Mi Voz, Opiniones

Al ebanista lo acorraló la inoperancia policial y la disfuncionalidad de la justicia

Dr. Isaías Ramos.

La tragedia producida en la Romana debe llamarnos a la reflexión de hacia dónde estamos permitiendo que se dirijan los destinos del país. Un pueblo que se ha convertido en víctima de una clase política insaciable que utiliza el poder con la única finalidad de repartirse el pastel entre ellos, garantizar su impunidad y de mantener todas las instituciones estatales para su servicio particular, mientras dejan nuestras calles y nuestros barrios en mano de la delincuencia y el narcotráfico, convirtiendo al pueblo trabajador en víctima de la violencia que generan estos antisociales.

Así mantienen a toda la población en la incertidumbre, como presos en sus propias casas, sin la posibilidad de disfrutar sus calles y sus parques a menos que se tomen el riesgo de ser víctima del crimen y la violencia. Delincuencia que también se genera a través de la gran desigualdad social, con una población poco escolarizada, con una estructura social injusta, con hambre, falta de perspectivas de vida, y desposeídos de los elementos más esenciales para vivir una vida digna. Así mismo, la falta de autoridad, la inducción a los vicios y las malas costumbres son los elementos claves de este círculo vicioso que nos está arrastrando al peligroso punto del sin retorno.

Lamentablemente todas las personas que perdieron la vida en esta tragedia son víctimas de este círculo vicioso donde hay un solo culpable: todos nosotros como sociedad ya sea de manera activa o pasiva. Hemos sostenido y apoyado a una clase política sin conciencia patriótica, sin principios y sin valores. Ya llevamos décadas siendo víctima de esta clase política, y muchos aún pretenden seguir haciendo lo mismo, apoyando a los mismos que de una manera sutil se encargaron de pervertir las clases sociales más vulnerables. También pretenden que estos realicen los cambios estructurales y de fondo que amerita la nación en estas circunstancias.

El crecimiento de la violencia no se detiene, avanza a pasos firmes expresando un descontrol civil y social grave. Los delitos de robos menores, asaltos, violencia sexual y delincuencia juvenil en muchas ocasiones no son atendidos ni tomados en cuenta por las autoridades. En el caso del ebanista, se habla de que intentó poner más de diez denuncias y ninguna aparece como recibida. El cansancio de la población llega al grado tal de que prefiere callar o hacer justicia por sus propias manos. También la mayoría de los delitos denunciados quedan sin castigo. Y más grave aún es cuando las autoridades remiten al delincuente a la justicia que tampoco garantiza que permanezca en prisión.

Esta problemática es muy común en sociedades con enorme desigualdad social, producto de la aplicación de un neoliberalismo salvaje que origina ese patrón estructural de gran acumulación de capital en manos de unos pocos. A través de ese neoliberalismo se persiguen múltiples objetivos de índole económico, social, política y cultural. El desempleo y la pobreza producen una masa de individuos o población económicamente activa, que en muchas ocasiones las circunstancias llevan a engrosar las filas de la delincuencia, el narcotráfico o la violencia individual, en busca de sobrevivencia.

A todo este panorama se añade una población de más 1.2 millones de dominicanos adictos a algún tipo de sustancia narcótica o del alcohol. Según expertos, más del 80% de los delitos se cometen bajo la influencia de estas sustancias. Además, se añade la cultura de la violencia difundida sin cesar por los medios electrónicos y de comunicación, la cultura de los colmadones sin límite de horas o restricción por ruido, así como el desbordamiento de música que incita a la violencia y a la depravación.

Otro aspecto importante es la generalización de la corrupción en todos los ámbitos de la vida ciudadana, los cuales han penetrado profundamente en los cuerpos policiales, los aparatos judiciales y toda la administración pública. Es necesario el despertar de la población que hasta hoy ha permanecido pasiva e indiferente ante su entorno, para que no se lleven una gran sorpresa y ya cuando quieran levantar su voz sea demasiado tarde.

Vivimos una situación donde la ciudadanía no cree en la policía ni en la justicia, y donde la única respuesta que el sistema político ha dado a esta problemática es el incremento del aparato represor, a través de los cuerpos policiales y militares, llevando más violencia donde abundan las injusticias, las desigualdades y la complicidad. Esto lo que hace es herir más los sentimientos de abandono de aquellos que han sido o son víctimas de un sistema que no ha sido capaz de brindarles un presente digno y mucho menos un futuro promisorio.

Es el momento de enfrentar las causas que provocan tantas desgracias en la población y que por tanto tiempo han sido las responsables de llevarnos a esta triste realidad. Es hora de enfrentar la descomposición social con herramientas socioeducativas que resalten los valores y principios que le dieron origen a nuestra nación. Con capacitación, salud y educación de calidad, infraestructuras de servicios básicos adecuados y con la creación de oportunidades, lograremos torcer el curso de este futuro incierto, romper las cadenas de las injusticias y la tanta desigualdad, creando un futuro promisorio para todos los dominicanos.

                                                                      ¡RD SI PUEDE!