1811 impuestas por Henry Christophe) se había mantenido en ese país la prohibición formal de que extranjeros fueran dueños de tierra allí.
Antes de los 3 años de la invasión del 1915 los ocupantes obligaron al poder legislativo a que hiciera una constitución en la cual impusieron, entre otras cosas, que se autorizara a que los extranjeros fueran dueños de tierra haitiana, sin importar la extensión.
Tan fuerte y escandalosa fue la presión de los jefes invasores contra los legisladores de Haití que Warren Gamaliel Harding (quien luego fue presidente de los EE.UU.) se refirió a esa carta sustantiva como una imposición al pueblo haitiano: “a punta de bayonetas por los infantes de marina de los Estados Unidos.” (De Dessalines a Duvalier.P272. David Nicholls.)
En el triquitraque de los lucrativos negocios que hicieron los estadounidenses con motivo de la invasión de 1915 estuvo el tráfico de braceros haitianos hacia los cañaverales que tenían empresas de los EE.UU. en la República Dominicana.
Varios autores han descrito con gran despliegue de detalles ese tráfico de seres humanos, que se aumentó cuando nuestro país fue invadido en el 1916.
José Israel Cuello Hernández publicó en el 1997 una obra titulada “Contratación de mano de obra haitiana destinada a la industria azucarera” (la cual abarca el período 1952-1986), pero en la misma hace una radiografía histórica sustancial sobre esa cuestión, que incluye la época en que los dos países que se reparten la isla de Santo Domingo estaban ocupados militarmente por los EE.UU.
José del Castillo Pichardo señala que fue en el 1919 cuando llegaron al país los primeros braceros azucareros haitianos con autorización expresa. (La inmigración de braceros azucareros en la R.D. 1900-1930).
Frank Marino Hernández también escribió ensayos, con la profundidad conceptual que le caracterizaba, sobre operaciones crematísticas que alcanzaron una magnitud nunca imaginada por el griego Tales de Mileto, creador de dicho concepto, en las cuales fueron involucrados campesinos haitianos especialmente en la siembra y cosecha de caña de azúcar en R.D.
Importante es mencionar también que Guy Alexander, ex embajador de Haití en nuestro país, publicó en el 2001 un ensayo titulado “la Cuestión migratoria entre R.D. y Haití”, en el cual aborda la decisiva participación en ese negocio de jefes civiles y militares estadounidenses en clave de intrusos.
Como punto final a este tema es pertinente señalar que el historiador Hans Schmidt hizo una acertada reflexión al señalar que el país más poderoso de la tierra nunca ha basado sus vínculos con los países del Caribe “en el marco del respeto mutuo.”
Dijo más, con veracidad inobjetable, que las invasiones del siglo pasado en Haití y otros países de esta parte del mundo, “eran instrumentos primarios del control americano en el área.” (Los EE.UU. Ocupación de Haití 1915-1934.Pp-5,8.Hans Schmidt.)
Teófilo Lappotteofilolappot@hotmail.com