La caída de la participación electoral en las últimas contiendas no fue un hecho excepcional, sino una tendencia sostenida desde nuestras primeras elecciones democráticas.
Aunque no tenemos exactitud poblacional, básicamente por el déficit censal en que hemos estado sumergidos, logramos detectar a partir del padrón, aproximaciones contundentes de esa implosión en el sistema de votaciones.
Conocemos entonces que en los últimos 23 años el virus de la abstención electoral ha venido creciendo de manera constante y aunque en las pasadas elecciones estuvo prácticamente “controlada”, ha estado revelando sentimientos del electorado que oscilan entre la apatía y la protesta.
En los comicios presidenciales del 2004, calificados por organismos nacionales e internacionales como organizados y limpios; de un total de 5,020,703 inscritos en el padrón de la Junta Central Electoral, acudió a las urnas 3 millones 613,700 votantes, lo que significa que más de un millón 407 mil personas, no ejercieron su derecho al voto.
Asimismo, en las elecciones de medio término en mayo del 2006, de los 5 millones 369 mil 064 que estaban habilitados para el sufragio, votaron o fueron contados 2 millones 991,031, significando tan solo el 55.7 por ciento de los inscriptos en el registro electoral.
Por otro lado, podemos observar que el 27% de la abstención registrada en las elecciones del 2004 y el 44.3 que no votó anuló o le fue anulado el sufragio, no corresponde a abstencionistas militantes. La aseveración se puede sostener en el hecho de que la abstención es inconstante debido a que es, no acudir a votar en unas elecciones de manera voluntaria o involuntaria, es decir, por desinterés en la política, discrepancia con la democracia y sus autores, por errores en el padrón, enfermedad, dificultades de transporte, falta de información u otra causa.
El abstencionismo es un fenómeno sociológico complicado, en torno al cual, no se han podido poner de acuerdo los especialistas del tema, de modo que no existe una tipología universalmente aceptada para calificar sus causas de manera concluyente.
Por esa razón, se plantea un arrimo a un marco teórico capaz de explicar, de la manera más amplia posible, las variables que afectan a la participación electoral sin dejar de advertir los riesgos de llegar a generalizaciones.
Estos riesgos son a consecuencia de la naturaleza compleja y cambiante del abstencionismo, y sobre todo, a la falta de claridad que hay en torno a los alcances y significados políticos del fenómeno con su importancia en el desempeño del contexto democrático.
La abstención ha estado determinada por un amplio número de variables que pueden afectar los niveles de participación electoral como son las condiciones socioeconómicas, históricas, políticas, comunicacionales y estructurales.
Partiendo de la hipótesis más plausible que puede explicar satisfactoriamente el fenómeno de la abstención, ésta no puede ser
interpretada en su totalidad desde una óptica de rechazo al proceso electoral y tampoco con exclusividad a las deficiencias institucionales y partidarias.
Resulta entonces difícil ponerse de acuerdo acerca de las causas y consecuencias de este fenómeno y aunque es obvio que la abstención representa un problema de primer orden, tendríamos que preguntarnos: ¿para quién? ¿para la Junta Central Electoral? ¿para el Gobierno? ¿para los partidos políticos? o ¿para los propios electores?.
En realidad el aumento del voto escéptico en buena medida constituye un mensaje de castigo a los gobiernos por la forma de manejar la cosa pública.
Refleja, asimismo, una alienación respecto al sistema político en la medida en que los electores consideran que los intereses del país o los individuales no están representados con ninguna de las opciones ofertadas.
De igual manera la abstención resalta, asimismo, la débil autodeterminación del elector en cuanto a participar exigiendo mejora y cambio en el sistema político tradicional y en pro del perfeccionamiento de la democracia. Aunque, también, el ciudadano deserta en masas después de varias campañas insustanciales.
Entonces ¿como debe interpretarse esta elevada abstención en el plano de nuestra historia electoral y como disminuirla?. En primer lugar, en las elecciones los observadores del fenómeno tienden a olvidar que no todas las personas inscritas en el padrón electoral están organizadas o votan en función del mandato del partido de simpatía, de la coyuntura del momento o sencillamente no ejercen el derecho al sufragio por otras razones particulares.
Quizás el caso que más ilustra la acentuación de los problemas que nos presenta la interpretación de la abstención, es que los partidos prácticamente se conforman con una abstención que se ha mantenido “controlada” en los últimos años oscilando entre el 24 al 37 por ciento.
La abstención electoral debe ser una preocupación esencial de los gobiernos democráticos. De igual manera, los partidos políticos y la Junta Central Electoral, coautores supremos de la democracia electoral, deberían asumir como realidad inexpugnable, que el crecimiento e incluso el mantenimiento estable de la abstención está en la línea de continuidad de lo que se denomina “crisis de representatividad o malestar del ciudadano”.
Lo práctico sería no seguir descuidándonos o encubriendo las causas y las incidencias del abstencionismo electoral. Y lo propio sería, abrir el debate ahora, para que en lo futuro, se actúe consecuentemente, en el mapa de la realidad socioelectoral.
2006-12-20 13:27:13