Opiniones

CARISMA Y PRESIDENCIA

CARISMA Y PRESIDENCIA

Por Oscar López Reyes

Asiduamente, en la glorieta universal ex presidentes constitucionales problematizados vuelven a la jefatura del Estado, y candidatos presidenciales abandonan partidos tradicionales y crecidos y, en la orla de ese rompiente, conquistan el mayor caudal de votos. Y es que vibran, prodigiosamente, el carisma y la estrategia.

El carisma se patentiza como una persección-sensación, y los que vivimos estudiando el comportamiento de los consumidores podemos sostener, sin ambages, que en los hemisferios cerebrales las actitudes emotivas aventajan poderosamente a las racionales, lógicas o juiciosas.

En la politing (marketing político), que se encarilla por la jungla del mercadeo electoral, el producto (candidato presidencial) avasalla y condiciona a los otros tres componentes de la mixtura del plan de acción: precio (ofertas en los comicios), plaza (electorado) y comunicación integral (publicidad, relaciones públicas, promoción de ventas y ventas personales). La marca particular se potencializa, indiscutiblemente, como la flota cardinal en el proceso de intercambio y posicionamiento político. Vale más que el partido.

El producto-marca ha de tener un portafolio de atributos esenciales: credibilidad, honestidad, laboriosidad, capacidad, creatividad, altruismo, inteligencia, entusiasmo, perseverancia, reputación, lealtad, etc. Pero estas peculiaridades sensatas y razonables dan cabezazos, por el suelo, en el halo de la sonrisa, la mirada, la entonación de la voz, la gestualidad y otras expresividades extraverbales, que se vertebran como requiebros.

El carisma se forja en el perceptor por las irradiaciones telepáticas o percepción psicológica y socio-culturales, y péndula como una hebra lúdica. Repetidamente vemos a personas rebosantes de hermosuras  que no gozan de aprecio y a otras que carecen de linduras físicas y, sin embargo, son atractivas y populares. A ellas suelen decirles que “tienen la sangre liviana”, y “me caen bien”. Otros manosean, con cínismo y desdeño, el refrán de que “más vale caer en gracia que ser gracioso”.

El encanto personal y la comunicación mágica y seductora son propiedades innatas y expresiones del alma, y se cautivan ocasionalmente, con esfuerzos singulares. Y los tratadistas coinciden en que sus actuaciones ejercen influjos neurológicos y psíquicos.

Las razones de ese poder magnetizador otorgado por la naturaleza se extravían en la espesura de la ciencia, específicamente en el entramado psicofísico. Margaret W. Martlin y Hugh J. Foly, estudiosos de ese fenómeno, lo explican como una “sensibilidad a la estimulación química”, y refieren que cuando una persona siente simpatía o deleite por otra, sus pupilas se agrandan, y que si olfatea un perfume que le recuerda a alguien que desprecia por hechos traumáticos, una desazón correrá por su cuerpo.

Compendiando el punto de partida, un candidato-imán garantía de triunfo presidencial nace cíclicamente. Y como los votos exclusivos de los partidos no son suficientes para ganar, en procesos eleccionarios han  reaparecido en escenas los  titanes-carismáticos proverbiales y enraizados, como Juan Bosch, Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez y Leonel Fernández.

Definitivamente, el hábito no hace al montaje, y la admiración y popularidad no se trasvasan por la simple argumentaría de la alternabilidad. En el carisma y el Don de la palabra radica el asunto…

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El autor es periodista y mercadólogo.



9 de abril del 2007.

2007-04-22 20:56:25