Opiniones

Los diez años de Pablo de la Torriente Brau

Los diez años de Pablo de la Torriente Brau

*Por: Pedro Pablo Rodríguez

Cubarte.- El 19 de diciembre de 1936, en Majadahonda, caía en combate frente a los fascistas, un comisario del Ejército de la República española que *había nacido en San Juan de Puerto Rico y se había criado entre aquella isla y Cuba.* Unos días antes de la herida mortal por la bala enemiga, el 12 de diciembre, Pablo de la Torriente Brau había cumplido treinta y cinco años de edad. Sus enemigos no tenían idea plena de la persona que habían logrado eliminar aunque pronto extrañaron los debates a grito pelado desde las trincheras republicanas de aquel cubano esgrimidor de argumentos e insultos con sorna, chispa y aplastante lógica que solían acallar victoriosamente a los voceadores franquistas.

Murió joven Pablo, como le decían ya en España y le llamaban desde antes en Cuba, mas dejó una extensa obra de periodista y escritor, y, sobre todo, grabó un recuerdo imborrable en su generación, una de las más señaladas de la historia cubana.

Las vanguardias artísticas y literarias se dejaron sentir con peculiaridad original en la mayor de las Antillas. El descubrimiento y el develamiento de los mecanismos de la dominación imperialista de Estados Unidos, llevaron a tambalearse casi fatalmente al enclave azucarero. El enfrentamiento al tirano Machado —brutal, habilidoso y hambriento siempre de riquezas— hizo derramar sangre, sudor y lágrimas.

Fue una generación osada, volcada al mundo, deseosa de conocer y de enrolarse en el país profundo, ambiciosa de ocupar un lugar en la historia y de abrir paso a un futuro mejor, alegre y dicharachera a pesar de entregar una impresionante lista de mártires de la lucha social. No tuvo fronteras geográficas para sus empeños. Aún nos estremecen el carisma sin par de Julio Antonio Mella con sus brazos cruzados y su sombrero alón, la seriedad soñadora y huidiza de Tony Guiteras, la pasión desbordada de Rubén Martínez Villena, el desenfado de Raúl Roa, las andanzas de todos aquellos locos. Fueron y serán todos los eternos jóvenes rebeldes.

Y entre ellos, con luz propia, está el antillano que unió a Borinquen y a Cuba, al proletariado estadounidense y al combatiente republicano de España: Pablo de la Torriente Brau, atractivo en su risa, en sus espaldas forzudas, en su generosidad, en su cubanísima prosa, en su rigor de analista político. Fue un hombre de y para la revolución, la verdadera revolución: la de la justicia social, la que no se coagula en el poder y las jerarquías, la que no devora a sus hijos, la siempre iconoclasta en todos los aspectos de la existencia humana, la que aspira a convertir en terrenales todos los cielos.

Fue uno de los serios de aquella generación quien hundió el escalpelo en la psicología social insular cuando explicó en su célebre Indagación del choteo, cuanto sufrimiento escondido había en esa burla permanente del cubano que no respeta siquiera a sí mismo. Acertó en esa indagación, sin dudas, Jorge Mañach, estirado como un scholar yanqui; pero dejó de lado quizás el costado positivo del tema: la sabrosura de vivir el instante, algo que mantenía la buena salud mental, sobre todo, en una sociedad como aquella de los primeros decenios republicanos, sin futuro previsible de mejoría.

Fue Pablo de la Toriente Brau probablemente el más eficaz contendiente práctico de la tesis de Mañach. Derrochó optimismo en todos los momentos, no el tonto del Pangloss que no quiere ver las realidades porque les teme, sino el del soñador que se empeñaba en plasmar sus sueños diariamente, en todos los ámbitos y lugares a que le condujo su agitada vida. Enamorado de una mujer que a lo mejor nunca comprendió cuán hondo la quiso aquel niño grande, sin un título universitario porque no le alcanzaba el dinero para la Universidad, su prolífico talento y su sagaz perspicacia le permitieron calar en las raíces de la nación y de la gente, en los meandros de la época, en los porvenires que se labraban entonces por el orbe.

Fue leído con fruición hasta por sus rivales políticos e ideológicos; los estudiantes universitarios le estimaron como un compañero de aula; fue un soldado de filas de la revolución que supo valorar la importancia decisiva de la unidad y encabezar su búsqueda cuando comenzó el reflujo de la rebeldía. Y se fue a España, donde se daba la batalla principal a escala planetaria, como uno más entre los muchos cientos de cubanos que viraron hacia la Península sus aspiraciones por el cambio social.

Aún hay quienes le niegan un puesto entre los marxistas, cuando sus análisis evidencian una asombrosa capacidad creadora en su aplicación al examen de la problemática insular y universal. No cabía en las disciplinas partidistas de la época; pero supo evaluar el papel de la organización en las luchas políticas y, cuando fue necesario, impulsó tal organización. Fue un héroe civil por excelencia, el intelectual comprometido que por entonces quería Malraux y, sin embargo, murió con el fusil en sus manos vistiendo el uniforme de los republicanos, en una unidad militar llena de campesinos y obreros, muchos de ellos de raigambre anarquista.

No sé si podría haber sido un líder que arrastrara a multitudes; sí sé que fue el militante revolucionario en el lugar requerido, además del amigo leal y presto.

Lo leyeron y lo reconocieron como el periodista de su generación y, cosas de la vida, le otorgaron el premio Justo de Lara, el más importante de la prensa en aquel tiempo, dos años después de su deceso. Parte de sus escritos para diarios y revistas se han compilado en libros; la mayoría, tristemente, se está perdiendo en los viejos periódicos de los 20 y los 30 que se calcinan en las bibliotecas cubanas. La primera edición de Batey, su libro de cuentos, fue una rareza desde que apareció en 1930. La mayoría de su obra narrativa se publicó post mortem, muchos de sus títulos, en tiradas masivas y ediciones príncipe, después del primero de enero de 1959. Por eso ha sido un escritor importante e influyente en mi generación. Sospecho, sin embargo,

que ya no lo es tanto para la nueva.

Setenta años nos separan ya de su heroica muerte. La pregunta es lícita y obligada: ¿cuánto más, cuánto mejor, habría dejado Pablo de haber llegado a una edad avanzada? Sabemos que basta con lo que nos ha entregado en vida y obra, que no tiene sentido pedirle mas, pero pareciera que siempre queremos más de hombres así.

Por eso estoy feliz en estos días, cuando el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau ha cumplido diez años de fundado. Primero que todo, por perpetuar su memoria, su imagen, su recuerdo, y su obra escrita mediante cuidadas ediciones. Luego por esa energía y ánimo que despliega el pequeño número de sus integrantes encabezados por Víctor Casáus, enamorado desde hace mucho de Pablo, compilador de sus cartas cruzadas con Raúl Roa y divulgador de su vida en el celuloide. Y, sobre todo, por esa obra original, entusiasta, cubanísima y de avanzada que se hace en el Centro, como la hizo Pablo en su época.

Cuando se repasa que ese Centro Cultural ubicado en La Habana Vieja compila el Fondo documental sobre Pablo y su tiempo, mantiene abierta la sala deexposiciones Majadahonda, organiza los salones de arte digital, ofrece los conciertos de la más nueva trova en A guitarra limpia y nos entrega lasgrabaciones, publica las ediciones La Memoria, brinda la colección Palabra Viva con las voces de nuestra cultura, entrega el Premio Memoria a textos decarácter testimonial y vivencial y hasta mantiene el programa En el Centro por Habana Radio, no queda más remedio que pensar que es como si Pablohubiera renacido, como si su deseo de hacer, de mejorar a la especie humana, de dar felicidad y sentimientos buenos se multiplicaran en el actuar de esa institución.

Desde luego, lo sabemos, es que Pablo está en el Centro, en su Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, franco, abierto y cariñoso.

Fuente: CUBARTE



25 de Abril, 2007

2007-05-04 16:25:04