Cultura, Portada

UNA SEMANA ESPECIAL

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Siempre será pertinente volver a reescribir sobre ese fascinante período del año que va desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, cuyo principal protagonista está dotado con el doble carácter de humano y divino.

Si la estadística no falla, se cumplen ahora 1989 años (si se acepta que al morir tenía 33 años de edad) que un revolucionario universalmente conocido llamado Jesús de Nazaret fue crucificado en la colina Gólgota, situada en las afueras de Jerusalén, donde agonizó por seis largas y penosas horas.

El hecho de que Cristo no fuera degollado o decapitado, a la usanza de los judíos, no excluye a sus dirigentes de entonces de una extrema responsabilidad, como han pretendido algunos, entre ellos Paul Winter el eminente jurista judío especialista en derecho comparado, nacido en el sur de la hoy República Checa, quien en su libro titulado Sobre el proceso de Jesús se muestra radical y cerrado sobre el tema, eximiendo de culpa a sus remotísimos antepasados.

La verdad incontrovertible es que Jesucristo fue víctima, si se ve en su condición humana, de un juicio político viciado de arriba abajo, tal y como lo han demostrado juristas, filósofos y teólogos.

Ese dramático acontecimiento, que significó un parteaguas en la historia de la humanidad, tiene muchas aristas por donde penetrarlo, dependiendo de la postura religiosa, ideológica y cultural de cada quien.

En el plano de las coordenadas seudolegales que arrojaron como resultado esa orden de muerte uno de los doctrinarios que tal vez más profundizó en el tema fue un jurista francés que tuvo entre sus clientes al mariscal Pétain, aquel héroe de las batallas en Verdún quien luego se convirtió en un títere de las fuerzas nazistas que lo instalaron como tetrarca en Vichy.

En efecto, Jacques Isorni, un verdadero zahorí del derecho, analizó con argumentos contundentes los tres cargos que se le hicieron al más famoso acusado de todos los tiempos.

Ese brillante y controversial polemista ha sido capaz de convencer a muchos de los que se han asomado a sus reflexiones sobre la impertinencia de la condena que se materializó en un lugar que con el tiempo se ha convertido en un balcón de peregrinación en la antigua tierra de Galilea, en el Medio Oriente.

Isorni se imaginó siendo defensor de Cristo en la pantomima de juicio que se le hizo, y partiendo de ese supuesto plantea en su obra Les cas de conscience de l’avocat (Los casos de conciencia del abogado) todas las violaciones procesales cometidas por  personajes como el prestor romano Poncio Pilatos y los miembros del consejo supremo religioso de los judíos (el famoso Sanedrín).

El sentido lógico no deja otro camino que decir que los romanos y judíos que actuaron en Galilea contra Jesucristo fueron más allá de sus propios límites, rompiendo así el orden de la justicia, al decidir de manera arbitraria e ilegal el destino de un hombre en la forma en que lo hicieron.

Doce siglos después de la crucifixión de Jesús, tal vez con alguna conexión con ese suceso, el gran teólogo y filósofo italiano Santo Tomás de Aquino escribió sobre las leyes injustas y su impacto “en el foro de la conciencia.”

Al analizar la forma y el fondo de los hechos concernidos a la dramática muerte de Cristo pienso que la abigarrada cantidad de romanos y judíos que hicieron de instigadores y juzgadores, así como el que se lavó las manos con gran irresponsabilidad para permitirla, ni siquiera tuvieron esa especie de abismo moral que en la mitología griega tuvo Aquiles ante la súplica de Príamo, el padre de Héctor, para que le permitiera sepultar con dignidad a su hijo.   

Pero como los hechos arriba referidos no se limitan a lo simplemente jurídico, debo señalar que múltiples son los motivos que hacen que en la Semana Santa los misterios de la fe se escudriñen con mayor interés entre feligreses cristianos, pero también entre filósofos, teólogos, juristas, seguidores de otras religiones, agnósticos e incluso ateos.

El motivo de ese interés colectivo parte de la personalidad refulgente de la figura central de esa semana especial: Jesucristo. Su vida y muerte está ampliamente descrita en los evangelios canónicos, incluyendo las divergencias que se descubren al profundizar en la lectura de los mismos.

La pasión de ese hombre singular llevó al primer obispo de Alejandría, el sabio Marcos, a vaticinar lo que pocos creían que podía ocurrir cuando dijo a los que estaban junto a él: “Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos.”

Con el paso de los siglos está más clara la realidad cristológica. Se puede decir sin ambages que cada día se agiganta en el mundo cristiano la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se recuerda con más intensidad en estos días, más allá de cualquier visión chata reducida a un mobiliario litúrgico.

En cientos de millones de personas la imagen de Jesucristo se proyecta de manera positiva de cara al convulso mundo de hoy.

Dicho lo anterior prescindiendo de los conceptos dogmáticos de algunos teólogos y canonistas que siguen anclados en la posición que tenían los ascetas, para quienes los hechos no tenían matices.  

El papel terrenal del personaje que también se conoce como el Rabbit de Galilea sobrepasó el marco de lo religioso. Así lo hizo saber Él mismo cuando en clave reveladora ordenó que buscaran el burro con el cual entró triunfante a Jerusalén el Domingo de Ramos, con la advertencia de que: “Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita…”

Esa frase ha sido desde entonces un punto de intensa reflexión, especialmente entre los cristianos de las diferentes denominaciones.

El relato del apóstol y evangelista Juan y el mural exhibido en la ciudad de Padua, Italia, hecho por el gran artista florentino Giotto, son tal vez las más convincentes expresiones de aquella entrada triunfal a Jerusalén (con un mensaje político-religioso) del hombre que poco después sería víctima de una muerte despiadada.

A parte de los evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) hay que decir que teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano han escrito textos profundos sobre la dualidad que tenía Jesús de Nazareth: humano y divino.

Válido es recordar ahora que el filósofo católico Jacques Maritain al reflexionar sobre el ritualismo religioso (muy relevante particularmente en la Semana Santa) dejó graficada también la realidad terrenal de Cristo, cuando en su ensayo titulado Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz calificó esa dimensión así: “esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad.”

En un documento pontificio que forma parte de la abundante bibliografía de la Iglesia católica el Papa León Magno, con su alta autoridad en el dominio de las virtudes teologales, al referirse a esta época del año se expresó así: «La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma.»

Fue el mismo pontífice que en el Concilio de Calcedonia, celebrado en la península de Anatolia, en el litoral del mar Negro, en el lejano año 451, al referirse a Cristo escribió que era «consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad.»