Opiniones

Aguirre, la ira de Dios

¡Acción!



Aguirre, la ira de Dios





Por Manuel Hernández Villeta

Para comprender el cine actual, entre veces uno se tiene que refugiar en los clásicos. Desde luego, son contados con la mano derecho mutilada, los llamados directores de tesis, que conjugan en una cinta todos los ingredientes del cine de autor.

Como los libros, las buenas películas nunca se olvidan, y una de mis favoritas de todos los tiempos, revivida en la magia moderna del DVD, es Aguirre, la Ira de Dios.

En esta película, tienen participación destacadas, dos de los mejores representantes del cine mundial, en  un instante coyuntural, en los años 70, donde  se exhibía como muestra de categoría la excelente fotografía, el argumento impecable, las actuaciones encarnando la piel del personaje y el desarrollo de una cinematografía perfecta.

Para esos actores o directores malditos, poco importaba que el producto final fuera del agrado del gran público o que éste lo rechazara. Se buscaba la claridad, la realidad, impregnándola de vivencias personales, y lo que era más importante, la forma de ver el mundo del director,  el argumentista, y el actor principal.

Werner Herzog, más que la violencia de la selva, o de un conquistar implacable, juega con el espectador y las vivencias sicológicas, de un hombre que busca el poder, y que para ello se tiene que imponer a la naturaleza. Es  poner de tú a tú al bien y el mal, colocar al mismo nivel la verdad y la mentira. Es jugar con la siquis del espectador, donde no se duda si el personaje central es un loco o un aventurero, encarnando la naturaleza y su tiempo

Màs que un parlamento histórico o cinematográfico, usted tiene que ir a colocarse dentro de los zápatos de este Aguirre, que  únicamente tiene como meta, hacerse del poder en  esa balsa, y luego en esa selva donde dominan los incas, sin importar las acciones que debe tomar para ello.

Herzog crea a un Aguirre que  luce como un conquistador, seguido fielmente por sus hombres, pero el cual no tiene el mínimo respeto a la dignidad humana. Es capaz hasta de forzar a su hija, o matar a cualquiera de sus soldados para dar el ejemplo.

Herzog nos está planteando la brutalidad de la guerra, de la conquista, del deseo de poder, y de la destrucción que ello acarea, cuando lo importante para el guerrero no es tomarse el fresco o esperar futuros resultados, sino que paso a paso se va brutalizando y tornando en un animal herido de muerte, o en la ferocidad del tiburón que  huele sangre.

Aguirre es un agente de la violencia, es un hombre que sólo concibe tener el poder en sus manos, para él, la selva impenetrable es un enemigo tan grande como los incas que le rodean, y en esa defección sólo puede haber un resultado;  el triunfo del fracaso.

El primer acierto del director Herzog fue la selección del actor  encargado de ponerse en la piel de Aguirre, la cual recayò en Klaus Kinski, quien nunca pudo superar este personaje, haciendo una película mejor.

Es más, a raíz de esta película surgió entre los dos una gran enemistas, e inclusive el director filmó en el año 1999 un documental, titulado Mi Enemigo Preferido donde hace el relato de esas discrepancias personales, surgida en el trasfondo sicológico del personaje.  Después de la película, los dos fueron tratados por siquiatras, debido a lo devastador del personaje central

Herzog hace explotar sicológicamente a Kinky, desde una primera secuencia. Porque cuando lo vemos sea preparando la expedición o las miradas furtivas a las mujeres, a la hija, a la naturaleza, tenemos plena noción de que se trata de un hombre especial.

En una de las escenas más impactantes, en pleno corazón de la selva, con un río infectado por el  perfume de la muerte, Aguirre y sus hombres tratan de imponerse a  la naturaleza, para mantener la sed de poder, pero su hora está cercana-

Esa balsa a la deriva, que es ocupada por un grupo de monos, mientras que  los  hombres de Aguirre la abandonan, es una opera prima sobre el poder de la subsistencia y la bestialidad  de la conquista.

Es que ese Aguire, que de por si es la misma Ira de Dios, puede ser  cualquier dictador, desde Hitler hasta su preferido de  Sudamerica. Es el símbolo del poder, y de la destrucción siquica y mental, de un hombre que lo ejerce.

Pero Herzog juega con los espectadores. Lo quiere poner en el dilema de que usted tenga que jugar, que tomar partido, entre Aguirre y la naturaleza, entre Aguirre y los Incas. ¿Acaso se podía llevar a cabo la conquista y la toma del poder, sin ese desquiciado personaje?.

Cierto. Aguirre es el engendro del infierno y sin él era imposible que se levantara un poder absoluto, y desconocedor del derecho a la subsistencia de los indios.

Aguirre es un ser nefato, es el engendro que las circunstancias necesitan para darle el poder a uno que se cree por encima de sus selvas y sus animales. Para ello tiene que tener las botas bien puestas, y la cabeza desquiciada.

Uno de los principales aciertos de Herzog es presentarnos a Kinski, en el personaje de Aguirre, como un hombre solitario, arrinconado, sin que nadie le merezca confianza, pero al mismo tiempo  lo palpamos como un individuo astuto, inteligente, enérgico y sin escrupuloso, donde yace la semilla de la locura.

Una expedición de conquista, en una selva inexpugnable, debe ser demasiado para que un actor pueda ponerse el traje de un personaje que está por encima del libreto, que se encuentra en la cabeza de un genio maldito, que juega con los sentimientos humanos.

En momentos, usted en el cine, o en este caso frente a la pantalla de televisión, del DVD,, desconoce si está ante Aguirre en su lucha contra sus demonios, contra la naturaleza,  o sencillamente la pugna entre el director y el actor. ¿Dónde está la ira?.

Aguirre, la Ira de Dios, una de las mejores películas que he visto, y un ejercicio de hasta donde la temeridad, el arrojo y las botas bien puestas para obtener y conservar el poder, no constituye  una forma de locura que puede terminar en tragedia.

Nunca Herzog pudo superar a su opera prima de Aguirre, la Ira de Dios, y Kinski, golpeado por una siquis manoseada  por un método de actuación demasiado sicofísico, se refugió en seriales de vaqueros y en rumiar de sus recuerdos.

Pero algo queda para siempre.  El hombre es víctima de sus excesos, y siempre deberá pagar ante la justicia, sus devaneos con la locura para alcanzar el poder.

2006-06-14 12:13:17