Opiniones

Peine en ‘cabello malo’

La columna de Lebrón

POLITICA & JUSTICIA

Peine en ‘cabello malo’

Roberto Lebrón

Cuando la cruz toque la puerta de algunos farsantes que viven defendiendo a delincuentes, entonces sí se darán cuenta de lo significa ‘peine en cabello malo’. A esos farsantes, que todo el mundo conoce, no les ha ocurrido nunca una desgracia tan desgarradora como la que viven los deudos de un oficial de la Policía acribillado a balazos en presencia de sus tres hijos menores. Eso ocurrió hace dos días.



Tampoco, por fortuna, esos mismos farsantes e hipócritas han tenido la oportunidad, de que los delincuentes -muchas veces drogados-  hayan asaltado o violado a sus hijos e hijas. Por eso, como es natural, viven hablando pendejadas cada vez que un delincuente enfrenta a la Policía, resultando muerto el despiadado ladrón, dueño de un racimo de fichas que ‘mete miedo’, sin contar las que a lo mejor tenga por tráfico de narcóticos.



No los he escuchado decir nada, y sigo refiriéndome a los farsantes en cuestión, del dramático episodio que viven los niños dejados en la orfandad por el oficial de la Policía Guillermo Ogando Merán, ultimado en presencia de estos. Fue tan estremecedor el caso que uno de los bebé tuvo que ser ingresado a un centro médico con una crisis de nervios, pero nada de eso lo tocan los defensores del crimen organizado.



Personalmente conocí a Ogando Merán, nativo él de Las Matas de Farfán, de donde también procede el suscrito, y lo cierto es que un hombre como él no merecía morir de esa forma. Ojalá salga uno de esos que dicen defender los derechos humanos para que haga lo mismo con sus hijos, y con su viuda, por qué no. Parece que los policías y guardias asesinados no tenían derechos que debían serles respetados.



A partir de ahí, y eso lo he creído siempre, los delincuentes -que también tienen derechos claramente establecidos en la Constitución- y sus defensores no pueden pretender que si ellos emplean armas para enfrentar a la autoridad jamás les van a responder con flores. Tienen que entender que si usan pistolas los dueños del monopolio de la violencia, que son la Guardia y la Policía, responderán con firmeza, responderán como debe ser.



He dicho siempre que nadie tiene derecho a atentar contra la vida de ningún ciudadano, asunto que no está en discusión, pero inmediatamente un sujeto -por demás reincidente en la comisión de asaltos, robos a mano armada, homicidios y tráfico de drogas- blande un arma de fuego la respuesta será otra arma de fuego, en este caso de la Policía.



Y que no me vengan a decir que fulano habla o escribe así porque trabaja en un organismo tan beligerante a veces con la DNCD. No, jamás pensaría de ese modo este mortal, cuyos ojos se han de comer la tierra. Lo que ocurre es que me ha tocado vivir en los últimos tiempos el vaivén de la cresta de la ola, es decir trabajo en un organismo cuyos miembros son siempre blanco de las acciones de los delincuentes.



Los delincuentes de hablo son siempre iracundos, son los hombres más violentos con que cuentan nuestros barrios, aunque por fortuna muchos están en el lugar que les corresponde: la cárcel. Sería ilógico no admitir, en cambio, que la falta de oportunidades y la desigualdad social no son los elementos que motorizan en nuestras zonas marginadas cosas con las que hago referencia. Eso es verdad, nadie lo puede negar.



Pero ese no es el problema, el problema es que a los padres irresponsables es que les debe caer todo el peso de la sanción moral por engendrar una caterva de muchachos y luego soltarlos a lo que Dios quiera. Por eso me cautiva un spot de radio que escucho siempre, en el que una mujer celebra que el gobierno le ayuda con un dinerito para que sus hijos vayan a la escuela y no salgan de la casa con un paquete de flores para un semáforo.



Esa mujer sabe que su empeño, sin importar que levante sus hijos lavando y planchando, como creo que también dice el anuncio, difícilmente caerán en el vicio y que en el futuro serán hombres de bien. Ella está bien segura, al menos que le destino no disponga lo contrario, que la cruz no tocará su puerta, como popularmente se dice cuando la desgracia se presenta en nuestros hogares.



No es, en cambio, que los grupos de ‘derechos humanos’ no velen por el respeto a la integridad de las personas, al contrario, hay que luchar en terreno que sea para que las libertades individuales sean mantenidas y fortalecidas. Lo que es innegociable es que la autoridad se pierda, que los antisociales siembren el terror en las calles, que la gente tenga temor de salir a la calle por temor a ser borrada del mapa.



Por eso me pongo del lado de la Policía, de las FFAA y de la DNCD, como es natural en el caso de quien escribe, a los fines de parar la delincuencia que está encontrando la mejor respuesta en el mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín. Y no decir del mayor general Rafael Radhamés Ramírez Ferreira, jefe de la DNCD, y de los otros responsables de organismos que no negocian con antisociales.



Y me pongo del lado, igualmente, de Franklin Almeyda Rancier, secretario de Interior y Policía, hombre para muchos contradictorio, pero que personalmente creo actúa con una responsabilidad enorme. No se puede, en consecuencia, dar marcha atrás en esta lucha que libra el gobierno con su Programa de Seguridad Democrática. Todos los hombres y mujeres decentes de este país lo apoyan.



Lo recomendable sería, por último, recomendarle a padres y madres que vigilen a sus hijos, que conozcan a las personas con las que interactúan, porque de lo contrario no sacarían cosas buenas en los años porvenir.  La invitación es válida para los pobres, pero mucho más para los ricos, porque las tentaciones son mayores en este segmento social, partiendo de que el adinerado puede caer en la trampa con mayor facilidad.



Recuerdo que hace poco decía José Luis Corripio (Pepín), en una conversación que sosteníamos el mayor general Ramírez Ferreira con él, que sus hijos -que son ejemplo en este país- nunca han hecho pretensiones de que son adinerados, como en efecto lo son, y que tampoco han vivido en la abundancia extrema, cosa que si lo hacen nadie les puede regatear, porque recursos sí hay para hacerlo.



Lo que invoca el influyente empresario es que sus tres hijos, de los que dice sentirse orgullosos, no han sido derrochadores y dilapidadores, sino austeros, y creo personalmente yo que siguiendo los pasos de quien ha trabajado durante toda su vida más horas de la cuenta. Por eso, y esto lo agrega un empleado en licencia del Grupo Corripio, el éxito de ese ‘gran capitán de empresas’, como dice el admirado Alvarito Arvelo.

Email: lebron2@hotmail.com

2007-10-08 13:40:22