Opiniones

EL TIRO RAPIDO

EL TIRO RAPIDO



de



Mario Rivadulla

El temido huracán Dean pasò casi de largo, dejando eso sì intensos aguaceros.  Pero por suerte, fue màs el susto que los destrozos que provocò.  Deseable que naveguen con la misma buena fortuna los restantes sitios que pueda afectar el meteoro que aparentemente, después de tocar Jamaica, azotarà algùn punto de Centroamérica.

Hay que destacar una vez màs la acciòn de las autoridades.  Tanto durante la anterior administración de Hipólito Mejìa como bajo la presente gestión, los organismos de socorro agrupados bajo la rectorìa de la Comisiòn Nacional de Emergencia han venido realizando una labor encomiable, tanto desde el punto de vista de la orientación a la ciudadanìa como de las medidas de previsión y auxilio posterior a los posibles damnificados.  Reconocerlo asì es de obligada justicia.

Sin embargo, el meteoro nos deja varias lecturas que no debemos ignorar y deben servirnos de ayuda para evitar en el futuro posibles desastres de gran magnitud, como ya hemos padecido en otras ocasiones.

La primera de ellas y seguramente la màs importante, es la forma desaprensiva e irresponsable en que algunas gentes desoyen las recomendaciones de seguridad y llegan a poner en riesgo su vida, a veces con irreparables consecuencias.

Del malecón capitaleño fue necesario retirar un grupo de personas que pese a las reiteradas advertencias dirigidas pùblicas, en vez de refugiarse en sus casas se arriesgaban a ser barridos y sorbidos por las aguas, tal como le ocurriò a un infortunado joven haitiano.

Igual ocurriò en Barahona, donde tambièn hubo elementos, en su mayoria jóvenes, que pusieron en riesgo tontamente su seguridad pese a que se habìa prevenido que podìa ser uno de los sitios màs castigados por Dean, obligando a la intervención de las autoridades para ponerlos a cubierto de peligro.

Peor destino le cupo a los cinco que el pasado domingo, haciendo tambièn oìdos sordos a las precauciones que fueron ampliamente divulgadas por todos los medios de comunicación y el ruego de sus propios familiares, salieron en yola a pescar en el crecido embalse de la presa de Taveras.   Su acto insensato fue pagado al precio de sus vidas.

La moraleja es insistir en la necesidad de que la gente acoja las recomendaciones de los organismos de prevención para evitar vìctimas inncesarias.

Hay otra situaciòn tambièn de enorme riesgo potencial.  Es la de quienes levantan sus pobres moradas en lugares inapropiados, como es el caso de los moradores de las once endebles viviendas de La Playita, por Manresa, que fueron barridas por las aguas pese a que en esta ocasiòn el mar capitaleño se mostrò mucho màs benévolo que en otras oportunidades.  Ellos perdieron techo y ajuares y ahora esperan la ayuda de las autoridades para levantar de nuevo sus modestas paredes.  La ayuda debe dárseles como damnificados al fin, pero nunca para hacerlo en el mismo lugar donde las aguas, en un huracán de fuerza mayor, pudieran barrerlos junto con sus pertenencias.

Esto nos lleva de la mano a todas aquellas viviendas construidas en sitios que ofrecen mayor peligro. Tan solo en el Gran Santo Domingo se contabilizan unas 350 mil familias que viven en condiciones de extrema inseguridad. Casuchas situadas en las faldas de las lomas, en franco desafìo a la ley de la gravedad, que pueden ser arrastradas por el menor deslizamiento de la tierra.  Otras situadas en cañadas y en las márgenes de los rìos, bajo continua amenaza de una crecida, como ocurriò en Jimanì hace apenas poco màs de dos años y pudiera suceder en el Ozama. O, como en el caso de La Playita, a la misma vera del mar. 

Todo esto pese a expresa prohibición legal con la tolerancia de las autoridades, que se hacen la vista gorda ante el costo político de verse acusadas de agresiòn a sectores humildes de la población, por voces oportunistas en permanente ejercicio de demagógico populismo.

Es otra lectura que nos deja Dean y que ya antes nos han proporcionado otros siniestros provocados por las furias desatadas de una Naturaleza a la que continuamente agredimos y que de cuando en vez, viene a reclamarnos su desquite.

Frente a esta situaciones es necesario actuar con energía y previsión, aunque siempre con el màs preciso sentido humanitario.   No atropellándolos ni lanzándolos al medio de la vìa pùblica.  Pero sì estableciendo una política de reubicación que ponga a cubierto de peligro su vida y desalojando de viviendas los sitios de riesgo.  Pero sobre todo,  clausurando toda posibilidad de que los mismos puedan ser ocupados nuevamente como ha ocurrido tantas veces.

Porque asì como no se puede jugar con la salud, tampoco debe permitirse que por irresponsabilidad o imperativo de miseria haya quienes pongan en juego su propia vida..

2007-08-22 21:28:24