Opiniones

De la biología racial a la ideología del nazismo

De la biología racial a la ideología del nazismo

Víctor Montoya

Los fundamentos de la “biología racial” se propagaron en Europa desde mucho antes del siglo XVII. Tanto pensadores influyentes como filósofos especularon sobre el probable origen de las diferentes razas, basándose en un etnocentrismo subconsciente, que permitió acuñar la idea de que el deseo de poder se hallaba fundado en las leyes de la naturaleza, donde sobreviven los más fuertes y sucumben los más débiles.



En 1854, el diplomático francés Arthur de Gobineau publicó un libro sobre la desigualdad de las razas humanas, elogiando la superioridad de la “raza aria”, cuya existencia, en su opinión, estaba amenazada por “razas inferiores”. Así, estos pensamientos seudocientíficos del siglo XVIII, bienvenidos por el nacionalismo europeo y el imperialismo anglosajón, llegaron a jugar un rol imprescindible en la concepción ideológica del nazismo que, a su vez, se sirvió de las teorías de Charles Darwin, autor de “El origen de las especies por medio de la selección natural”, según las cuales, los individuos mejor adaptados y más fuertes estaban destinados a sobrevivir y dominar sobre los más débiles.



Si Charles Darwin desarrolló la teoría evolutiva de las especies en virtud de una selección natural por la existencia, el sueco Carl von Linné desarrolló la teoría del llamado “socialdarvinismo”, sobre el principio seudocientífico de que en la sociedad, como en la naturaleza salvaje, unas razas son más fuertes que otras, por estar condicionadas por ciertas leyes de carácter biológico, análogas a las leyes de la selección natural de las especies. De modo que Linné, queriendo demostrar antropológicamente la existencia de una raza fuerte y otra débil, de una raza superior y otra inferior, clasificó a los individuos -a partir del color de la piel, el tamaño de los ojos y la forma del cráneo- en cuatro categorías: Americanus, Europacus, Asiaticus y Afer; entre las cuales, la “raza aria” o nórdica (pelo rubio, ojos azules, contextura fornida y espíritu de grandeza) era considerada “superior” a las demás.



Los nazis, en su vano intento de poner a salvo la “pureza racial” de la civilización germana, aplicaron las ideas biológicas del “socialdarvinismo” a las sociedades humanas, donde se propagó la teoría de la llamada “higiene racial”, cuyo principal objetivo era proteger y mejorar la calidad social y la salud a través de evitar que los “genes degenerados” de las “razas inferiores” se reprodujeran y expandieran entre los individuos de “raza aria”.



Asimismo, lejos de toda visión humanista y democrática, la teoría de la “higiene racial” tuvo consecuencias funestas, no sólo porque provocó la esterilización masiva de hombres y mujeres, tanto en Europa como en América del Norte, sino también porque se clasificó a los individuos de acuerdo a su apariencia física y su coeficiente de inteligencia.



Para los nazis, que propugnaban la supremacía de la nación germana sobre las otras naciones del mundo, la amenaza interior estaba representada por los deficientes mentales, los discapacitados físicos, los “asociales” y los individuos que no se adaptaban a las exigencias del sistema capitalista de producción. Se los consideraba económicamente “improductivos” y, por consiguiente, se los trataba como a una carga pesada para los ciudadanos “sanos y productivos”.



Suecia, a partir de 1921, fue el primer país que creó, mediante resolución emanada por el parlamento, una institución destinada a desarrollar estudios concernientes a la “biología racial”; cuya función consistía, entre otras, en determinar que los defectos físicos y síquicos eran de carácter hereditario. Por lo tanto, para evitar su transmisión y conservación, era necesario proceder a una “higiene racial” que, entre 1935 y 1941, lazó la ley de esterilizar a las mujeres que presentaban deficiencias físicas y síquicas, o dicho de otro modo, las personas enfermas o débiles perdían el derecho a casarse y tener hijos. El matrimonio y los hijos eran privilegios reservados sólo para las parejas fuertes y sanas, quienes debían procrear hijos para que la nación tuviese una población compuesta por elementos dignos de admiración tanto por su belleza física como por su educación superior. Además, las teorías de la “biología racial”, cuyo objetivo central era conservar una “raza pura”, hicieron aflorar los prejuicios contra la inmigración que, desde un principio, fue vista como un peligro contra la “limpieza de sangre”, como en las oscuras épocas de la Inquisición, en la cual se perseguían a judíos y gitanos, acusándolos de profesar herejías y ser extraños a la cultura occidental.



Esta cruda interpretación del darvinismo llevó a deducir que la historia de la humanidad, probablemente, no se inició con la domesticación de los animales, sino con la dominación sobre los pueblos inferiores, o como manifestó Erich Fromm, refiriéndose a los principios sobre los que se fundó la ideología del nazismo: Este instinto de autoconservación conduce a la lucha del fuerte que quiere dominar al débil y, desde el punto de vista económico, a la supervivencia del más apto. La identificación del instinto de autoconservación con el deseo de poder sobre los demás, halla una expresión particularmente significativa en la afirmación de Hitler: “La primera cultura de la humanidad dependía, por cierto, menos de los animales domésticos que del empleo de pueblos inferiores”. Y para demostrar que la teoría de Darwin era coherente, Adolf Hitler, cuando aún vivía en Munich, donde era un “don nadie”, como él mismo confiesa en su libro “Mi lucha”, se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y arrojaba pedacitos de pan a los ratones que había en su pequeña habitación, para observar cómo estos graciosos animalitos brincaban y reñían por aquellas migajas en una “lucha por la existencia” y el derecho a la victoria de los mejores y más fuertes; experimentos empíricos que, más tarde, aplicó en la política del nazismo, un fenómeno de carácter económico y político, pero también de carácter psicológico, cuya aceptación por parte de un pueblo debe ser interpretado: primero, como una política expansionista del imperialismo alemán, apoyado por los grandes industriales y los “junkers”; y, segundo, como una ideología basada en el amor al poderoso y el odio al débil.



El nazismo, ajeno a los principios de la democracia y los Derechos Humanos, imponía a sus adeptos y creyentes apasionados la ciega obediencia al “Führer” y el rechazo a toda sombra de oposición que amenazara el poder absoluto de Hitler, cuya ideología debía prevalecer sobre el resto de las ideologías y movimientos políticos, puesto que el individuo, según el pensamiento totalitario del nazismo, debía aceptar su insignificancia personal y someterse a la fuerza abrumadora del III Reich, donde los individuos eran admitidos sólo en la medida en que actuaban de acuerdo con los intereses del Estado, que quiso legitimar, por medio de una guerra que costó millones de vidas, “la ley del más fuerte” y la “conservación de la pureza racial”.



Con todo, la máquina de la xenofobia y el racismo que hoy ruge en Europa no es más que el pálido reflejo de una ideología que se mantuvo latente en el seno de quienes se consideran todavía los herederos legítimos de una “raza superior”, destinada a dominar sobre las “razas inferiores”, olvidándose que no existen “razas puras” sobre la faz de la Tierra, debido a que todas -o casi todas- son el resultado de una mezcla compleja que se generó a lo largo de la historia.



Víctor Montoya



Escritor boliviano radicado en Estocolmo.

2007-10-25 13:40:07