Mario Rivadulla
Miércoles 8,07,09
Desde que se produjo la crisis política en Honduras la pasada semana, dijimos que la misma tenía características especiales y es que todos los actores involucrados forman parte de la estructura institucional y que todos también han violado la misma.
El Presidente Zelaya lo hizo con la Constitución, el Congreso, la Corte Constitucional y el Ejército. Adicionalmente entró en confrontación con la Iglesia, la prensa, diversos sectores de la sociedad, ministros de su gobierno y el propio Partido Liberal que lo llevó al poder. Sus adversarios, por otro lado, cometieron la peor de las violaciones como fue deponerlo mediante un golpe militar y expulsarlo del país sin un previo proceso. Esa acción, que califica como un inaceptable acto de gorilismo, ha generado una reacción de justificado y total rechazo por parte de los países integrantes de la OEA así como de otras nacionales extracontinentales independientemente de los errores políticos, excesos de poder o ilegalidades en que haya podido incurrir Zelaya. Este en definitiva es el Presidente Constitucional electo democráticamente y el veredicto de las urnas en modo alguno puede ser alterado por la imposición de las bayonetas.
Ahora bien. Tal como señalamos entonces el reclamo de la vuelta pura y simple de Zelaya a la presidencia para completar su mandato era y es un acto inviable de no mediar un previo acuerdo político. De ahí que la resolución adoptada por la OEA en este sentido careciese de toda viabilidad y que el anunciado retorno de Zelaya a Honduras no pasara de ser un gesto simbólico. Absurdo imaginar que el mandatario hondureño pudiese sentarse nuevamente en la silla presidencial para completar su mandato compartiendo el poder con los mismos actores que lo depusieron, sin antes un formal compromiso por parte de unos y otros de respetar la institucionalidad bajo supervisión de la propia OEA. Tampoco alentar, como se pretendió al principio como reacción emocional al golpe, una insurrección popular que solo conduciría a hundir a Honduras en el caos de una sangrienta contienda civil.
Por suerte, un tanto aquietadas las pasiones, se ha impuesto la racionalidad de una necesaria salida negociada. Y la feliz escogencia del por segunda ocasión Presidente de Costa Rica, Oscar Arias. Figura de enorme prestigio, dotado de gran experiencia como mediador de que es palpable evidencia su papel como principal arquitecto del Acuerdo de Contadora a través del cual se logró la pacificación de la muy convulsa y costosa en vidas y recursos región centroamericana, el mandatario tica servirá mañana de anfitrión al anunciado encuentro entre Manuel Zelaya y Roberto Micheletti.
Ingenuo pensar que de primera intención ambos muestren la menor inclinación a ceder un ápice en sus respectivas posiciones. Por el contrario, las conversaciones se iniciarán en un ambiente de gran tensión y hasta hostilidad. Tocará a la habilidad y prudencia de Arias ir suavizando el clima en que se desenvuelvan las conversaciones para llegar a un punto de entendimiento que permita poner punto final a la crisis y que Honduras recobre el quebrantado ritmo institucional.
Esto así tanto por la paz del propio pueblo hondureño, hoy peligrosamente alterada, como por la salvaguarda de las conquistas democráticas del Continente que, salvo en el caso anacrónico de Cuba, han permitido desterrar los gobiernos dictatoriales que tanto daño y dolor han ocasionado a nuestros pueblos y cuyo trágico recuerdo debe quedar sepultado para siempre en el pasado.
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2009-07-09 15:21:13