¡Cuánta diferencia!
Por LEO HERNANDEZ*
Algunos episodios de la niñez quedan fijos para siempre en los recuerdos de cada quien, y en ocasiones hasta marcan en forma definitiva nuestras vidas.
Yo tenía casi 10 años y medio de edad cuando se produjeron los acontecimientos bélicos de abril del ‘65, y vivía con mis padres a poca distancia del presidente del Triunvirato y de lo que se denominó “corredor de seguridad” tras la invasión norteamericana.
Finalizaba la primavera y los árboles cambiaban su follaje hermoseándose en el Gazcue de entonces, con el marco de la música diabólica de estruendos y disparos que avisaban de enfrentamientos entre patriotas e invasores en la ya legendaria Ciudad Nueva y sus contornos.
Creada la llamada “Fuerza Interamericana de Paz”, llegaron sus efectivos de diversas nacionalidades a esa parte de la ciudad, donde no era tan cruenta la rivalidad de los bandos en pugna, practicando una frecuente interacción con los vecinos.
Me consta que algunos soldados, básicamente de habla hispana, hicieron amistades con familias del área, lazos que llegaron a conservar con los años, traduciéndolos incluso en intercambios de visitas hacia y desde sus respectivas residencias en países distantes.
Llegando el solsticio de aquel verano conocí a Expedito, un brasileño al que recuerdo enfundado en uniforme militar color kaki del ejército de su país, con brazalete blanco de letras negras y la inscripción Press. No portaba arma de fuego, sí una cámara Leikka 120 al ristre. Decía ser reportero y que daba cobertura a la revuelta.
Para aquellos días, yo solamente sabía de dos periodistas: Cuchito Alvarez, que compraba guineos maduros a mi padre, entonces dueño de un pequeño colmadito; y Clark Kent, el reportero de El Planeta cuya personalidad asumía Supermán en la Metròpolis imaginaria donde vivía, y que era mi pasión en la lectura de lo que hoy son comics pero que en mis tiempos eran simplemente paquitos.
A Expedito –de quien no he sabido jamás- le escuché dilectar mucho en un español con acento portugués sobre el trabajo periodístico que decía realizar, y admito que me causaba admiración.
Tiempo después, los primeros periodistas que recuerdo conocí fueron Ramón Calcaño (sólo pequeño de estatura pero gigante de corazón y entereza) y Ramón Puello Báez (de cuya amistad me honro).
Calcaño era reportero de Radio Reloj Nacional, el desaparecido espacio noticioso de Radio Continental y Puello Báez de Radio Noticias, singular noticiero que se transmitía en cadena nacional por Radio HIN en las voces de Rafael Arredondo y Papi Quezada, con el sonido cadencioso de un ¡tic, tac! en un sinfín de fondo a la lectura de las informaciones.
Yo -ya casi adolescente- veía admirado a ambos buscando notas de prensa, preguntando para ampliarlas, entrevistando figuras, etc.. Sin saberlo, parece que crecía en mí la vocación periodística.
¡Cuánta diferencia!.
*El autor es periodista y consultor de comunicación
2009-01-12 18:29:47