Efemerides, Portada

La Batalla Del Puente Duarte o la Toma del Cielo Por Asalto

Daniel Cruz

El 27 de abril de 1965 fue martes, a diferencia del de este año (2022), que ha caído en miércoles. Desde las 3 de la mañana de ese día el agregado naval norteamericano, coronel Ralph Heywood, informa por la vía telefónica al encargado de la Embajada de Estados Unidos William Connett que los militares contrarios a la constitucionalidad estaban planeando un ataque final contra los que respaldaban al gobierno de Molina Ureña.

Al amanecer debía realizarse un bombardeo masivo contra los puntos claves de la capital, el cual sería seguido por un avance de los blindados y la Infantería de la Fuerza Aérea y el CEFA. Esta acción y la reacción consecuente fue lo que se constituyó en la Batalla del puente Duarte.

Provistos de esas informaciones los funcionarios diplomáticos «made in USA» se pusieron en contacto con los jefes de la Marina, la Fuerza Aérea y el CEFA para decirles que ese ataque no podría llevarse a cabo mientras no fueran evacuados los estadounidenses que serían recogidos en el puerto de Haina esa mañana del martes. Un cese al fuego sería necesario para garantizar el traslado de esos civiles hacia los barcos. La embajada no permitiría interrupciones en esa operación.

Esa llamada había sido escuchada y grabada por partidarios de las fuerzas constitucionalistas y llevada al ministro de la Fuerzas Armadas de su gobierno, teniente coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez.

Así las cosas, ya a las 9 de la mañana de ese día 27 de abril la sección de agregados militares de la Embajada de Estados Unidos llama al teniente coronel Hernando Ramírez para invitarlo a una reunión en sus oficinas con el propósito de informarle de las propuestas que harían la jefatura de la Marina, la Fuerza Aérea y el CEFA. Todo era una farsa con la que se pretendía ganar tiempo para atrapar deprevenidos con el ataque planeado a las fuerzas constitucionalistas.

Corriendo un riesgo calculado Hernando Ramírez asintió a la convocatoria a reunión sin hacer saber que estaba enterado de la conversación telefónica de los agregados militares. La reunión se realizaría en un edificio de la calle Leopoldo Navarro donde tenían su sede los agregados militares. Hernando Ramírez se hizo acompañar a la reunión por el capitán Mario Peña Taveras y Héctor Lachapelle Díaz; del lado estadounidense tomarían parte el teniente coronel Thomas Fishburn y otros dos oficiales. Paralelamente a la gestiones de los agregados militares el segundo secretario de la embajada norteamericana en el país, Breisky, llamaba al presidente Molina Ureña urgiéndole para que conversaran a bordo de la fragata Mella. Ante tanta insistencia de los estadounidenses Molina Ureña accedió a la invitación y envió al coronel Caamaño y el arquitecto Leopoldo Espaillat Nanita, personas de su confianza.

Conscientes de que los constitucionalistas no estaban en disposición de hacer más concesiones de las racionales, los norteamericanos se despacharon diciendo que ya no querían más conversaciones. Habían logrado ganar todo el tiempo que les hacía falta para prepararse y distraer al mando constitucionalista de sus ocupaciones principales, una de las cuales era mantener a punto la defensa de la ciudad.

Fue así como después de las reuniones por separado que sostuvieron los constitucionalista con los agregados militares y la gente del primer secretario de la Embajada, alrededor de las 11:00 de la mañana los aviones de la Fuerza Aérea despegaron de la base de San Isidro y se dirigieron a Santo Domingo. Fueron los ataques más violentos hasta el momento; sus objetivos principales fueron el Palacio Nacional, Radio Santo Domingo y cualquier punto de la capital donde hubiera concentración de personas.

Durante hora y media los aviones de la fuerza aérea estuvieron cruzando los cielos seleccionando blancos e impunemente disparando a mansalva contra objetivos militares y civiles. Poco antes del mediodía todas las unidades que se habían reunido frente a las costas de la Ciudad de Santo Domingo se alinearon y apuntaron sus cañones en esa dirección. La mayoría de sus disparos serían dirigidos hacia el Palacio Nacional con el propósito de sacar de allí a las escasas personas que lo ocupaban.

En esas circunstancias la casualidad favoreció a Caamaño pues Hernando Ramírez tenía dolencia muy fuerte del hígado, lo que lo obligó a tomar licencia. Su puesto fue ocupado por Caamaño quien aceptó disciplinadamente.

Durante las conversaciones triquiñuelas y el inicio de los ataques nadie sabía el embajador norteamericano. El embajador W. Tapley Bennett apareció como un conejo sacado de un sombrero de un prestidigitador en la visita que Molina Ureña hiciera a las 4:00 de la tarde a la Embajada para acordar un cese del fuego. El presidente Molina ureña quería que el embajador Tapley Bennett sirviera de intermediario entre los constitucionalistas y la gente de San Isidro y la Marina, para lograr el cese del fuego. El diplomático actuaría conjuntamente con el decano del cuerpo diplomático y un representante de la iglesia católica.

Para Tapley Bennett aquello era una rendición incondicional. Con esa idea en mente aprovechó la ocasión para descargar sobre los constitucionalistas toda la ira que venía acumulando desde que el conflicto empezara 3 días atrás. Entonces, alejado de lo que aconsejaba el sentido común, empezó diciendo que habían sido los constitucionalistas quienes empezaron esa lucha fratricida y que no tenía duda de que los comunistas habían sacado ventaja de la situación; criticó duramente la distribución de armas a los civiles y tuvo la oportunidad de exagerar, como lo hicieron algunos despachos de prensa, el supuesto saqueo y crímenes de parte de los constitucionalistas. El representante del presidente de Estados Unidos se portaba con toda la prepotencia que pudiera alguien imaginar de un gobernador colonial. Nadie allí parecía tener derecho al uso de la palabra.

Los regaños e insultos del embajador provocaron diversas reacciones entre los constitucionalistas en función de la participación activa en la lucha de los últimos días. Algunos salieron de ahí deprimidos y desesperados buscando donde esconderse, fuera una embajada o la casa de un amigo; otros saldrían dispuestos a lavar con sangre la ofensa que les infligiera W. Tapley Bennett momentos antes. Entre estos últimos estaba el coronel Caamaño quien al salir de la oficina del embajador estadounidense dijo: «Nosotros vamos a demostrar lo que es morir con dignidad».

De los militares que salieron de la Embajada de Estados Unidos Caamaño y Montes Arache encabezaron un grupo que se dirigió de inmediato a la calle Pina esquina Canela, donde habían empezado a reunirse desde el día anterior. Hicieron un recuento rápido de la situación y comprendieron que la lucha se estaba decidiendo en ese momento en el puente Duarte. Fue entonces cuando el coronel Caamaño miró a su alrededor y dirigiéndose al coronel Jorge Gerardo Marte Hernández le dijo: «Bollo, ¿yo no te he dicho que somos hombres muertos? Pues date por muerto, coño, y vamos para el puente a pelear».

La presencia de Caamaño y Montes Arache, de Marte Hernández, de Lora Fernández y otros oficiales superiores constitucionalistas fue un estímulo tremendo para aquel pueblo que combatía con más fe que arma.

Fue así como lo que los gringos y sus lacayos consideraban una victoria fácil se convirtió en una derrota desmoralizadora. Al caer la tarde las calles de esa confluencia de barrios del entorno del puente Duarte estaban sembradas de cadáveres de ambos bandos. La victoria pertenecía a los constitucionalistas; sus adversarios habían huido en desbandada, desorganizados y sin morar alguna para el combate.

Como lo había hecho en otras ocasiones y lo volverá a hacer cada vez que sea necesario, en esa tarde gloriosa el pueblo dominicano había tomado el cielo por asalto. En aquellas ocasiones lo había hecho bajo la dirección de Mella, Duarte, Luperón, Gaspar Polanco…; en esta dirigido por un hombre que tenía aún pendiente la escritura de hermosas páginas en lo que faltaba de esa guerra patria: el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

(En la elaboración de este relato el autor se ha valido de lo que dice Hamlet Hermann en el libro «Caamaño», páginas 185-197, primera edición, año 1983, editora Alfa y Omega.)

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