Opiniones

EL TIRO RAPIDO

EL TIRO RAPIDO



de



Mario Rivadulla

Los jefes de campaña de los principales partidos políticos, entiéndase el de la Liberación Dominicana, Reformista Social Cristiano y Revolucionario Dominicano, han adelantado su  disposiciòn a reunirse a fin de coordinar las actividades proselitistas respectivas de tal modo que no coincidan en fecha y lugar.  El objetivo de esta coordinaciòn es tratar de evitar se produzcan confrontaciones y actos de violencia entre los seguidores de las distintas corrientes que representan.

El propòsito es meritorio y hay que saludarlo como tal.  Se entiende que las elecciones deben ser una especie de fiesta de la democracia, donde cada ciudadano pueda ejercer sin trabas ni presiones su derecho a expresar sus preferencias partidarias, dentro de los lìmites que marca la ley, asì como a manifestarlo en las urnas.

Lamentablemente no son infrecuentes las ocasiones en que la pasión militante lleva a la agresión verbal y de ahì al encontronazo físico, siempre con el riesgo de graves lesiones y la propia muerte de alguno de los contendientes.  Tal se produce sobre todo en la planta baja de la militancia, a diferencia de lo que ocurre en los niveles de liderazgo que son capaces de arrancarse públicamente las tiras del pellejo pero no tienen reparo en reunirse y hasta cordializar.

En este marco de circunstancias, reiteramos que es conveniente y màs aùn necesario, que los directores de campaña de los grandes partidos se pongan de acuerdo en adoptar medidas que reduzcan la posibilidad de hechos infortunados que tiñan de violencia innecesaria el proceso electoral.

Ahora bien. La otra cara de la moneda es que cada vez que nos abocamos a un proceso electoral surge el imperativo de adoptar esas medidas excepcionales que, por otra parte, en no pocos casos no se cumplen.  El tener que asumirlas para evitar la violencia de campaña es una demostración de que todavìa estamos lejos de haber madurado políticamente.

Y en esto hay que señalar que gran parte de la responsabilidad le corresponde al discurso político que enarbolan los respectivos candidatos, pero principalmente los tribunos de barricada que conforman los respectivos equipòs de apoyo.  Con frecuencia a èstos se les va la boca y el buen sentido al utilizar un lenguaje que en muchos casos cae en el insulto soez y en la descalificación moral del adversario.

En este sentido, el poder de la palabra que lo mismo sirve para aquietar ànimos cuando se usa con racionalidad y prudencia, tambièn puede, por el contrario, cuando se emplea con exaltación y abuso verbal contribuir a desbordar los ànimos de los respectivos seguidores de base, influyendo en su comportamiento, sobre todo de aquellos con menor o ninguna capacidad de raciocinio.

No basta por consiguiente que animados de las mejores intenciones, los directores de campaña de Leonel Fernández, Miguel Vargas Maldonado y Amable Aristy Castro hagan solemne compromiso de instruir a sus militantes para que se abstengan de la utilización`de la violencia. Tampoco que adopten mecanismos orientados reducir al mìnimo la posibilidad de confrontaciones por coincidencia o proximidad geográfica de sus actos proselitistas.

Los candidatos y quienes desde la tribuna exhortan a sus partidarios, tienen tambièn el sagrado deber de moderar su discurso, extrañarlo de palabras insultantes y descalificadoras y no excitar el ànimo combativo de los respectivos seguidores.

Porque la palabra, repetimos, mal empleada,  se convierte en un peligroso acicate de la violencia que queremos y debemos evitar, de tal modo que gane el que en buena lid obtenga  mayor cantidad de sufragios y que la expresión de las urnas contribuya a enriquecer y elevar el nivel del ejercicio político en vez de empobrecerlo y degradarlo con la comisiòn de actos irracionales.

2007-09-22 00:51:47