Testimonios de amistad y camaradería (I):
Primeros Encuentros con Kiva Maidanik
(1965-1968)
Por Narciso Isa Conde
Concluyó la contienda heroica iniciada en abril de 1965 con un forzado “acuerdo de paz” y un país invadido por las tropas estadounidenses.
Corría el mes de octubre. Todavía olíamos a pólvora.
El Partido Comunista Chileno (PCCH) y la Revista Internacional Paz y Socialismo, con sede en Praga-Checoslovaquia, invitaron al Partido Comunista Dominicano (PCD) a participar en su Congreso y en el Seminario sobre América Latina y el Caribe, organizados respectivamente en Santiago de Chile por ese partido hermano y por ese órgano del movimiento comunista internacional.
La representación recayó sobre José Israel Cuello y sobre mi, entonces dos mozalbetes de 25 y 22 años, expresión del proceso de renovación generacional y de ideas que dentro del PCD había estimulado aquella primavera revolucionaria dominicana.
Llegamos tarde al Congreso. Y el Seminario no se dio, debido a las aprehensiones cubanas ante el conservadurismo predominante en el movimiento comunista pro-soviético latinoamericano-caribeño.
Primer saludo
Ni fu ni fa. Pero conocimos a Kiva Maikdanik , a Gerard Pierre- Charles, a Suzy Castor, su compañera (de Haití), a Luis Corvalán, Gladys Marín, Rodrigo Rojas (de Chile)…, entre otros (as) valiosos(as) camaradas.
Kiva tenía a su cargo el Seminario. Entonces era, en su condición de especialista en América Latina y el Caribe, responsable de la comisión continental de esa Revista.
Cuando se presentó nos saludó con mucho entusiasmo, sonriendo al parecer por el contraste entre nuestra juventud y nuestras funciones.
De entrada captamos que no estábamos frente cualquier soviético y rápidamente sentimos que surgía una gran amistad y una intensa camaradería gestada a lo largo de los diez días que estuvimos juntos en Chile.
Nosotros teníamos por metas siguientes Moscú y La Habana.
En la URSS nos esperaba una contienda sin balas por habernos declarado “no seguidista” de la política de PCUS, por haber proclamado nuestra independencia y haber reivindicado la lucha armada. Y así fue de entrada, previo chisme latinoamericano sobre el supuesto “asalto juvenil” a la dirección del PC dominicano. Pero también de salida, a pesar de los debates en las alturas, incluyendo la conversación con Sulov, principal ideólogo, y Ponomariov, Secretario Internacional del PCUS.
En Cuba teníamos que restablecer las relaciones deterioradas por la vieja dirección dogmática y conservadora, cuya hegemonía habíamos desplazado. Y ciertamente logramos emprender una nueva fase de cooperación solidaria e identidades mayores.
Juntos en Praga
Kiva insistió en que fuéramos a Praga, a la sede de la Revista Internacional, a rendir un informe de la situación dominicana y a escribir un trabajo sobre la Revolución de Abril y la Guerra Patria.
Y por suerte nos convenció, y después de días de intenso trabajo, en el cual él se involucró, ampliándose el equipo a tres, dimos a luz un ensayo titulado El Proceso Revolucionario Dominicano y Sus Enseñanzas, publicado en dos entregas de la revista, diciembre 1965 y enero 1966, y en un folleto hermosamente ilustrado con las fotos de Milvio Pérez, reportero gráfico de nuestra revolución.
En esos días terminó de fraguarse esa amistad que duraría para siempre, ¡hasta la victoria final!
Allí conocimos como la censura neo-stalinista no solo corta contenidos, sino que tiende también a dejar lo escrito como un “árbol sin flores y sin hojas” (palabras de Kiva), pura madera.
Peleamos duro y por eso la censura no logró tanto. Kiva hizo de colchón a nuestro favor, porque tenía habilidad y astucia para canalizar sus simpatías.
Conocimos también la bella Praga de la mano de un historiador universal, pendiente de todos los detalles. Caminando por el Puente Carlos nos parecía estar en un paraíso azulado en medio de una amena clase de historia.
Conocimos a Roque Dalton, el intrépido guerrillero- poeta, voz inigualable del pueblo salvadoreño, partícipe de sus luchas. Estuvimos juntos en el antiquísimo Restaurante Uflekus, el de la cerveza negra y del pan con ajo, criticando todo lo conservador dentro y fuera de nuestro movimiento, burlándonos de las elites privilegiadas y escuchando las finas ironías poéticas de Roque. Comenzamos a crear el Club de las herejías y la hermandad de los(as) iconoclastas.
Stalin y sus herederos sentían un fuerte zumbido en sus oídos.
Kiva nos tomó especial cariño, extendido hacia nuestro partido y nuestras familias, y viceversa. Y desde entonces no hubo paso por Praga o por Moscú que no incluyera largas conversaciones, intensos debates, prolongadas caminatas y hermosos momentos de amistad familiar, salpicada de ron, vodka, coñac armenio, comidas rusas y café dominicano.
Claro, en Praga, Kiva duró poco.
El dogma y el pro-sovietismo oportunista lo acosó tanto que pronto se fue de vuelta a Moscú, al Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales. Entre otros, los integrantes de la alta dirección del Partido Comunista de Argentina, máxima expresión entonces de esa intolerancia, pidieron sistemáticamente su cabeza, hasta que lo lograron.
Reencuentro: Moscú 1968
Volví a verlo varias veces cuando decidimos que yo viajara a Cuba a las conversaciones con el coronel Caamaño, figura principal de la Revolución de 1965; previo paso por Benidor, España (para intercambiar con el Prof. Juan Bosch), por Praga y Moscú, a la ida y a la vuelta, con desvió de una semana a Pyongyang, Corea del Norte.
Salida clandestina, calva entonces artificial, rostro con variaciones significativas, pasaporte a nombre de Pedro Hernández y trascendentes temas en discusión que alimentarían las relaciones de confianza y hermandad forjada al finalizar el año 1965.
Regreso clandestino
Pasé tres meses del verano en Cuba y salí hacia Moscú, después de obstruido, por factores externos a los intereses dominicanos, un trascendente acuerdo con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, líder político-miliar de la Revolución de Abril y de la guerra patria contra el yanqui invasor, la gesta patriótica y democrática más importante del Siglo XX en la República Dominicana.
Salí de La Habana justo el 20 de agosto 1968, día en que las tropas soviéticas y del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia para impedir la renovación del socialismo, encarnada en “Primavera de Praga”.
Me esperaban días de tensión con el aparato del PCUS y de nuevas y mayores coincidencias con Kiva. Así como nuevos afectos con su entorno, con Rufina, su primera esposa, con Artermio, su primer hijo (a quienes conocimos en Praga), y con Galia y su familia, amistades entrañables para Kiva y luego también para nosotros(as).
Convoqué a Moscú a Orlando Martínez, quien nos representaba en Budapest ante la Federación de Juventudes Democráticas (FMJD), para juntos preparar un informe a la dirección de nuestro partido sobre ese trágico acontecimiento.
Ya antes de la invasión nosotros habíamos expresado, incluso frente a los propios soviéticos, nuestro apoyo a la “primavera”; y el propio José Israel Cuello, en ocasión anterior, había objetado la ya evidente intención de la URSS de intervenir militarmente.
Kiva y nosotros teníamos la misma valoración positiva de los cambios en Checoslovaquia, lo que determinó que nos suministrara todo el dossier de la prensa checa sobre lo acontecido antes, durante e inmediatamente después de la intervención militar.
Recuerdo aquellas partes que informaban de los póster con Lénin llorando, los letreros en el pavimento de las calles con la consigna “¿por qué?”, las banderas enlutadas y las vitrinas con expresiones de luto y dolor.
Jamás olvidaré las agudas reflexiones de Kiva, cuando caminábamos de noche por el paseo central de una hermosa avenida moscovita, a propósito del daño irreparable que ese hecho le hacía a las posibilidades de renovación socialista en toda Europa Oriental. A su entender el temor de la jerarquía soviética a la expansión del proceso renovador a otros países y a su propio territorio, fue la causa fundamental de esa decisión, que además de revertir su avance en Checoslovaquia, perseguía intimidar y frenar cualquier otro intento similar o parecido en zonas bajo su influencia. Y en verdad lograron contenerlos por 20 años, hasta que el modelo estatista-burocrático se pudrió y no pudo renovarse, registrándose incluso la degeneración pro- capitalista de la perestroika.
Sentía dolor, hablaba lleno de emoción, con la vergüenza de un auténtico bolchevique, de un soviético de pura sepa.
Orlando y yo concluimos el informe para Santo Domingo y antes de que llegara a su destino recibimos la posición oficial de PCD. ¡Coincidencia total! Y de inmediato aquella expresión de Orlando: “¡Este es el mejor partido del universo!”
Con Kiva hablamos extensamente también de la reciente experiencia en Cuba y de las dificultades que se presentaban para recomponer el frente patriótico- revolucionario de de Abril de 1965 y reemprender la insurgencia con posibilidades de victoria. Y para mi satisfacción estuvimos plenamente de acuerdo en la manera de proceder y en la necesidad de insistir con Caamaño en ese propósito.
Despedimos a Orlando mientras yo preparaba viaje para Corea del Norte después de recibir en Cuba una insistente invitación del Partido del Trabajo de ese país. De paso ese viaje me ayudaría a resolver un problema menor, pero necesario: de Cuba salí sin pasaje de retorno Santo Domingo, aunque si con un magnífico retoque de los cambios físicos a cargo de la simpática “gallega” que maquilló al Che cuando éste salió clandestino de Cuba. Los coreanos me resolvieron lo del boleto, ya que en medio de esas tensiones políticas que dieron lugar, por motivos diversos, a incómodas discusiones, no me animaba a gestionarlo ni con los cubanos ni con los soviéticos.
¡Nació el primogénito!
Cuando retorné de Pyongyang a Moscú me encontré en el Hotel Octubre con un mensaje de la Embajada cubana en Moscú: había llegado la información sobre el nacimiento de mi primer hijo, Pavel Ernesto.
Nació el 20 de octubre, justo cuando cruzaban las fronteras checoslovacas las tropas soviéticas. Nació sietemesino, y por eso no me cuadraban los cálculos.
Lleno de alegría solo atiné a llamar por teléfono a Kiva. Pasaban de las 9:00 p.m. y casi todos los restaurantes, bares y cafeterías de Moscú estaban ya cerradas (¡¡¿¡¡¡??). Pero Kiva, siempre el salvador (el Chapulín soviético), conocía un lugar donde pudimos celebrar la buena nueva: una cafetería-heladería situada en la moderna avenida Kalinin, que cerraba a las 10:00 p.m. Allí brindamos con helado y champaña (no había de otra), por cierto a un bajísimo precio.
El vientre sensible y hermoso de Lulú, mi eterna compañera de amor y lucha, no pudo resistir aquel atropello al socialismo y la libertad, y liberó prematuramente a Pavel. Nosotros pudimos celebrarlo, como espléndida compensación (alegría sobre la tristeza), algunas semanas después de su nacimiento. ¡Cosas de los viajes clandestinos!
Kiva estaba más alegre que yo, que era mucho decir. El disponía de una inmensa reserva de amor para con los (as) niños (as), los propios, los de sus amigos (as) y los de todos (as) los (as) demás.
Su ternura era mayor que su saber, lo que también es mucho decir.
Enero 2007, Santo Domingo, República Dominicana.
2007-01-10 16:20:17