Caldo revolucionario
Una revolución propulsada desde el Gobierno debe disipar la sospecha de que la reforma constitucional que la sustentaría no es más que un medio para forjar ilusiones vendidas por gobernantes que no encaran los males Nacionales.
Por Guillermo Caram*
El presidente Fernández retomó el tema de la revolución democrática en el lanzamiento de la consulta popular para la reforma constitucional.
Toda revolución necesita un caldo de cultivo para propagarse. Cuando es inducida por quienes detentan el poder alcanzado por la vía democrática – electoral; la consigna revolucionaria, para que sea creíble y propagable, debe concebirse como cara de una moneda en la que las realizaciones y ejecutorias gubernamentales emprendidas ocupan la otra.
Mas aún tratándose de un Gobierno a mas de la mitad del camino y que parece haber caído bajo el síndrome del triunfo postelectoral, al igual que su predecesor; a juzgar por las omisiones y torpezas que lo están caracterizando al encarar los problemas nacionales: apagones, desabastecimiento, displicencia de autoridades, debilidad ante sindicatos empresariales, negligencia compensable con operativos, renuncia a las atribuciones consignadas en leyes, amenazas fiscales y tarifarias, mantenimiento de privilegios en compras y subsidios, etc.
Tanto es así que la vocación revolucionaria testimoniada en la necesaria limitación de poderes presidenciales en la Constitución, está siendo interpretada por la ciudadanía como una debilidad por no usar esos poderes para resolver problemas: Las tantas veces reclamada y anunciada revisión de contratos violatorios a la Ley General de Electricidad, pero nunca llevada a cabo, constituye un ejemplo de la no utilización de poderes.
La revolución desde el poder implica encarar realidad con ejecutorias y no solo percepciones con publicidad: Cuando se desató el dengue las autoridades lo negaron y reaccionaron tardíamente con una publicidad que aún mantienen a pesar que el ciclo climático y la naturaleza se encargan de desaparecer el mosquito transmisor.
El caldo de propagación revolucionaria conlleva no dejar deteriorar, y por supuesto, mejorar la prestación de servicios básicos – energía, agua, transporte, basura, etc – que en ocasiones queda la sensación de que son asi dejados expresamente, como para anunciar operativos espectaculares por medios de prensa.
Una revolución propulsada desde el gobierno debe disipar la sospecha que la reforma constitucional que la sustentaría no es más que un medio para forjar ilusiones vendidas por gobernantes que no resuelven adecuadamente los males nacionales.
Y debe estimular a gobernados a escoger gobernantes en función de méritos e idoneidad; y no como viene sucediendo en cada proceso electoral en los aspirantes son finalmente escogidos en base a cabildeos o clientelismos reñidos con la ética para el bien gobernar.
*Guillermo Caram es político
2006-10-13 12:48:52