Opiniones

EL TIRO RÁPIDO

EL TIRO RÁPIDO



De



Mario Rivadulla

Sobrada razón le asiste al Secretario de Estado de Medio Ambiente, Omar Ramírez, cuando afirma que el sostenido crecimiento económico registrado por la República Dominicana de manera casi ininterrumpida en el último medio siglo, no se ha correspondido con el mejoramiento de la calidad de vida de la gran mayoría de dominicanos ni ha contribuido a la reducción significativa de la pobreza, al tiempo que se ha realizado al precio del deterioro de los recursos naturales. Los números estadísticos dan sustento a esta apreciación.

Todavía al presente, no menos de un tercio de la población nacional vive en el límite de la pobreza, o aún por debajo de éste. La tasa de desempleo sigue siendo elevada. Muchos hogares dependen del chiripeo y sobreviven a base del día a día. El mismo nivel de vida de una buena cantidad de quienes disponen de empleos con ingresos fijos, resulta muy precario. La propia clase media, que empezó a desarrollarse y crecer algunos años atrás, ha ido cayendo a menos y viendo cada vez más disminuido su status y oportunidades de ascenso.

Pero de tanta trascendencia como lo anterior, es el hecho de que a lo largo de todo este tiempo, como bien advierte el incumbente de la Secretaría de Medio Ambiente, el país ha sido víctima de una incesante y ruinosa depredación de sus recursos naturales, llevada a cabo con una ligereza, persistencia e impunidad increíbles.

Por décadas, la ausencia de efectivas políticas oficiales, el desmedido afán de riquezas de unos cuantos y la indiferencia, casi generalizada, del resto se han dado cita para el desmonte de nuestro inventario forestal, la desaparición y contaminación de cientos de ríos y corrientes de agua y la extinción de valiosísimas especies de plantas y animales que integraban nuestro ya disminuida aunque todavía nutrida y valiosa biodiversidad.



Algunas contadas iniciativas por parte del sector privado y de efectivos aunque aislados  programas oficiales como el Plan Sierra y el Quisqueya Verde, han permitido que el deterioro no haya resultado mayor.  Pero la situación ha llegado a un extremo en que ya no admite más dilaciones. La realidad es tan preocupante y los pronósticos tan sombríos, que no podemos permitirnos el lujo de esperar mucho más tiempo para desarrollar una firme política y una conciencia nacional de preservación y recuperación de la disminuida calidad del medio ambiente nacional.

Los cambios climáticos ya son una palpable realidad, cuyos efectos se están dejando sentir en tormentas tropicales fuera de época, más fuertes y destructivas. Los veranos resultan más calurosos y las advertencias sobre previsibles catastróficos efectos futuros del calentamiento global a la vuelta de apenas 3 ó 4 décadas, resultan atentatorios a la misma existencia humana, si dentro del contexto de un gran esfuerzo mundial para frenar esta situación no aportamos nuestra propia cuota de responsabilidad. Por nuestras fuentes de aguas muy disminuidas, la reanudada y constante explotación de nuestros ríos, un elevado porcentaje de salinidad y amenaza de desertificación de gran parte del territorio nacional, estamos obligados y abocados a hacer frente inmediato al reto medioambiental.

Hay que desarrollar un vigoroso esfuerzo de concienciación a nivel nacional y de todos los sectores sociales.



Poner énfasis con toda crudeza en la amenaza que se cierne sobre el país y la propia vida de sus habitantes, de continuar permitiendo el indiscriminado y el abusivo aprovechamiento de los recursos naturales del país en beneficio de unos pocos. Fomentar una cultura, desde las edades más tempranas a través de la escuela y del hogar, sobre la necesidad de que cada quien se convierta en celoso guardián del ecosistema. Pero también, hay que aplicar la ley con todo su peso y sancionar fuertemente y sin contemplaciones a los depredadores del tesoro natural conque nos regaló la Providencia. Preocupa hasta la angustia y llora ante los ojos de Dios, que de más de 7 mil casos por infracciones medioambientales el pasado año, menos de 250 hayan llegado a los tribunales y apenas se hayan producido condenas en un número tan ínfimo que pueden contarse con los dedos de una mano y con penas tan débiles que, de hecho, constituyen incentivos a continuar en las mismas prácticas delictivas.

Ojalá acabemos de entender que atentar contra la naturaleza es también atentar contra  la  vida humana.



Apostar por ella es hacerlo por nuestra propia existencia.

2008-07-31 20:10:17