EL TIRO RAPIDO
de
Mario Rivadulla
No son pocos los que se preguntan què mosca habrà picado a Miguel Cocco, el diligente y alerta cancerbecero que cuida las aduanas del paìs, para desayunar la prensa matutina de hoy con el brulote que lanzò sobre la corrupciòn y el afàn de enriquecimiento de muchos funcionarios públicos.
Sin embargo, quienes lo conocen bien, y sin estar en esa categoría, tan solo al apreciar su gestión al frente de la espinosa posiciòn que desempeña por segunda ocasiòn, saben que al señor Cocco no hay que darle cuerda para que diga lo que piensa.
Ahora bien, cuàles hayan sido las razones que determinaron sus explosivas declaraciones, lo cierto es que el funcionario aduanal hizo diana al afirmar que los fondos estatales han sido tradicionalmente mal administrados. Màs aùn: que ello ha permitido que quienes debieran ser servidores del Estado entren en una aberrante competencia por ver quièn acumula màs riquezas al amparo del poder.
Aunque no menciona nombres, tampoco parece muy necesario. La gente tiene una idea bastante precisa de quienes son los que utilizan las facilidades de sus cargos en la administración para enriquecerse a costa del Estado o al amparo de èste, a travès de las màs diversas modalidades.
Desde el abultamiento de las nòminas con personas inexistentes hasta la concesión de permisos comerciales y de cualquier naturaleza a cambio de un elevado peaje. Inflando los presupuestos para obras del Estado en combinación con contratistas inescrupulosos o exigiendo peaje a cambio de los pagos que deben hacerse por la contrataciòn de bienes y servicios. Ensayando la cada vez màs riesgosa operación de contrabando, hasta entrar en turbias complicidades con los zares de la droga ya para el trasiego de sustancias, ya para el lavado de recursos.
En fin, cualquiera que sea el procedimiento, se considera vàlido ir a un cargo pùblico no a servir sino a servirse. A buscársela. A enriquecerse. A amillonarse a màs y mejor, aùn sea en la forma màs ostensible y descarada en un paìs donde, por desgracia, la norma de mediciòn de muchos funcionarios y del mismo sector privado es la del dolo, porque la honradez no paga.
Ejemplos de esto ùltimo hay. Julio Sauri pasò por la Administración de la Corporación Dominicana de Electricidad, le faltò apoyo de un gobierno màs interesado en obras tangibles que en apuntalar el crecimiento del paìs dotándolo de energía, recibiò muchas crìticas, saliò sin un centavo y muriò casi en pobreza.
A Jorge Martìnez Lavandier ningùn cargo le quedò grande a su honestidad. Ni la Direcciòn General de Aduanas ni la de Impuestos Internos. Al asilo donde pasò sus últimos años tuvo que ir el ex Presidente Hipólito Mejìa para en un gesto humanitario, otorgarle una pensión medianamente decente poco antes de morir.
Cocco se rebela, como antes lo hizo Virgilio Bello Rosa, siendo Procurador General de la Repùblica, cuando declarò que en el paìs no habìa voluntad política en ningùn gobierno, ni partido ni sector de la sociedad civil para sancionar la corrupciòn.
El grito de Cocco estremece el ambiente donde florecen la impudicia y la impunidad. Ese grito nos recuerda que todavìa queda mucho trecho por andar hasta que llegue el momento de que podamos conformar una sociedad donde se reconozca, exalte y se ponga de moda la honradez en vez de a los responsables, cómplices y apañadores de las maquinaciones turbias y escandalosas que casi constituyen el principal material mediático de cada dìa.
Ese dìa podrà demorar. Pero de que llegarà inexorablemente, no hay espacio para la menor duda.
2007-08-02 16:23:52