EL TIRO RÁPIDO
De
Mario Rivadulla.
Lunes 25/08/2008.
La del Cardenal López Rodríguez es voz de incuestionable resonancia. De ahí, que su llamado a incrementar la lucha contra la criminalidad y el narcotráfico, haya registrado eco inmediato en distintos litorales de nuestra sociedad. Hoy por hoy, el tema de la seguridad ciudadana figura entre los principales requerimientos de la ciudadanía y comparte con la seguridad alimentaria, el alza en el costo de la vida y la superación de la profunda crisis energética, sitial de primera línea en la agenda de máximas prioridades del país.
A despecho de lo que puedan indicar estadísticas oficiales sobre alegada baja en la criminalidad, no es ésa la percepción que existe al presente en la mayoría de la población. Por el contrario, hay un sentimiento generalizado de inseguridad e indefensión. La gente se siente desprotegida. No confía en que la fuerzas del orden estén haciendo cabalmente su trabajo, al contrario las ve muchas veces aliadas a los malhechores; ni tampoco los tribunales de justicia sancionando con el necesario rigor a los delincuentes.
Cuando se anunció con gran fanfarria la puesta en vigencia de la operación “Barrio Seguro”, que tuvo como primer escenario el sector de Capotillo, se crearon grandes expectativas. La impresión inicial que originó el gran despliegue policial en dicha barriada, que hasta ese momento era noticia casi diaria en la ocurrencia de todo tipo de acciones delictivas y hechos de sangre provocados por la violencia criminal, fue la de haber puesto en fuga a los grupos de malhechores que hasta ese momento habían tenido en zozobra el vecindario. Pero éstos no desaparecieron; simplemente trasladaron sus actividades a otros barrios. Esa mudanza fue continuada en la misma medida en que “Barrio Seguro” extendía sus operaciones en su persecución a esos otros sectores, y hoy llega a los residenciales que se consideraban con mayores niveles de protección.
Al presente, sin regatearle logros que sin dudas ha tenido, la imagen de “Barrio Seguro”, se encuentra bastante decantada en cuanto a las expectativas que originó en sus inicios como el instrumento destinado a acabar con la violencia criminal. Entre las razones principales de sus limitados resultados, figura la ausencia de los programas complementarios destinados a superar las causas sociales y culturales que han contribuido a la proliferación de la delincuencia, sobre todo entre jóvenes y adolescentes.
Han faltado oportunidades de trabajo, centros culturales y deportivos y otros otros prometidos complementos que franquearían un horizonte de posibilidades de superación y vida digna dentro del marco de la legalidad a esas generaciones de relevo, viviendo en la marginalidad una existencia sin esperanzas de mejoría, abrumadas por el impacto mediático del consumismo, ganadas por el facilismo e inspiradas en la impunidad de que disfrutan aquellos que han escogido el camino del delito, muchas veces con la complicidad implícita y aún abierta, de las propias autoridades encargadas de impedirlo. Pero ha faltado también fundamentalmente, rescatar los valores tradicionales de la familia como célula básica de la sociedad, de la honestidad como forma de vida y del trabajo y el estudio como peldaños de superación personal y colectiva.
A la criminalidad hay que atacarla con fuerza. Al narcotráfico asociado a la misma, y que está sobradamente probado desde el punto de vista estadístico, es responsable en gran medida de su auge, también hay que perseguirla sin descanso y sin discrimen, caiga quien caiga. El Presidente Fernández lo prometió así en su discurso del pasado 16 de Agosto. Tiene su palabra comprometido y con ello, su ejecutoria como gobernante. Una de las primeras y elementales obligaciones del Estado es garantizar la seguridad y tranquilidad de sus ciudadanos. Pero hay que insistir una vez más que esa seguridad no se logra solo con medidas represivas. Es preciso atacar las causas que crean las condiciones propicias para ponerla en riesgo, en nuestro caso en estado de extrema alerta. Es lo que parece hasta ahora, que ha faltado. Y en este sentido es de esperar que las autoridades aprovechen las experiencias acumuladas de los fracasos anteriores, para real y efectivamente poder devolverle el sosiego a la ciudadanía. Para lograrlo, tendrán que apoyarse en los líderes barriales y comunitarios, las juntas de vecinos, los clubes culturales y deportivos, las asociaciones de padres y madres de la escuela, los curas de las respectivas parroquias y los ministros de otras religiones para trabajar en estrecha alianza en base a programas efectivos que trasciendan las simples labores de policía y medidas de represión. Porque a fin de cuentas éstas no pasan de ser apenas curitas y por tanto, ineficaces, donde el mal es de tal naturaleza que requiere de cirugía mayor.
2008-08-26 16:58:54