EL TIRO RÁPIDO
De
Mario Rivadulla
Miércoles 06/08/2008
Por más que el país ha debido sumar desde hace bastante tiempo a su agenda de temas más prioritarios el auge de la violencia delictiva, el macabro hallazgo de siete cuerpos secuestrados, atados y acribillados a balazos en la comunidad de Ojo de Agua, cercana a Paya, en Baní, víctimas de un múltiple y espantoso crimen, es un hecho que horroriza y tiene que mover a la más profunda preocupación. La matanza nada envidia a la famosa del día de San Valentín, cuando ocho pistoleros de una banda rival fueron ejecutados en un garage por miembros de la pandilla de Al Capone, por entonces amo y señor de la ciudad de Chicago.
La investigación policial, bajo el mando del General Bencosme Candelier, de probada y exitosa experiencia en este campo, considera la masacre ligada al narcotráfico, específicamente en torno a un nutrido alijo de mil 200 kilos de cocaína. Aún cuando hay que esperar mayores detalles, que pudiera aportar sobre todo el único sobreviviente, las características del hecho parecen responder a esa presunción inicial. Se especula que pudiera tratarse de uno de los frecuentes “tumbes” que se producen en el submundo de las drogas.
Recuérdese que hace apenas unos días en la ciudad de New York fueron apresados los integrantes de una banda dominicana que se dedicaba precisamente a asaltar y despojar de su mercancía a distribuidores de drogas, actividad que, según las autoridades, les habrían producido un jugoso botín de 4 millones de dólares en efectivo y 20 millones en estupefacientes.
De unos años a esta parte, la delincuencia en República Dominicana ha adquirido perfiles de criminalidad.
Los malhechores, que anteriormente huían, por lo general, ante la presencia de las autoridades, ahora les hacen frente, en muchos casos provistos de armas más modernas y de mayor capacidad de fuego.
Dramático testimonio de ello, es la significativa cantidad de agente del orden y de la propia Dirección Nacional de Control de Drogas caídos en el curso de esos enfrentamientos y otros inclusive, a consecuencia de atentados específicos.
Pero así como la delincuencia ha crecido en agresividad, también ha variado el tipo de delito, ahora con variantes que eran prácticamente desconocidas en el país o de muy rara ocurrencia. De ahí, la proliferación de los secuestros, los asesinatos por encargo y los ajustes de cuentas, entre otros, muchas veces presentando signos del más cruel sadismo.. En unos casos, la criminalidad se manifiesta de manera sofisticada y muy profesional, como ocurrió semanas atrás con el atentado a un ingeniero en el área de gimnasia del Hotel Jaragua; en otros, en su más brutal expresión, como en el caso de este asesinato múltiple.
Salvo excepciones como aparentemente en la muerte del profesional, casi todos estos hechos aparecen vinculados al comercio de sustancias prohibidas.
Los antecedentes del narcotráfico en República Dominicana son remotos. Hace más de 35 años que el Listín Diario publicaba una noticia proveniente de New York, donde en el curso del allanamiento de un apartamento que servía de refugio a un grupo de narcotraficantes, se encontraron documentos dejando constancia de que, ya por entonces, el país estaba en el punto de mira de los carteles de la droga como futuro escenario de sus operaciones. La información que debió haber servido de alerta, no dejó huellas ni en las autoridades ni en la ciudadanía. Salvo algunas voces advertidoras que se dejaron escuchar con más voluntad que eco, fueron muy pocos los oídos que se pusieron en sintonía con el tema a lo largo de muchos años.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes…y nos ha llovido mucha droga desde las alturas.
Pese a ello, todavía, en gran medida, la sociedad dominicana no ha cobrado cabal conciencia de los peligros que entraña la constante entronización en el país de esta actividad criminal, incluida por las Naciones Unidas ente los delitos de lesa humanidad. Hoy estamos recogiendo los frutos de esa indiferencia; aquellos polvos nos han traído estos lodos.
Lo ocurrido en Ojo de Agua es otro eslabón más en la cada vez mayor penetración de los carteles de la droga en nuestras fronteras, lo que aparte de sus perjuicios directos como son el aumento de la adicción, el lavado de dinero sucio, los sobornos, las complicidades locales y la infestación de todo el tejido social trae aparejado un incremento de la delincuencia en general, que estadísticamente según se ha medido en otros países, comporta entre un setenta y un ochenta por ciento de elevación de la criminalidad.
La señal es cada vez más clara y no podemos permitirnos el lujo de no percibirla. La droga se nos ha metido hasta el cuello y si no reaccionamos a tiempo, cuando ya no queda tanto tiempo, el doloroso referente de Colombia dejará de ser ejemplo para convertirse en una réplica caribeña.
2008-08-07 15:02:41