Opiniones

Historias de vidas y muertes: entre ciclones, irresponsabilidades y malas prevenciones

LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO

Posición del Centro Montalvo ante la tragedia de Guachupita donde 8 personas perdieron la vida



Historias de vidas y muertes: entre ciclones, irresponsabilidades y malas prevenciones



La historia de nuestra República Dominicana ha estado tintada por una tradición de tormentas, huracanes y otros fenómenos naturales.



Desde el año 1502 se registran hechos que han perturbado la cotidianeidad de la gente, destruyendo vidas, edificaciones, bohíos, casuchas y desde ese entonces, desmotivando la vocación por el trabajo agrícola.



Es seguro que por vivencia o referencia, San Zenón está en las mentes de muchas y muchos de nosotros, como ese mal recuerdo que azotó Santo Domingo convirtiendo las soleadas tardes en grises días, en donde la tristeza y la derrota se convirtió en la compañía preferida de aquellas y aquellos que perdieron hasta la esperanza en ese fenómeno que dejó más de 8 mil muertos, como si nos hubiese preparado para el gran ciclón de la dictadura que se perpetuó por 30 años. 



Pero sigamos en lo nuestro.  Después de 1930, continuaron desfilando por nuestros suelos y mares Baker,  Charlie, Hilda, Katie, Ella, Gerda,  Frances, Edith, Flora, Cleo, Inez, Beulah, Eloisa. Todos huracanes y tormentas transcurridos entre 1950 y 1979, dejando siempre pérdidas y desolación ante una población desprotegida, desprevenida, sin opciones ante la sorpresa esperada de los ciclones y las tormentas.

En 1979, llegó David, con su ahijado Federico, continuando con la costumbre de encontrarnos desprevenidos, desprotegidos y en un estado de vulnerabilidad que afectaba sobre todo a los y las más pobres.  Miles de muertos, pérdidas económicas cuantiosas, y lo más penoso, una gran cantidad de damnificados que, junto con los del ciclón David, cumplirán el próximo 31 de Agosto 29 años refugiado. Ése fue el saldo de este huracán.

Allen, Gert, Debby, Gilbert, Hortense, Emily y Gilbert estuvieron presentes en los años posteriores a David preparando el terreno para George.  En 1998,  entró George dejando un número indeterminado de muertos y pérdidas económicas importantes.  Nueva vez, luto entre los pobres y lecciones “aprendidas” que parecían copias de las experiencias pasadas: no hubo información suficiente, los organizamos de mitigación no contaban con equipos ni formación adecuada, insuficiencia de refugios.  Las escuelas, parroquias e iglesias son sólo refugios momentáneos.



Pero la historia de los fenómenos naturales en República Dominicana rompe aquel refrán que dice “a las tres son las vencidas”.  Llegó Odette en el 2003 y dejó ocho muertes, y el desencanto del campo ante los desastres que causó.  Un año más tarde, en el 2004, el ciclón Jeanne provocó al menos 10 muertes, contabilizadas por las autoridades, 146 heridos, más de 30 mil evacuados y daños aún incalculables a distintas áreas de la economía.



La historia es larga, agotadora.  Llena de humedad la sangre de quien escribe, de quien lee. Pero sobre todo, recuerda que, entre los sobrevivientes de tantas y tantas tormentas, hay heridas que intentan sanar, algunas tan profundas que despiertan locuras.  Otras heridas se tapan con el afán de sobrevivencia que las irresponsabilidades sociales de los gobiernos dejan en el diario vivir de los pobres, esos que son siempre los más azotados.



Sin embargo, al parecer la historia no ha sido lo suficientemente larga ni las lecciones lo suficientemente “aleccionadoras” como para que, después de George, se evitaran los resultados nefastos de los fenómenos posteriores.



Hace poco menos de un año, apenas diez meses, nos visitó Noel, esperando encontrarnos preparados, con avisos a tiempo, con los planes de prevención de desastres que manda la ley no. 147-02 sobre gestión de riesgos, con suficientes refugios y con un personal experto en gestión de riesgos.

Pero la esperanza se desvaneció en medio de mítines prematuros que distrajeron la atención de los responsables de las instituciones del gobierno y Noel nos encontró nuevamente desprevenidos, con planes y leyes que existen sólo en el papel.  Con una población vulnerable, en donde en el 60% posee viviendas construidas con materiales inadecuadas, aumentando este porcentaje hasta un 86% en la zona rural.



El saldo de Noel fue de centenares de muertos, pérdidas económicas sobre todo en el área agrícola y más y más desesperanza entre la población vulnerable.  Heridas no sanadas que reciben respiración boca a boca para que no terminen de morir, en cada respuesta irresponsable ante los fenómenos naturales.



Noel dejó las mismas “lecciones aprendidas” que dejó George.  Nos encontró con una ley muerta y sin fondos suficientes para implementarla.  Nos dejó Noel y nos recogió Olga. Con menos de nuestros pobres, como si el desinterés de las autoridades respondiera a una política maltusiana. 



Y entre la impotencia, la negligencia y el mismo dolor de la misma gente de siempre, apenas un mes después, como queriendo restregarnos en la cara que no merecemos festejar la navidad, nos arropó con aguas propias y prestadas de la presa de Tavera, dejando a su paso 14 muertos más y una población aún más vulnerable ante la amenaza de la tormenta llamada “elecciones” que aprovechó el dolor y la fragilidad para ofertas electoreras de un bienestar pendiente desde hace más de 50 años.



Hoy vivimos una nueva tragedia con el paso de Fey y Gustavo, apenas 10 meses después de Noel, con ocho muertes en Guachupita, a pocos metros del metro.  Un derrumbe que ocurrió justo al lado de casitas recién reparadas por las mismas autoridades. 



La gente se mueve entre tragedia y confusión, pues se evidencia que, ni los organismos gubernamentales ni las organizaciones sociales, cuentan con un plan real y organizado que les deje paz a las 30 o 40 familias que continúan en peligro en el farrallón de la Francisco del Rosario Sánchez, allí donde le llaman Jarro Sucio.  Es un lugar que está lejos y está cerca,  fuera de los planes suntuosos de embellecimiento y modernidad. 



En ese lugar hacinado, producto de la inequidad en la repartición de la tierra, bajo la sombra de una ilegalidad injusta, quedará sepultado entre las rocas ajenas el recuerdo de una mujer luchadora (trabajadora, llena de esperanzas) y de seis niños que tal vez estaban ya enterrados para las autoridades,  pues ellos no encajaban en las políticas públicas del pasado discurso de nuestro presidente.  No hay forma de que hubieran podido entrar en un aula cibernética con tantas brechas, a causa de las deficiencias nutricionales y la baja calidad de su educación. 



La deuda social de tantos años y los planes que acabamos de escuchar el pasado 16 de agosto, se igualan al derrumbe que causó Gustavo.  La falta a la promesa de una solución definitiva para estas familias es tal vez la verdadera causa de su muerte.



Cuáles serán ahora las lecciones aprendidas de Fey y Gustavo­­! Cuántas veces más tendremos que morir y nacer! Cuántos presupuestos sin equidad tendremos que presenciar!  Cuánto más podrán soportar esas heridas que se rehacen con gotas de lluvia!



La historia está y no debería seguir estando.  Es responsabilidad de todas y todos cambiarla, pero es un deber inaplazable del Gobierno consignar los montos en este presupuesto 2009, no en obras fantasmagóricas propias de cuentos de hadas, mas sí en la implementación de una vez por todas de la ley de gestión de riesgos.  Es hora de que el Gobierno levante la inversión en vivienda del pírrico 1% del PIB a por lo menos un 2%, como estaba antes de la crisis del 2003.



Pero a través de una verdadera política de vivienda que provea una vida digna a tantas familias que se encuentran viviendo en condiciones que deberían fundamentar un discurso de toma de posesión distinto, apuntando a mejorar infraestructuras básicas que hablaran de agua, saneamiento, salud, educación.  Es inaplazable declararnos en situación de emergencia y actuar como tal.



Debemos recordar que vivimos en un país con un 42% de personas viviendo en condiciones de pobreza que las coloca en un estado tal de vulnerabilidad haciendo que los fenómenos naturales sean desastres, y actuamos de manera reaccionaria a su paso. El próximo presupuesto debe hablar de la disposición de implementar el sistema de gestión de riesgos y de la decisión clara y firme de eliminar la pobreza con políticas públicas a largo plazo.

2008-08-28 16:45:12