Opiniones

El Tiro Ràpido

El Tiro Ràpido



Mario Rivadulla

La toma de posesión de Barak Obama como cuadrégimo cuarto Presidente de los Estados Unidos estuvo rodeada de una emoción superior al entusiasmo que despertó durante su sorprendente campaña electoral, tanto más singular en un pueblo generalmente ajeno en su gran mayoria a los afanes de la política doméstica, salvo en lo que concierne a la marcha de la economía y más recientemente a los avatares de la guerra y el advertido permanente riesgo de un ataque terrorista después del fatìdico 11 de Septiembre.

Una muchedumbre estimada en dos millones y medio de personas venidas desde los puntos más distantes del vasto territorio norteamericano, se dieron cita en Washington para asistir al magno evento, precisamente en el mismo escenario donde cuatro largas décadas antes, Martín Luther King, ante una multitud considerada entonces impresionante de 100 mil personas, dejó para la posteridad el sello de su esforzada cruzada simbolizada en una frase histórica “yo tengo un sueño”.  Ese sueño se acaba de cumplir con el ascenso a la Primera Magistratura de la nación màs poderosa de la tierra del primer mandatario de origen afroamericano, un hito histórico que consagra la integración política de los Estados Unidos, dentro de su diversidad ètnica, superando siglos de discrimen y marginaciòn. 

Pero es de resaltar que Obama no ha llegado a esa posición por el color de su piel, aunque éste haya influìdo sin dudas en una parte significativa del electorado de raza negra. Los negros en los Estados Unidos son una minorìa, que carece por sì sola de fuerza necesaria para haber llevado a una figura de su color a la Presidencia. No recibió tampoco el nuevo mandatario un apoyo cerrado de ese segmento poblacional. Parte de esa minorìa no sufragò en su favor.  Fue una mayor proporción del electorado blanco el que le otorgò la victoria, al conjuro de una palabra, “change”,  que obrò efectos màgicos en un electorado de mayorìa insatisfecha,  presentado con gran fluidez por un candidato de vigoroso discurso e incuestionable carisma.

Obama llega al poder en condiciones tan difíciles, como salvando la distancia y las circunstancias, lo hizo Winston Churchill durante la II Guerra Mundial. Y al igual que éste, bajo el bombardeo incesante de la Lutwafe de Goering y la amenaza de invasión de las arrolladoras huestes de Hitler,  apostó a la victoria del acosado pueblo británico aunque al costo de “sangre, sudor y lágrimas”, Obama promete un renacer del país y “nueva independencia” a los estadounidenses pero al precio de trabajo y sacrificio.

Los retos que enfrenta no son nada fáciles.

En lo interno, los efectos recesivos de una debacle financiera y una gravìsima crisis econòmica y social, con muchas de las empresas más emblemàticas llevadas a quiebra o al borde de ella por ciega imprevisión y excesiva codicia;millones de norteamericanos que han perdido sus empleos y cientos de miles de familias con sus hipotecados hogares seriamente comprometidos así como un enorme déficit fiscal, formando una tupida madeja que revive el amargo recuerdo del crack de fines de los años treinta.   En lo externo: una costosa e interminable guerra fracasada contra el terrorismo a la que precisa dar un nuevo giro; complejos enclaves de tensiòn en el Medio Oriente y otros puntos de influencia e interès para los Estados Unidos; el sobredimensionado caso de Cuba y una pérdida creciente de prestigio, influencia y simpatía en las cuatro esquinas del mundo.

¿Qué se puede esperar?  Sin dudas,   cambios de estilo de gobierno y  medidas adicionales  para tratar de superar la severa situación interna al costo ya advertido de fuertes reajustes,  trabajo y sacrificio, lo que segùn se estima tomará un proceso de al menos  los pròximos dos años. En lo exterior, también cambios de enfoques y estrategias,  pero sin olvidar que Obama representa los intereses de su nación y buscará  salvaguardar y fortalecer los mismos aunque por vìas diferentes a las empleadas por la obstinada terquedad belicista de su antecesor.

Por lo pronto, para que nadie se llame a engaño, dejó bien claro que su gobierno seguirá considerando a Osama Bin Laden y Al Quaida como el principal enemigo de la seguridad de su paìs y reprochando a Hugo Chávez ser una retranca del progreso de Latinoamérica. Con ésta, ya adelantó Hillary Clinton, quien tendrà a su cargo representar la política exterior del nuevo gobierno, habrá un nuevo abrazo. Un punto favorable es que ambos, Osama de data reciente y la señora Clinton, de mucho antes, gozan de buena imagen por estos lados del Continente. El deseo ferviente es que, a diferencia de otras ocasiones de triste recordación, el prometido abrazo no resulte de oso sino de paloma.

2009-01-22 14:47:50