EL TIRO RAPIDO
de
Mario Rivadulla
Si lo que buscaban los empresarios del transporte con su “paro sorpresa” de ayer era llamar la atención del paìs, no cabe duda que lo han conseguido. Pero en una forma bien distinta a lo que seguramente perseguían y esperaban. No fue precisamente simpatía y apoyo lo que consiguieron. Por el contrario, si antes ya ese sector gozaba de muy poca credibilidad y en cambio de un gran margen de rechazo, ese capital negativo se viò ayer acrecentado de manera significativa.
Los resultados de esta paralización del transporte por espacio de cuatro horas, en lo que uno de ellos ha advertido es una simple jornada de calentamiento, no pueden ser màs lamentables.
El paro dejò varados y al garete a miles de pasajeros de extracción humilde. De èsos que no poseen vehículo propio. Que cada mañana tienen que desplazarse a sus diferentes destinos utilizando el ómnibus, en el que, con frecuencia, viajan en las condiciones màs deprimentes y precarias.
No es necesario enfatizar la forma en que esto alterò por completo la agenda diaria y afectò el normal desenvolvimiento de todas las actividades económicas y sociales. Tampoco los perjuicios que representò para una economìa que aùn sufre los efectos de una crisis generada por diversos factores adversos, y que en vez de interrupciones y entorpecimientos lo que precisa por el contrario es mayor dinamismo y màs acelerado crecimiento.
Pero lo màs penoso de todo son esos ocho conductores heridos, las dos embarazadas y varios pasajeros quemados por una bomba incendiaria arrojada en forma irresponsable y criminal contra un ómnibus por el hecho del chofer de èste no haberse sumado al paro. No era voluntaria sino forzada la participaciòn, cuando no bastaron las presiones con actos de autèntico terrorismo.
Lo mismo ocurriò en la UASD, donde elementos ajenos al estudiantado se infiltraron para tomar el campus como escenario para actos de vandalismo. Entre èstos, se asegura figuraba un antiguo estudiante del Alma Màter, al parecer un profesional del desorden, expulsado hace un par de años por acciones similares.
El accionar de los vàndalos provocò la misma reacción de los organizadores del paro que en cada oportunidad anterior. Negar que pertenezcan a sus huestes pese a lo cual se abstienen de condenar sus desmanes, mucho menos se preocupan de reprimirlos ni prevenir los mismos. Los esqueletos de los ómnibus destruidos por la tea incendiaria quedan como testimonio de la forma desaprensiva en que se destruyen propiedades financiadas con los dineros de los contribuyentes.
Frente a estas expresiones de presión extrema matizados con acciones terroristas, se justifica la recciòn del representante del sector oficial en las hasta ahora frustradas negociaciones, afirmando que no es posible reanudar el diàlogo bajo tales condiciones. Yerra, sin embargo, cuando afirma que el gobierno tiene que dar evidencias de que puede resistir las huelgas. Este no es lo que està en juego. El paìs no puede resultar vìctima de una prueba de resistencia entre los transportistas y el régimen, a ver quièn aguanta màs mientras la gente de a pies, que son los màs, carece de medios para desplazarse y merma la actividad económica.
Lo que està a prueba en este caso es el principio de autoridad. Este no es un paro cualquiera. No es una comunidad que cesa de palpitar por 24 ò 48 horas en demanda de obras. Estamos hablando de la paralizaciòn del paìs. Ningùn gobierno puede permitir que esto ocurra sin que resulte seriamente lesionado el ejercicio del poder.
El pueblo espera acciones màs enérgicas. No tienen que ser necesariamente violentas ni caer en excesos condenables. Pero sì el gobierno apelar a todos los mecanismos disponibles y al ejercicio legìtimo de su autoridad para dejar bien sentado que ningùn sector por vàlidos que sean sus reclamos, mucho menos cuando carecen de razón, pueda ponerlo contra la pared y hacer que deje de latir el corazón de la naciòn.
Porque cuando esto ocurre y se tolera, estàn creàndose las condiciones que conducen inevitablemente al caos y la anarquía.
2007-03-15 15:08:40