EL TIRO RÁPIDO DE LA SEMANA
De
Mario Rivadulla
Viernes 22/08/2008
De acuerdo a las estadísticas oficiales durante los primeros siete meses del presente año se registraron dos mil ciento veinte cinco accidentes de tránsito con un balance de novecientas cincuenta y seis personas que perdieron la vida y mil doscientos cincuenta y cuatro heridos. Tal como hemos señalado en otras ocasiones ésta comparte con las victimas de disparos de armas de fuego, el privilegio negativo de ser las principales causas de muertes violentas en el país.
El propio registro oficial reitera que las motocicletas continúan siendo el tipo de vehículo que ofrece mayor riesgo, habiendo aportado trescientos treinta y dos muertes a la trágica cosecha de pérdida de vidas. También las llamadas guaguas voladoras provocan un alto número de bajas, generalmente por manejo temerario de sus choferes.
Ahora bien…¿hasta dónde son exactas estas cifras? Por años, el hoy retirado especialista doctor Pedro Green, que por espacio de varios lustros fungió como Jefe del Departamento de Traumatología del hospital doctor Darío Contreras, llevó cuenta detallada de las muertes ocasionadas por accidentes vehiculares. Cada año, su registro contradecía los reportes policiales arrojando una cantidad de víctimas mucho mayor, lo que le llevó en màs de una oportunidad a entrar en polémica con la jefatura del cuerpo de orden pùblico.
No era una confrontación caprichosa ni huérfana de razón. La gran diferencia entre ambas estadísticas respondía al hecho de que en tanto la Policía registraba exclusivamente la cantidad de muertos al momento de producirse el hecho, el doctor Green le sumaba el número mucho mayor de decesos que ocurría posteriormente entre los heridos que eran llevados al hospital y pese a los esfuerzos desplegados por los médicos no lograban sobrevivir a causa de la gravedad extrema de sus lesiones. Habría que determinar por consiguiente, si al presente sigue ocurriendo igual, en cuyo caso la pérdida en vidas humanas por esta razón resultaría en verdad mucho mayor. Pero en todo caso, cual sea el procedimiento que se siga para contabilizar la cantidad de víctimas, el hecho cierto es que día tras día, los accidentes de tránsito enlutan un número significativo de hogares.
El tema no es nuevo. Figura entre los más añejos dentro de la agenda de problemas que arrastra el país desde hace décadas sin que pese a los reclamos de manejo prudente y las medidas, por lo general, tímidas, adoptadas por las autoridades encargadas de regular el tránsito se haya podido frenar su escalada ni reducir, al menos apreciablemente la cantidad de muertes que se registran por esta razón. Extrañamente, nos causan estremecimientos las muertes provocadas por un hecho criminal, pero en cambio no parece que salvo los dolientes directos, alguien pierda el sueño por las que ocasionan los accidentes vehiculares. Aún tragedias como el triple choque que tuvo lugar días atrás en la carretera Higuey-La Romana y que arrojó el masivo saldo de docena y media de víctimas, incluyendo varios vacacionistas extranjeros, son prontamente desplazadas de la actualidad por otras informaciones sin dejar el menor rastro de resonancia en la opinión pública,
Obvio que la gran cantidad de ocurrencias vehiculares que tienen lugar en el país obedece a causas multifactoriales. A ello contribuyen el mal estado de calles y avenidas, autopistas y carreteras de segundo orden, la gran cantidad de vehículos de motor que corren por ellas que ya supera los dos millones de unidades, la falta de señalizaciones y el caos en general en que se desenvuelve nuestro tránsito vehicular. Pero sin dudas, el factor predominante es el sentido de irresponsabilidad de que hacen gala numerosos conductores, su continua violación de las normas más elementales del manejo seguro y su total desprecio por la vida humana, tanto la propia como la ajena. A ello se agrega el espíritu de creciente intolerancia, traducido en un patrón de violencia conductual de que hacen gala muchos ciudadanos y que cada día resulta más ostensible en la irracional competencia vehicular de que resultan escenario las vías públicas. El resultado final es un incremento constante de los accidentes de tránsito, un mayor número de muertos y lesionados por esta razón, pérdidas en aumento para las compañías aseguradoras y primas de seguros cada vez más elevadas en el ramo de vehículos.
Lamentablemente ni la persistente sangría que representan, ni las frecuentes apelaciones a un manejo prudente y respetuoso de la ley, ni el aumento de las multas parecen estar sirviendo para aliviar al menos en alguna medida esta situación, al punto que llega un momento en que, como única alternativa, parecería que no habrá otra salida que encomendarse a Dios y arroparse con el manto de la Altagracia para lograr por vía de milagro los niveles mínimos de seguridad que no hemos podido alcanzar por nuestros propios para enfrentar la riesgosa aventura de salir diariamente a transitar diariamente, a pie o en vehículo, nuestras vías públicas.
2008-08-25 19:49:28